viernes, marzo 19, 2010

Objetos perdidos -- Cuento

Sin querer y sin saberlo un día, del calendario se me había caído un día. Un día frutal y lleno de magia, que por descuido u holgazanaería, sin querer se había perdido.
Cuando logré enterarme del día perdido, sin desesperarme ni quedarme tieso sin saber que hacer, me calcé las botas, la chaqueta de piel y me aventuré a buscarlo sin temor a encontrarlo.
El primer lugar que revisé fue el mismísimo calendario, no sea cosa, que algún día de esos molestos o bromistas, se hayan traspapelado delante o detrás de él, con el solo fin de molestar; pero no lo encontré.
Tratando de ocuparme en encontrarlo (que es mucho mejor que preocuparse) me puse a buscarlo por todos lados... busqué entre los trapos sucios del pasado, y entre la hediondez y las manchas de roña que tapaban la textura y los colores de las tellas, no podía encontrar nada que me diera siquiera un indicio real, de lo que andaba buscando. Hasta que una idea iluminó mis pensamientos y llenó mi boca con una sonrisa amplia y clara... Si era un día frutal y lleno de magia, cómo podría estar entre tanta porquería? Rápidamente saqué toda los trapos sucios y los puse a que se laven y se sequen, después de encontrar mi día perdido tendría bastante que hacer seleccionando de esos trapos con cual me quedaría y cual... desecharía.
Salí del roñoso cesto y me allegué hasta el lavaropas metí todo ahí y me dirigí al arcón de los recuerdos para ver si allí, estaba el día perido que tanto andaba buscando, y no saben la de cosas lindas que encontré, había tantos aromas conocidos, tantas sonrisas encontradas, tantas lágrimas derramadas, tantos abrazos depositados, tantas promesas cumplidas, tantos besos tan presentes que no pude más que ponerme a llorar de la alegría y por un momento casi olvidé al día perdido que estaba buscando, es que claro, me daban tantas ganas de quedarme ahí entre esos atesorados recuerdos, pero supe, que el pasado es como el encantador canto de las sirenas y que a la mente omnubila y quita de la realidad presente para atraerlo con sus encantos y depués devorarlo. Así que cerré el arcón, me puse de pie y para convencerme a mí mismo que el día perdido allí no estaba, me dije: "... si era un día perdido sería mejor revisar, en el rincón de los olvidos, ya que si estuviera en el de los recuerdos, lo hubiera encontrado al apenas abrir el arcón..."
Dicho esto, tomé la linterna, la llené de kerosene y fui impetuoso a enfrentarme con el rincón de los olvidos que a media luz me esperaba sin siquiera proyectar alguna sombra, sin siquiera recibirla. A primera vista el rincón estaba vacío, pero después de tres horas me di cuenta que había allí un montón de causas y cosas, que a pesar de serme familiares no estaba al tanto si quiera que existieran. Decidí irme rápidamente, no vale la pena perderse en el olvido, vivir en el recuerdo, o revolver los trapos sucios.
Alegre por haberme alejado de aquel rincón presuntamente oscuro, me senté en el sillón del living, frente a la ventana a mirar lo mágico y florecido que estaba todo afuera, como los colores de aquella realidad fuera de mi casa brillaban con su propia magia divina, como los olores se desparamaban siendo aromas dulces y suaves que a todos lados llegaban y de todo se adueñaban. Era increíble el día que había afuera y yo como un tonto encerrado entre cuatro paredes blancas que limitaban mi cuerpo y mi mente a un cielo blanco, raso y exageradamente bajo.
Abrí la puerta de calle y al poner el primer pie sobre la vereda y sentir sobre el rostro una cálida y fresca brisa, sentí dentro una hermosa sensación de haber encontrado algo que estaba buscando pero que por azar, descuido u holgazanería, sin querer, se me había perdido.

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