sábado, marzo 31, 2007

Caos Organizado -- Novela -- 18ava entrega -- viene del 14/03/07

A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-


Caos Organizado -- Novela

XXXIII
La puerta se abrió delante de él y Marisa lo miró sorprendida.
-Qué raro vos por acá?
-Salió Fernando casi me ve, gritó Gustavo un par de veces, me hice el boludo pero yo sabía que me estaba llamando a mí.- Marisa palideció.
-Por ahora no sabe nada, cómo vas a venir para acá!
-Vos me dijiste que ya no se veían.
-Y así era, pero hoy se apareció y para mí fue toda una sorpresa.
-Desagradable.
-Nunca Fernando es una sorpresa desagradable!
-Lo defendés? lo dejaste echado, vos si que no tenés idea que hacer de tu vida mujer!- El se sacaba el sobretodo y lo dejaba por sobre una silla.
-Y... cómo va todo?
-Por ahora las cosas siguen el rumbo que ya estaba marcado. Nada cambia ni ha cambiado todavía.
-Qué es eso que le estuviste enseñando a Fernando a manejar armas?
-Con las cosas que se vienen va a ser mejor que lo sepa hacer... no sabe nada y esta jungla se va a poner demasiado salvaje, reconozcamos que es medio boludo.
-Pensá lo que quieras pero él a vos te saca mil vueltas.
-Qué querés decir?
-Nombrame sólo uno de los tuyos en el cual puedas confiar.
-Marisa!
-No. Primero que yo no soy una de las tuyas y segundo de mí, es de la que más cuidado tenés que tener.- Un sopapo sorpresivo y de la nada le hizo girar la cara. -Ves lo que te digo!- volvió el rostro para mirarlo iriosa.- Fernando no necesita el uso de la fuerza para que le rindan pleitesía, la gente con él lo hace por gusto.
-Si, claro... él no podría resistir ni un minuto sin las cosas que aquí lo apañan, vos estabas en casa el otro día cuando llegó Lucero...
-Y qué con eso?
-Es demasiado mimado...
-Te aseguro que Fernando podría dejarte de culo al norte y vos ni siquiera darte cuenta.
-Lo importante sería si él se da cuenta que me puede dejar así...
-Seguramente él lo sepa!
-Espero que no sea así como vos decís.- sonó amenazante.
-No serías capaz de matarlo, no podés ser tan hijo de puta!
-Por qué no?- Marisa se puso de pie nerviosa.
-Te volvió el amor por ese boludito bueno para nada!
-Siempre lo amé!- Marisa comenzó a llorar sintiendo miedo.
-Barata!- le gritó pegándole otro sopapo fuerte que la volteó dejándola en el suelo.- Si tanto lo amás por qué mierda te revolcás conmigo y a él no le decís ni rajá!?!? Prostiputa!- El daba vueltas en círculo enojado, enajenado furioso- Barata!- odiaba que lo comparen con Fernando Llorente, ya desde niños los comparaban y siempre el otro salía ganando, él no podía ser el mejor, siempre Fernando estaba por delante; o era el mejor alumno o el más idiota, pero fuera como fuera Fernando era el más, entonces a él tan sólo le quedaban las migajas que a Fernando no le entraban o le sobraban. Marisa se puso de pie entera.
-Salí de acá!- lo tomó por el brazo y la cintura y lo empujó hasta afuera, llevándoselo. El se dejaba arrastrar y tan sólo la miraba, la miraba con fuego rabia en su mirada, la miraba sintiendo odio y admiración por esa mujer. El a ella le daba todo lo que ella soñó o soñase, ella a él sólo le daba una buena cama, la cual para él valía más que su vida misma. Lo tenía atado de las orejas, por no ser soez nomás, y lo llevaba por todos lados como los bueyes arrastran los carros lecheros, lo paseaba por todos lados tan solo abriendo sus piernas o exhalando su erógeno y suave aliento, o acariciándolo suave con sus lindas manos que nunca hablaron con él de amor, no señor. Llegó a la puerta del ascensor y apretó el botón, el ruido del ascensor subiendo se hizo escuchar en todo el edificio; a todo esto, Marisa había cerrado la puerta de calle y puteaba golpeando las paredes que se le cruzaban en el camino. Gustavo la escuchaba desde afuera esperando el ascensor, volvió para tocarle el timbre. Marisa abrió la puerta empapada en lágrimas.
-Qué vas a hacer?- le dijo él a ella con tono de mierda.
-Mientras no le hagas nada a Fernando lo que quieras, pero si a Fernando le llega a pasar algo te hago mierda Gu...- Gustavo le posó el índice en la boca sellándole los labios con un obligado silencio, la tomó con la mano desocupada de la cintura, y la obligó a retroceder empujándola suave demostrando poder. Marisa comenzó a excitarse.
-Te dije mil veces que no me llames por mi nombre, menos en tu casa- agredió al oído de ella diciendo ésto provocativamente, insinuando miedo a cada palabra que decía. Marisa comenzó a respirar más rápidamente, un calor interno le subía desde el monte de venus hasta la cima de sus hermosas tetas que se erectaban en sus pezones debido al calor hormonal que él le producía tan sólo con su dedo índice que parecía bajar del Olimpo hasta a aquel monte en llamas. Marisa exhaló un suspiro que para que te cuento, él le mordió la oreja y le tomó los cabellos con fuerza, Marisa apenas gimoteó un poco por el dolor que le provocaba la tirada de cabello, se arrodilló frente a él.
-Cerrá la puerta al menos.
-No, vas a hacer lo que yo tengo ganas que hagas, y quiero que lo hagas como yo quiero.- Un cierre relámpago se hizo escuchar como si estuviese por llegar la tormenta, Marisa ya estaba a punto, con tan sólo que él la rozase ella gemía plena de placer, extasiada. Sin querer ella apretó un poco más de lo debido sus mandíbulas, él la sacó hacia atrás tirándole del pelo y le proporcionó un sopapo que la dejó en el piso llorando, se abalanzó sobre ella brutalmente.
-Ahora vas a ver- le dijo.
-No quiero, salí- gritaba Marisa desesperada. El le volvió a pegar y ella ya estaba casi indefensa, lloraba al sentir que él ya estaba dentro de su casa, aprovechándose, tomándose libertades que nadie le había concedido. Lo sentía entrar y salir brutalmente, sentía el estómago revuelto y ansias de matarlo pero a la vez una rara excitación la hacía gozar de tal violación. Ese hombre despertaba en Marisa un montón de sensaciones confusas y extrañas así como ella en él. Ambos podían hacer del otro lo que quisiesen, sodomizar o ser sodomizados... hete aquí la cuestión. Acabó con su menester de violación para pasar a ser violado por la salvaje Marisa que ya encima de él no lo dejaba moverse. Ella disfrutaba su ocasión y lo tomó por el cuello, él comenzó a asfixiarse y luchaba desesperado debajo de ella que corcoveaba salvaje como caballo que nunca fue montado, ni domado, ni nada. Sentía el oxígeno que se iba lentamente, que iba como desapareciendo de a poco, las cosas se le ponían oscuras pero el placer era absoluto, ella lo miraba con los ojos bravos fuera de sus órbitas, gimiendo placenterosa mientras apretaba más sus dedos con sonrisa psicópata, lo sentía adentro de ella entrando y saliendo de su vida como pancho por su casa, gimiendo azul gimiendo, con los brazos sin fuerza debido seguramente a la asfixia que le provocaba el ser ahorcado por esas hermosas manos. Marisa gemía a los gritos descarriada al verle los ojos que se le iban hacia atrás hasta quedar casi en blanco, se incorporó sobre él mostrando sus dos tetas erectas terminadas en perfectos pezones que parados parecían medir dos centímetros, apretaba los muslos fuertes uno contra otro mientras se deslizaba de arriba hacia abajo frotándose con toda su pelvis sobre el cuerpo de él que cada vez estaba más débil. De la boca de Marisa empezó a caer una suerte de espuma blanca acompañada por un sórdido gemido que reventó los cristales. Sus labios tiritaban y sus ojos apenas podían ver, le soltó el cuello para poderse tomar con las manos las sus nalgas y apretárselas fuertemente mientras se seguía fregando. Empezó a respirar despacio y entre la confusión que sus ojos borrosos divisaban, sentía que el alma le volvía renovada y joven, Marisa seguía gimiendo corcoveándole arriba, acariciándose donde el instinto mande, desesperada, nunca había estado más excitada en toda su vida, el sexo con ese hombre la destruía, le cambiaba los planes, todos y cada uno de ellos, con Fernando hacía el amor, con Fernando todo era distinto, todo era más dulce, hasta tal vez más naïf, vaya a saber uno cómo explicar esa sensación; en cambio con Gustavo.... con Gustavo todo era descarriado salvaje, el sexo era desenfrenado maldito, se pegaban a puño cerrado o a mano abierta el uno al otro, a veces resultaba excitante, pura y exclusivamente, excitante... otras en cambio, la violencia era tal que desagradaba el tan solo imaginar un nimio lo que allí sucediera. Y no era que una era sado y el otro masoca, ni viceversa tampoco, sino que más bien entre los dos se desencadenaba una violencia química que ninguno podía contener ni controlar. Ese fue uno de los tantos motivos por los cuales Marisa había dejado a Fernando, los moretones que ella tenía por todo el cuerpo cada vez se le hacían más difíciles de explicar, y Fernando se preocupaba demasiado. Gimió un Fernando gemido. De un cachetazo se la sacó de encima y se puso de pie violentamente, la tomó por los cabellos la tiró de boca contra el sillón y abruptamente la atacó por detrás. Marisa lloró de dolor y placer hasta que al fin ambos concluyeron cayendo al piso empapados en sudor y agotados al máximo. Ella sacó un cigarrillo y lo prendió mientras Gustavo apoyaba sus muslos desnudos contra el suelo frío, extendiendo las piernas hacia adelante y los brazos los abría hacia los costados posándolos sobre el filo del sillón, Marisa aspiró una gran bocanada de humo y se recostó sobre las piernas de Gustavo que descansaba plácido.
-Casi me matás esta vez.- Marisa sonrió.
-Te dije que lo podía hacer.- Dulcemente Marisa le besó la pierna. Gustavo le posó una mano sobre la cabeza y se la acariciaba despacio y suave.- Qué vas a hacer al final con tu hermanito?- Gustavo hizo un silencio mirando por la ventana, ya era de noche.
-Es una decisión de él más que nada, no tiene idea de cuál es el juego que se está jugando pero igualmente lo quiere jugar. El va a tener que elegir de que lado está, de hecho ya lo debe estar haciendo.- Marisa quedó callada y pensativa, pensando en Fernando como no podía ser de otra forma.
-Vos pensás que Lucero le dirá a Fernando que nos vio en tu casa?
-No... Lucero no es de esas, sé que es mi conciencia, ella tiene más huevos que un gallinero y es capaz de cualquier cosa, pero en esos temas no se mete.
-Los vas a matar.
-Yo? no sería capaz de hacerlo.- Marisa le acarició toda la pierna desde la punta del pie hasta la cintura, pitó de nuevo su cigarrillo.
-Y si no decide estar de tu lado?
-Es un Llorente, qué otro lado le queda.
-Los extremos! Ustedes los Llorente, como vos los llamás, son todos unos extremistas, no conocen el medio.
-El medio para los mediocres!- dijo Gustavo poniéndose de pie.- Si yo alguna vez me hubiese quedado en el medio hoy no estaría en donde estoy.
-Vos sos una víbora y lo sabés.
-Es muy posible, pero tengo amigos que me...
-Vos no tenés amigos, la gente que está a tu lado, está con vos nada más que por el poder que vos ejercés.- Gustavo volvió de la cocina.
-Nunca tenés nada para tomar en la heladera sólo agua, sólo agua, no hay ni un puto jugo, ni una vil gaseosa.
-Tenía gaseosas pero las tomé con Fernando.
-Me está empezando a romper las bolas mi hermanito ya.
-Qué? Acaso lo pone celoso al señor que le hablen tanto del hermanito?- Gustavo se demostraba intranquilo, Marisa se sentaba en el sillón y se acomodaba la ropa. Gustavo se sentó a su lado silencioso y la miró. -Qué vas a hacer si Fernando se te enfrenta?
-Lo que hago e hice con los que se me enfrentaron,- Marisa tragó saliva pensando en Fernando y en que ojalá, él encontrase una forma de salir de todo ésto.
-Si no lo hacés por vos ni por él, aunque sea hacelo por mí, que no le pase nada.- Gustavo la tomó por la nuca y la obligó a apoyar la cabeza en su falda.
-No sé si eso te lo puedo cumplir chiquilla, eso de mí, ya no depende.

XXXIV

La capital de la República se había vuelto un caos, la gente en las calles parecía estar loca, en cada vereda había por lo menos un auto volcado prendiéndose fuego. Asperjados por toda la República, focos de violencia concupiscente, las alarmas de los locales sonaban en las calles repletas de cristales de vidrieras rotas, algunos de éstos, los que tenían rejas para salvaguardar su mercancía, eran incendiados por los saqueadores que no podían entrar. La gente que había salido a festejar era asaltada en las calles por grupos minoritarios que siempre causan problemas. Parecían estar en la jungla, todo aparato que se moviese quedaba volcado y en llamas, toda persona que caminase por las calles tenía que recurrir a la violencia para salvar su vida o simplemente para protegerse. Las casas tampoco eran lugar seguro, de todos lados salía gente con palos a perseguir perseguidores y perseguidos, buscando víctimas y victimarios, apaleándose en las calles presos entre los brazos confusos de Baco y Marte que dominaban la situación.
-Mierda! en diez minutos quedó todo culo para arriba. Gésus?
-Está durmiendo como un lirón-
-Con este quilombo?
-Ahá!- asintió Victoria silenciosa.- Lo despertamos?
-Se va a poner loco!-
-Ni que lo digas... ey! dónde vas?
-A casa, Fernando y Lucero están solos y me da miedo que les pueda llegar a pasar algo.- Después de una explosión quedaron a oscuras. Gésus se levantó a las puteadas y a los gritos venía por el pasillo largo desde su cuarto, caminando a los tumbos estrellándose contra las paredes.
-Qué mierda pasó?- se escuchó la voz salir de la oscura silueta.
-Fue cuestión de segundos, la gente estaba en la calle gritando de lo más feliz y contenta. y así, como de la nada, empezaron a haber piñas por todos lados. Los skinheads contra grupos religiosos, el green peace contra los que usasen pieles, los negros contra los blancos y los amarillos y éstos a su vez contra los blancos...
-Entendí el punto, gracias, y la luz?
-Vos te despertaste con la explosión que tal vez causó el corte.
-Qué pasaba con la televisión?
-El canal en vivo que estábamos viendo empezó a transmitir desde estudios centrales, ya que los agarraron a los periodistas y los llenaron de golpes de todo tipo y especie.
-Opinión pública?
-La gente a las puteadas.- Gésus se acercó a Anselmo y corrió la cortina asomándose, viendo hacia afuera el caos que allí cundía, no podía creer lo que sus ojos veían, no había un rincón donde encontrar un silencio, una paz, mucho fuego en las calles y mucha gente desangrándose sola, teniendo y dejando escapar solitaria su último hálito de vida que se iba sin estar en paz.
-Dios qué he hecho?- golpeó apenas la cabeza contra el cristal de la ventana.
-No es tu culpa que la gente haga esto!
-Hay que ver que podemos hacer- dijo Victoria que aparecía con una vela encendida, una jarra con agua fría, varios vasos y aspirinas para todos.
-No podemos hacer nada, hay que esperar que se aplaque el quilombo. Victoria llamá a los canales, decí que digan y obliguen a que nadie salga de sus casas, que cierren bien puertas y ventanas y que si creen en Dios que comiencen a rezar. Quién nos falta acá?- Victoria ya estaba sobre el teléfono.
-Faltan Colifa y Elbéstides...
-Dónde fueron?
-Prendieron fuego el bar, Colifa hablaba con Héctor por teléfono, le estaba diciendo que cierre y que todos se vayan a casa temprano, en eso, entró un grupo de gente y comenzó a incendiar el lugar.
-Mierda!- bramó Gésus golpeando una mesa con el puño cerrado, por el odio que causa la impotencia del nada poder hacer.
-Faltan también Lucero y Fernando...
-Vamos a buscarlos y volvemos...
-No me parece buena idea... vamos todos a buscar a Colifa y a Elbéstides, después nos vamos para mi casa, pero rápido.
-Tenés armas vos todavía en tu casa?
-Más de las que te imaginás.- Gésus pensó una milésima de segundo, la vio a Victoria pegada al teléfono llamando desesperada.
-Cómo va eso?
-Las líneas están saturadas, no puedo comunicarme con ninguna estación!
-Anselmo! Llevala a tu casa, cuidala, yo voy a empezar a trabajar hoy.
-Pero- Gésus se abalanzó sobre Anselmo tomándolo de las solapas.
-No hay tiempo para peros, llevala a tu casa y en un rato nos vemos.
-La línea está muerta, cortaron el teléfono- dijo Victoria llorando.
-Vamos!- Gésus abrió la puerta de su casa y todo el edificio se encontraba a oscuras, bajaron las escaleras a las corridas, llegaron a la planta baja, Victoria abrió la puerta principal del edificio, tres hombres trataron de entrar, forcejearon con Gésus, éste proporcionó un par de golpes fuertes y certeros, Anselmo dejó fuera de combate, tirados en la calle a dos de éstos, el tercero huyó corriendo.- Nos vemos más tarde- besó rápidamente a Victoria en los labios y le echó una última mirada a Anselmo que lo miraba preocupado.-Va a estar todo bien confía en mí- le dijo sonriendo posándole la palma abierta de su mano en el cachete- Vamos dale!- salieron corriendo, Gésus hacia el bar, Anselmo la llevaba a las arrastradas a Victoria que mientras corría lloraba llena de miedo. Anselmo llegó hasta un auto, lo abrió con un alambre, se subió, juntó los cables que le dan el encendido al motor y éste hecho a andar; un hombre con un palo saltó sobre el capot del auto y empezó a golpear el parabrisas con una violencia inusitada. Victoria gritaba aterrorizada. Anselmo sacó su pistola y disparó un par de veces hacia el hombre que cayó hecho un mar de sangre sobre el capot. El auto salió a gran velocidad dejando una estela de caucho, andando en zigzag.
-Dónde vas?
-A llevar a Gésus al bar por lo menos...- Gésus corría por las calles como alma que lleva el demonio, un cable invisible a la altura de los tobillos lo hizo caer violentamente un par de metros más adelante, se golpeó la cabeza contra el gris asfalto y de su frente un hilo de sangre comenzó a caer, de la nada unas risas bobas se acercaban y de las sombras más sombras que amenazantes surgían. Un hombre de sobretodo le pateaba a Gésus las costillas mientras éste estaba en el piso.
-Sigan ustedes éste a mí ya me aburrió.- Gésus se puso de pie y le incrustó un cross en la cara que dejó al hombre en el piso, Gésus estaba como loco gritando furioso cosas irrepetibles, blandiendo sus puños que parecían más pesados que de costumbre. Cayó al piso tomándose los riñones por un dolor agudo causado por furtivo palo que por la espalda lo había atacado en manos de una sombra. Desde el piso vio al hombre que él mismo de un golpe había tumbado, se le hacía conocido, creía haberlo visto en algún otro lugar pero más amigablemente. Entre dos sombras se encargaron de levantar al hombre tendido y hacerlo desaparecer, mientras que otro par pateaba a Gésus que trataba de levantarse, vio desde el piso un auto doblar la esquina coleando, las patadas cesaron y los hombres salieron corriendo, Gésus se puso de pie, Anselmo salió del auto disparando y Victoria se fue corriendo hasta Gésus que ya se había puesto de pie.
-Qué mierda está haciendo ella acá!?!?!?- le preguntó a Anselmo, mientras Victoria lo abrazaba y lo besaba, la empujó con la fuerza justa hasta el auto, y la hizo entrar mientras la besaba ensangrentado. Anselmo volvía con su pistola humeando recuperando el aliento al caminar.
-Cómo estás?- Gésus lo golpeó con el puño cerrado, Anselmo sintió el golpe pero tan sólo le hizo mover la cara de lugar.
-Te dije que te la lleves, la puta madre! igual gracias, si no venías me mataban.- Anselmo golpeó el capot del auto.
-Este no es tu auto, dónde está el tuyo?
-Lo tiene Colifa, en serio estás bien?
-Sí, sí, vamos al bar.- Se subieron en el auto, Victoria aún lloraba nerviosa en el asiento trasero, Gésus se pasó hacia atrás para mimarla y así lograr tranquilizarla un poco, Anselmo conducía rápidamente entre gentes y callejas descontroladas y violentas.

viernes, marzo 30, 2007

Caos Organizado -- Novela -- 17ma entrega -- viene del 14/03/07

A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-

Caos Organizado -- Novela


XXXI

El día había empezado con el sol asomando por el horizonte como todos los días de la historia, el pueblo de la República se había despertado temprano para ir a votar y así tener el resto del día libre para descansar de las cotidianas cotidaneidades. Las calles estaban entintadas de sonora algarabía, en las plazas la gente se congregaba en familias y disfrutaban del día al aire libre, algunos parques estaban siendo acosados por manteles sobre la hierba fresca y comidas picniqueras. Botellas vacías rodaban por las calles arrastradas por el viento suave las que eran de plástico, las que no, inertes se quedaban indecisas sin girar del todo en un mismo lugar. Fernando se había despertado temprano también. Había salido de la casa de Gustavo más temprano que Gustavo y Elbéstides ya que éstos dos dormían a pata suelta. Después de votar caminó errante por las calles buscando nada que encontrar, un magalíclaro cayó desde el cielo en picada hasta un par de metros de él, muerto desde el cielo hasta la eternidad, muerto. Lo tomó como un mal agüero y pensó sin quererlo en Marisa al sentirse realmente solo.
-Quién es?- escuchó una voz metálica que salía desde el parlante de un portero eléctrico el cual se le hacía conocido.
-Fernando- respondió rápido y sin darse cuenta ya se veía subiendo por el ascensor, abrió una puerta primero y después la otra, las cerró y se enfrentó a esa mujer que tanto amaba. Se abrazaron al llegar la mitad del pasillo hacia ellos, un beso apareció cordial y de la nada entre ambos. Se miraron.
-Pasá- invitó Marisa tomándolo de la mano con la suya que sí... eran las manos más hermosas del universo.
-No sé- dijo Fernando tratando de resistirse pero no podía, la tentación de estar con Marisa y la necesidad de ella, lo hacían internarse luchando silencioso consigo mismo entre un montón de paredes plagadas de recuerdos. Llegaron caminando despacio hasta la sala donde se sentaron en el sillón impregnado de olor a sándalo y canabis. Marisa giró su cuerpo, sacó un cigarrillo de marihuana de una cajita de cristal que reposaba en una mesa de patas lo suficientemente largas como para llegar a una altura cómoda para el usuario y lo prendió sin preguntarle nada a Fernando.
-Me enteré lo de tu hermano... Cómo estás?
-Mejor ahora que hace un tiempo atrás- le dijo largando el humo.- me molestó que lo hayan tirado en el riacho aquel después de haberlo deformado a golpes...
-Se sabe algo?- Fernando hablaba por hablar y Marisa fumaba viéndolo sin escucharle ya que no le interesaba mucho por ahora lo que se decían.
-La policía no sabe nada...
-Nunca saben nada.
-Cuando les conviene, espero que gane el partido anarquista así todo se termina de ir a la mierda de una buena vez por todas.- Marisa hablaba con cierto recelo, el cual, no podría ser acallado fácilmente.
-...Pero bueno, nada lo va a volver a la vida así que ya está, vos cómo estás?- dijo cambiando abruptamente de tema.
-Murió mamá.- Marisa pitó una pitada más y sonrió.
-Al fin... pensé que era eterna esa vieja de la ostia!- Fernando se la quedó mirando sorprendido, demás está decir que Marisa carecía de tacto para ciertas cosas u ocasiones.
-Ey!- agredió Fernando.
-Por favor, no me vengas con sensiblerías mentirosas y pelotudas, esa vieja les cagó la vida a vos y a todos tus hermanos.- Marisa conocía vagamente a Malicia pero bien conocía la historia de los Llorente.
-Más allá de todo, en parte lo que soy se lo debo a ella...- protestó.
-Sí, la parte esa de mierda que tienen vos y tus hermanos, los llenó de traumas y confusiones, si sos algo de lo cual podés estar orgulloso de vos mismo, es porque lo lograste vos solito y no gracias a esa vieja arpía. Querés?- le ofreció.
-No por ahora, gracias- dijo molesto.- puede que tengas razón- concluyó pensativo.
-Claro que la tengo, no puedo creer que no te des cuenta- dijo Marisa poniéndose de pie yendo a la cocina, al volver traía en sus manos dos latas de gaseosa.- Y de ésto querés?- Fernando asintió con la cabeza. Una lata pasó de una mano extremadamente femenina terminada en lindas uñas a la de Fernando que aún en pugna con su inconsciente, seguía sentado frente a Marisa con un sentimiento confuso entre el amor y el odio. Se quedaron mirándose a los ojos largo rato en un silencio profundo y casi profano. Ella estaba bien, a pesar de todo se la veía bien; en sus ojos seguía esa mirada que auguraba lindos futuros con un dejo ansioso de cariño. Fernando se puso de pie nervioso y ella con su mano izquierda lo detuvo sutil, gentil como la vida a veces suele serlo. El la contempló desde sus ojos que quedaban allí arriba de su cuerpo. Ella lo miraba rogando un rato más de él. Se volvió a sentar pero ahora un poco más cerca, ella le tomó las manos con las suyas envolviéndolas de cálido cariño, tiñéndolas de rosa al rozarlas tibias con sus dedos que jugueteaban con los de él en un juego inocente e inconsciente.
-Apareció Gustavo- dijo nervioso pero tranquilo. Marisa palideció.
-Qué te dijo?- Fernando la miró y ella buscó el encendedor con la mirada.
-Qué me dijo de qué?- preguntó confuso.
-Que qué te dijo, cómo está, por qué desapareció tanto tiempo?- explicó de una forma rápida y extraña.
-Nada, yo que sé, está todo hecho un lío... también me estoy llevando mejor con Lucero y sabés qué?- la miró y ella le devolvió la mirada mientras exhalaba el humo con olor tranquilizante.
-Qué?- preguntó cuando acabó de largar todo el humo que entraba en sus pulmones.
-Tenías razón, no es ninguna estúpida...
-Al fin te diste cuenta.
-Pasaron cosas...- dijo Fernando con tono misterioso. Otro silencio volvió a colmar la habitación cuando sus ojos se cruzaron en una mirada.
-Qué cosas? Qué?- preguntó ella ante los labios de Fernando que parecían titubear.
-Creo que todavía estoy enamorado de vos...- susurró a modo de plegaria. Marisa lo besó con toda su boca jugosa como una sandía en pleno verano.
-Y yo de vos- le dijo. Se volvieron a besar amándose en silencio. Con su suave mano, ella, lo acarició por todos lados, él copiaba el menester de ella acariciando suave cada centímetro del cuerpo de Marisa que temblaba de emoción y temperatura que gradualmente iba en ascenso. Una mano lava la otra y entre ambas desnudan un cuerpo vestido, empezaron en el sillón de la sala y terminaron a los pies de la heladera, revolcándose, riendo, disfrutando del amor, la pasión y todas esas cosas con las que las sensaciones juegan. Después del amor, llega el cigarro, y del cigarro se pasa a la confesión o a la mentira, todo parece ser verdad después de... Todo parecía estar como antes de entonces, pero por aquella época en que ambos sin problemas en que recular, se sentían mucho más felices.
Intercambiaron historias tirados en la cama, abrazándose y besándose de vez en cuando. Fernando no hablaba tanto como Marisa, pero igual logró contarle que Gustavo le había enseñado a manejar todo tipo de armas, Marisa se puso de pie cubriéndose la desnudez de su cuerpo con la sábana, usada cruzada sobre el pecho, como toga grecorromana. Pensó en silencio mientras daba vueltas en círculos, con las dos manos unidas y los índices erectos pegados a sus labios señalado a su nariz.
-Me lo contás muy contento y yo no veo el motivo por el cual te tengas que alegrar tanto...
-Hace mucho no pasaba un tiempo con mi hermano, nos conocimos un poco más...
-No seas tonto, que tiene de bueno pasar un tiempo con alguien que te está enseñando a matar?
-No me enseñaba a matar, me enseñó a manejar armas- Fernando calló silencioso pensante- bueno tal vez sí me enseñó a matar...
-Por qué haría eso?- Fernando giró su cuerpo en la cama y quedósela viendo con cara de aburrido.
-Qué es lo que se te da a vos ahora de meterte tanto con mi hermano?- Marisa lo miró con la mirada torva, él le sonreía como si supiese algo.
-Andate- le dijo seriona.
-Pero... Qué?... Cómo?- consternado Fernando.
-No quiero que ésto se extienda... al fin y al cabo ya sabemos que por ahora estar juntos es un imposible....
-Me tenés cansado con esa historia.- dijo Fernando sentándose en la cama poniéndose los pantalones que vaya a saber uno cómo, es que fueron a quedar ahí, tan al alcance de su mano; se los abrochó al ponerse de pie y ya con la mirada encontraba la camisa que traía puesta y la sacaba del rincón con un movimiento de mano que daba a entender que Fernando estaba realmente enojado. Marisa se sentó en la cama y con sus dedos finos, largos sensuales, tomó un cigarrillo se lo puso en la boca y dándole fuego al mismo, éste empezó a humear. Miraba desde la cama hacia afuera por la ventana, tenía la mirada triste y el corazón hecho un nudo, estaba enamorada de Fernando, lo amaba con el alma, con toda ella, pero estar con él sería ardua tarea, ella tenía cosas que hacer todavía, y Fernando para estas cosas solo le serviría de estorbo, y nada más. Además no podría verlo morir, no quería verlo morir, y si Fernando estuviese con ella, lo más seguro es que muriese asesinado, hasta tal vez si fuera necesario ella misma lo haría. Una lágrima le rodó desde el alma hacia el cuerpo, una gota pesada y grande, una gota que rodaba cayendo silenciosa hasta su linda boca que amarga sonreía contentándose de aunque sea, haberlo tenido a Fernando entre sus brazos un ratito más. Fernando sin decir nada ya estaba vestido y tomaba el pomo de la puerta, apoyó la cabeza cerca de la mirilla por donde se espía a los visitantes que llegan, sintiendo que algo no cerraba en esta historia. Pensó dejando caer una lágrima que escapó a morir en su boca, alejándose antes de llegar al camino que marca la su comisura, por el mentón, se deslizó esta lágrima hacia el abismo, para estrellarse en el suelo y formar el espectáculo que sólo forman las gotas de agua explotando en perfecta simetría. Dos antebrazos finos terminados en esas manos hermosas le rodearon la cintura, la pelvis de ella hociqueaba el trasero de Fernando que sentía en la espalda cómo se le clavaban los pezones erectos de ella que lo besaba cerca de ese valle que tiene la espalda antes de llegar a la nuca.
-No entiendo cómo puede ser que no podamos estar juntos...
-Fernando, yo soy esa que vos sabés pero soy también otra que ni conocés, no quiero que estés conmigo por que te quiero demasiado para que te maten por mi culpa o mismo yo tenga que matarte...
-De qué estás hablando?.- se encrespó como gallo o aún más Fernando.
-Que no hay forma en que podamos estar juntos, yo voy a estar dando vueltas por toda la República ayudando a la gente como sea necesario.
-Yo te ayudaría...
-Para ayudarme tendrías que tener un grupo de hombres que te sigan siéndote fieles, dispuestos a ayudarte y sacrificar su vida por vos...
-Yo daría mi vida por vos...
-Mi vida no vale tanto como la tuya.
-Mi vida sin vos no vale nada.
-Es un halago muy tierno pero como así es de tierno es de mentira y vos lo sabés... andate Fernando, andate por favor, la tormenta ya está desatada y hasta que no termine no podremos estar juntos- Marisa con una de las manos con la cual lo abrazaba, abrió la puerta de entrada. Fernando apretó los labios y los párpados, salió de la casa sin bajar la cabeza, sin bajar la vista ni siquiera un poco. Marisa se lo quedó viendo cómo él se iba erecto orgulloso como un gallo de riña que aún perdiendo la batalla no da por perdida la guerra. Apretó el botón que obliga al ascensor a allegarse, al llegar el mismo, Fernando echó una mirada más hacia Marisa que lo miraba desde el vano de la puerta con los ojos enjuagados en lágrimas. El le guiñó un ojo y ella le sonrió lindamente devolviéndole el guiño.
-Sabés que las casualidades y las causalidades nos van a volver a juntar, no?
-Sí- respondió casi silenciosa asintiendo con la cabeza mientras Fernando entraba al ascensor, cerraba las puertas del mismo y bajaba hasta la planta baja escuchando las lágrimas que su amada derramaba, mientras, sentía que él se alejaba para tal vez no verse más hasta después que la muerte los una.
Fernando ganó la calle y salió caminando despacio, con la mirada perdida y el recuerdo floreciendo que le llenaba los poros del aroma del azar. Llegó a la esquina y volteó hacia la puerta del edificio donde Marisa vivía, sintió extrañamente que esa sí, sería la última mirada que le echaría a ese edificio. Lo miró con la tristeza que se mira en el adiós. Un hombre llegaba al edificio con un gamulán puesto, las manos metidas profundas en los bolsillos, la cabeza hundida entre sus cuellos levantados. Fernando vio al hombre y sin saber el por qué gritó Gustavo, tal vez aquel hombre, que ni se mosqueó al Fernando gritar, le había resultado parecido a su hermano.
Necesitaba hablar con alguien, pensó en Esperanza y un nudo se apretó fuerte en su pecho, metió las manos en los bolsillos cuando empezó el camino de regreso a ninguna parte, jugueteaba sin darse cuenta con un papel en el fondo del bolsillo y las puntas de sus dedos. Lo sacó tal vez por instinto o curiosidad, reconoció la letra que manchaba al papel en ciertas partes, era la de Lucero, entonces recordó cuando ella le dio la dirección y le dijo que iba a estar allí y que por favor pase... y así lo hizo. Llegó Fernando a lo de Anselmo sin saber que allí él vivía; como era una casa, en vez del timbre, prefirió golpear la puerta un par de veces. De adentro de la casa un ya va! se escuchó silencioso y lejano. La puerta se abrió frente a Fernando y enfrentados Anselmo y él se sorprendieron al verse.
-Qué sorpresa! te dio la dirección Gustavo?- Lucero aparecía caminando coqueta y sensual como ella siempre lo es, caminando por detrás y en silencio acomodándose en ese extenso sillón de plumas del living.
-No, vino por el lado de la familia pero fue mi hermana.- dijo Fernando entrando después que Anselmo lo haya saludado con un gesto que también lo invitaba a pasar. Fernando se acercó a Lucero que al verlo a los ojos se puso de pie y lo abrazó con todo el cariño que ella por él sentía.
-Comiste?- le preguntó Anselmo.
-No, estuve todo el día en una burbuja.
-Otra vez!- dijo Lucero mirándolo reprochante.
-Pero esta vez fue distinto.
-Siempre es distinto- le dijo Lucero molesta poniéndose de pie.
-Voy a cocinarles algo- les dijo mientras iba a la cocina, se acercó a Anselmo lo besó en la mejilla-... hablá con él un rato está triste.- musitó en un susurro.
-Yo lo veo bien- secreteó rápido lo cual fue exhortado por una miradilla marrón que obligaba a hacerlo. Lucero despareció tras la puerta de la cocina.
-Fumás?- preguntó Anselmo un poco incómodo ya que desde que lo había conocido a Fernando no había tenido tiempo de saber algo de él, pero pese a eso Fernando lo atraía con un no sé qué que le salía desde adentro.
-A veces... cuando tengo ganas no más.- Anselmo abrió su cigarrera de plata, escogió un cigarro, se lo metió en la boca, lo encendió y se desplomó en un sillón.
-Agarrá si querés!- le invitó señalando con la cabeza hacia la cigarrera.
-A no de esos no, pensé que hablabas de...
-Marihuana?- se sorprendió- no, cuando era joven pero mata neuronas y prefiero cuidar mi cabecita.
-El alcohol también mata neuronas...- desafió Fernando.
-Si, es verdad, pero es menos lo que tomo que lo que fumaba.
-Así puede ser- un silencio incómodo no llegaba a ser profundo ya que de la cocina, a causa de las cacerolas, montones de ruidos llegaban sonrientes.
-Votaste?- preguntó Anselmo.
-Sí. Ustedes?
-También...
-Cómo va ese asunto?
-Hasta hace un rato estaban contando votos.
-Y?- Anselmo levantó el índice indicando un momento por favor, buscó con la vista algo hasta que al sonreír dejó de buscarlo, se puso de pie, tomó el control remoto de la televisión y la prendió en el canal de las noticias.
El plebiscito mostraba a nivel nacional una clara ventaja al partido anarquista.
-Tu amigo está robando terreno.- le dijo Fernando a Anselmo, éste parecía más inquieto que de costumbre. Lucero llegó desde la cocina y vio las estadísticas sobre el sufragio en la pantalla de la televisión y después lo vio a Anselmo completamente ansioso. Lo miró a Fernando hundido en su propio mundo.
-Picho...- dijo melosa- por qué no lo llamás a tu amigo a ver cómo está, o mejor, no querés ir con él?- Anselmo la miró.
-Por supuesto que quiero eso.
-Hacelo entonces...- avivó la llama.
-Pero íbamos a comer todos juntos.
-Ya habrá tiempo para eso.- Anselmo se puso de pie, se tiró un tapado sobre los hombros, saludó y se fue.
-No es que me estás dando permiso tampoco?- preguntó volviendo. Lucero meneó la cabeza en un guiño y Anselmo se fue tranquilo.
-Y nosotros dos qué hacemos?- le preguntó Lucero a Fernando que se había perdido otra vez entre los recuerdos del pasado que llegaban y golpeaban el presente con su mano de látigo.
-Comamos.
-Acá o afuera?
-Pusiste las cosas a hacerse.
-No todavía.
-Qué estuviste haciendo en la cocina entonces?
-Tratando de decidir qué hacer.
-Comamos afuera, yo invito, me vas a tener que soportar un buen rato.
-Me vas a tener que contar que vas a hacer con ese asunto de la burbuja.- Fernando sonrió leve, asintiendo con la cabeza.
-Qué hiciste con las armas?
-Siguen estando en el baúl del auto, Anselmo ya sabe.
-Si sabe Anselmo sabe Gustavo.- dijo Fernando por decir- no hay nada fuerte acá para tomar? Necesito un trago!- Lucero sirvió whisky en un vaso y se lo acercó al sillón dónde él aún estaba echado. Fernando lo bebió despacio, saboreando con placer.- Gracias... lo necesitaba.
-Qué quisiste decir con eso que si Anselmo lo sabe también lo sabe Gustavo?
-Cómo... no sabías? Anselmo y Gustavo trabajan juntos.- Lucero se lo quedó mirando- ayer estuve con Gustavo todo el día, me enseñó a disparar todo tipo de armas y robamos un supermercado.- Lucero le puso un sopapo a Fernando que quedó sorprendido.
-Vos sos un pelotudo! Por qué mierda te metés en boludeces?
-Qué decís mujer?
-Te acordás el tipo que le rompiste la boca?
-Sí...
-Debió haberlo estado siguiendo a Gustavo con tres monigotes más, que dos de esos y ese en particular ahora están muertos.
-Cómo que ese está muerto? yo no lo maté...
-No, vos no... Anselmo lo hizo.
-Cómo es eso?
-Anselmo me contó que a un amigo de él lo estaban siguiendo y él se cargó a tres de esos.- Fernando exhaló una gran bocanada de aire. El timbre sonó un par de veces y ambos se sobresaltaron graciosamente. Lucero abrió la puerta y el hombre fornido esperaba silencioso, un par de metros más allá su auto oscuro vacío lo esperaba, Lucero casi palidece frente al hombre como si éste fuera una aparición o algo así por el estilo.
-No tema, no le voy a hacer daño.- Fernando escuchó ésto y se puso de pie agresivamente, el tono de voz de aquel hombre sonaba a amenaza.
-Puedo pasar?- Fernando y Lucero intercambiaron miradas.
-Adelante- le dijo entonces. El hombre entró en la casa silencioso.
-Siéntese- invitó Fernando.- Qué es lo que quiere?- le preguntó una vez que éste estuvo sentado.
-Los estuve siguiendo, sé que ustedes tienen las armas y sé que están en algún lugar de esta casa, pero eso en sí no es lo que me interesa...- el hombre hizo una pausa y miró hacia Lucero y miró hacia Fernando, ambos mantenían sus facciones inmóviles, frías, inmutables.-.... lo que me interesa de ustedes son ustedes mismos.- Fernando y Lucero seguían mirándolo fijo.- los he visto juntos, cómo actúan, lo que hacen y creo que van a sernos necesarios.
-Sernos... quién más está jugando?
-Gente de la cual lo mejor... es saber lo menos posible.
-Entonces no nos interesa...- dijo Fernando poniéndose de pie. El hombre se abalanzó hacia Fernando tomándolo por las solapas llevándolo a las arrastradas hasta una pared donde Fernando golpeó su espalda.
-No estoy jugando chiquito, las cosas están bravas y te recomiendo que vos y tu hermanita vuelen antes que se abra la temporada de caza- el hombre soltó a Fernando, Fernando aún no cambiaba su mirada y desafiante lo seguía mirando. Lucero los veía, parecía haber chispas entre la mirada de su hermano y ese hombre que los seguía.- Vean las fotos que hay dentro del sobre, indaguen si es necesario, se van a dar cuenta que todo lo que está pasando es un fraude.- El hombre se acomodó la ropa con las dos manos, se dio media vuelta y caminó hacia la puerta, al llegar a la misma, tomó el pomo, lo giró y la abrió apenas.
-Van a tener que estar de un lado o del otro, será su decisión cómo es que prefieren morir.- El hombre terminó de abrirla y dejó tras de sí una estela de preguntas. Lucero se echó contra la puerta cerrándola, espió por la mirilla y vio al hombre acercarse al auto y antes de subirse al mismo miró a su alrededor buscando un algo, al no encontrarlo se subió y se fue. Lucero se acercó a Fernando.
-Cómo estás?
-Bien, vamos a ver las fotos.- guiado por Lucero, ambos entraron en el garaje, Lucero abrió la guantera, sacó el sobre y de allí dentro unos pares de fotos de su hermano con otras gentes florecieron.
-Quiénes son todos éstos que están con Gustavo?
-Se me hacen conocidos pero no puedo recordar quienes son...
-Este me parece que es el periodista que entrevistó a Gésus.
-Cuál?
-El que entró en pánico ridículamente mientras lo entrevistaba, después que éste lo entrevistó, Gésus se hizo más conocido que la madre Teresa de Calcuta.
-Es verdad, y éste parece ser el vocero de la O.M.N.
-Sí... éste no es Talmarital?
-La foto no está muy bien sacada, pero parecería ser él.
-Qué significará todo esto?
-No lo sé, pero tal vez ese hombre tenga razón después de todo. Pidamos comida y esperemos a que llegue Anselmo, él tal vez sepa algo más.

XXXII
Las copas en casa de Gésus se elevaron y brindaron en el cielo mientras un montón de bocinas empezaban a denotar la algarabía del pueblo de la República. Anselmo llegaba con Elbéstides, ambos serios y con las manos vacías.
-Al fin llegaron!- Colifa sirvió dos copas más.
-Este es Elbéstides.- Elbéstides levantó su tremenda mano saludando silencioso, todavía la pobre bestia seguía sintiendo la carencia de Esperanza que ya no estaba presente en cuerpo pero sí en alma. Se acercó a la ventana después de brindar sin ganas. Anselmo se le acercó silencioso.
-No sabés dónde está Gustavo?
-Salió hoy por la tarde, de hecho salimos juntos de la casa para ir a votar y una vez que votamos él se fue a visitar a una tal algo... no recuerdo qué nombre fue el que me dijo.- Anselmo lo miró sabiendo de quien se estaba hablando.
-Si, ya creo saber de quien estamos hablando... se te nota preocupado, qué tenés?
-Pensaba en mi Esperanza, me siento solo, si por lo menos supiese dónde están Fernando y Lucero.
-Fernando y Lucero están en casa... después vamos si querés...- la bestia asintió con la cabeza. Gésus se les acercó y les palmeó a ambos la espalda en una especie de abrazo.
-Anselmo quiero pedirte algo- era la primera vez en la vida, desde que Gésus y Anselmo se conocían, que el primero le pedía un favor al segundo.
-Qué?- Gésus parecía estar entrado en copas.
-Quiero que estés atento, a partir de mañana todo va a ser un absoluto quilombo.- Anselmo ya sabía ésto y Gésus entendía que Anselmo lo sospechase.
-Si ya sé- dijo bajito.
-Ya sé que sabías solo que necesitaba decírtelo.
-Si puedo ayudar en algo- dijo la bestia.
-Siempre todos pueden tirar una mano, por ahora hay que mantenerse haciendo lo que siempre uno hace.- Victoria se acercó por detrás tosiendo bajito, atrapando la justa cintura de Gésus que se tambaleaba poco, pero igualmente se tambaleaba. Colifa puso un disco en una vieja fonola y comenzó a bailar. Un par de botellas rodaban por el piso. La bestia no salía de su congoja. Victoria comenzó a bailar con Colifa, Gésus y Anselmo se desplomaron en un sillón mientras que Elbéstides veía por la ventana la calle que por allí debajo pasaba llena de gente y una rara algarabía. Pasaban en hordas salvajes blandiendo estandartes, azotando instrumentos de percusión, gritando cánticos como guerreros que van a la muerte con el corazón henchido. Una lágrima salió del ojo de Elbéstides.
-Ey cuidado que nos vas a ahogar a todos!- le dijo Colifa que se ponía a un lado de la bestia y colaba su vista a través del invisible cristal. Elbéstides sonrió recordando a su chiquilla. Un silencio dominó la casa de Gésus, un silencio necio y posesivo. La televisión se encendió desde la distancia remota que la controla en el canal de las noticias. El partido anarquista había ganado el plebiscito por mayoría, por extensa mayoría así decían las noticias. Todos alzaron las copas y brindaron a excepción de Elbéstides que aún seguía hundido en su pesar y realmente poco le importaba lo que en la República estuviese pasando.

jueves, marzo 29, 2007

Caos Organizado -- Novela -- 16ava entrega -- viene del 14/03/07

A partir del 14/03/07 y por sesentaidós capítulos, todos los días voy a estar subiendo de a dos capítulos, esta apasionante novela, madre nominal de este blog. La misma lleva por título, Caos Organizado, podrán encontrar aquí muchas cosas que nos hacen y deshacen como seres, personas y sociedad. Tal vez alguno pueda sentirse reflejado en ella, o encontrar la sin razón del porque y las razones de sobra que tiene cada por qué. La dejo en vuestros ojos y en vuestras manos con la esperanza que disfruten al leerla, tanto como yo al escribirla.-

Caos Organizado -- Novela


XXIX

Todos brindaban y festejaban. Gésus había estado hecho un duque. Colifa había abierto la barra y todos los que allí llegasen tomarían gratis hasta que llegase Gésus y con él se haría el último brindis de regalo.
-Estuvo bien...- comentó Fernando a Lucero. Lucero asintió con la cabeza mientras miraba hacia la calle. Anselmo se acercó a la mesa y posó su mano sobre el hombro de Lucero la cual le besó el reverso con delicado cariño. Anselmo se sentó a un lado de Lucero viendo con ella silenciosos a través de la ventana.
-Vamos, qué caras!- dijo Victoria a los gritos mientras se acercaba sonriente.
-Se ve que ya no estás más preocupada...
-Qué va ya estamos embarcados!- dijo Victoria a Anselmo que seguía mirando hacia afuera.- Ey!- lo sacó de su ensimismamiento sacudiéndole el hombro y ofreciéndole gentilmente una copa. Anselmo tomó la copa a desgano entre sus manos. Cuatro músicos subieron a la tarima y comenzaron a llenar de notas el ambiente, la música navegaba entre la algarabía de la gente que allí adentro se juntaba. Un auto oscuro se detuvo en la esquina y Gésus bajó de allí adentro, Lucero abrió los ojos sorprendida y sonrió grande.
-Mirá... ese que baja de aquel auto es tu amigo, no?- Anselmo quedó viéndolo a Gésus y sonrió grande y feliz de verlo, Gésus saludó al hombre del auto, se le acercó, le dijo algo y el hombre respondió negando gentilmente con la mano. Lucero se sorprendió aún más.
-Qué casualidad- dijo silenciosa pensante.
-Qué cosa?- dijo Anselmo.
-El auto ese que acercó a tu amigo, ayer me acercó a mí a casa desde la loma del tújez.- Anselmo miró hacia el auto que daba vuelta a la esquina y pasaba por delante de todos tranquilo y despacio mostrándose.
-No creo en las casualidades.- dijo Anselmo enfureciéndose.
-Qué pasa?- preguntó Lucero, cuando una catarata de aplausos llenaba el lugar al entrar Gésus riendo allí adentro, la banda tocó "Oh, Eternal Glory!" como canción de bienvenida.
-Ahora no.... pero después vamos a tener que hablar.- el tono de Anselmo era distinto a muchas otras veces, hasta mismo la actitud que portaba sobre sus hombros y cejas era distinta y hasta preocupante. Lucero lo acarició con una mirada comprensiva y por esas cosas que sólo la mujer posee, todo Anselmo volvió a aquella  realidad. El sabía que aquel hombre le había disparado días atrás y por sus nervios no había podido atinarle ni un disparo, por suerte! Qué estaría tratando de lograr ese monigote? El muy hijo de puta sonreía gozando cuando pasaba a paso de hombre por enfrente de las ventanas del bar que daban a la calle. Le pareció verlo sonreír y eso le molestaba. 
-Wow!- gritó Gésus abriendo los brazos sonriendo ante todos los que en esa mesa estaban, los mozos ya servían champagne para todo el mundo, Colifa venía bailando y Victoria ya estaba prendida como sanguijuela en los labios de su amado Gésus. Fernando y Lucero se cruzaron en una mirada, se miraron silenciosos y cómplices, la mirada de uno esbozó un recuerdo encontrado ahí nomás del bolsillo y con la palma abierta le cacheteó un suave moquete al otro.
-Tenemos que ir a lo de Esperanza con el doctor...
-Ta madre... me había olvidado... vamos?
-Claro o qué querés... una invitación por escrito?- se pusieron de pie.
-Ey! Dónde van?- dijo Gésus sonriendo grande y cariñoso.
-Tenemos cosas que hacer.- respondió Fernando gentilmente.
-Volvés?- Anselmo le preguntó a Lucero.
-No sé a qué hora...
-Dale vamos, que tenemos que encontrar al doctor.
-Por qué el doctor, te pasa algo?
-Sí, ya sé...-dijo a uno -no picho, no es para mí.- repartió la conversación.- Vamos dale.- Fernando ya estaba de pie y en camino hacia la puerta. Lucero besó los labios de Anselmo y entre la gente se retiró tras Fernando que ya la esperaba afuera cerca del auto, Lucero llegó sonriente meneando la cadera como sólo ella lo sabe hacer, le tiró las llaves a Fernando.
-Manejá vos!- Fernando tomó las llaves al vuelo, las puso frente a sus ojos, separó la que corresponde y con esa misma abrió su puerta, entró se sentó y subiendo el seguro de la puerta del acompañante dejó que Lucero tome posición a su lado. Lucero suspiró viendo a través de la ventana al bar. Fernando encendió el  motor del auto y poniendo el cambio en primera se alejó de todos los que allí festejaban.
-Dónde vamos?
-Tendríamos que ir a casa a buscar la agenda de mamá para sacar la dirección o bien un teléfono para llamarlo...
-Vos tenés el teléfono encima entonces?
-Sip! me lo dio el otro día por cualquier cosa  que pudiera llegar a pasar. Mirá, ahí hay un teléfono.
-Ahora paro.- Fernando detuvo la marcha del auto justo frente al teléfono público, Lucero se bajó del auto y frente al teléfono con monedas en manos se puso a buscar el número del doctor entre un montón de papelitos sueltos en su bolso, lo encontró, discó y comenzó a hablar. Fernando esperaba viendo hacia ningún lugar en particular. De atrás y por la espalda un ataque certero, un choque no muy violento que le hizo a Fernando golpearse la cabeza contra el volante y ponerse bravo para bajar del auto azotando con fuerza la puerta. Fue a la parte trasera donde el auto color crema le había hundido el baúl. El conductor del auto crema bajó cómo si nada hubiese pasado. Lucero a las puteadas también se acercaba pero por la vereda.
-Disculpame venía distraído viendo a la minita del teléf...- el hombre cayó hacia atrás con un par de paletas flojas, y un colmillo menos, sangrando, se puso de pie tomándose la boca embebida en sangre roja y nueva por sortario puñetazo ofrendado por Fernando.
-Pelotudo inconsciente!- le gritó, Lucero se lo quedó viendo a Fernando plenamente sorprendida, el otro se puso de pie y quedó apoyado con una sola mano en el baúl de su auto, con la cara hacia abajo escupiendo más sangre. Fernando se le acercó un poco más, el hombre esgrimió un golpe que Fernando esquivó tan sólo moviendo su torso un poco hacia atrás, el puñetazo surcó el espacio aéreo perteneciente a la nariz de Fernando que al dejar pasar el puño con el puño cerrado le atizó otro golpe con el cual el hombre cayó al suelo fuera de combate, haciendo además de plum! otro ruido metálico. Una pistola nueve milímetros cayó a los pies de Fernando.
-Hijo de puta!- dijo.
-Qué pasó!?- se sorprendió Lucero que con la adrenalina a flor de piel ya estaba parada al lado de Fernando mirando al hombre desmayado sangrando en el piso.
-Este hijo de puta nos iba a robar... no se puede estar seguro en ningún lugar en esta Republica de mierda- Lucero le palmeó el omóplato.
-Bueno, bueno- le dijo mansa y tranquila acercándose al hombre, se acuclilló a su lado y empezó a revisarle los bolsillos.
-Qué hacés Lucero?
-Busco!
-Qué?
-Algo que sirva...- suspiró mientras revisaba de a uno los bolsillos idóneamente con una velocidad más que experta.- Acata!- dijo sacando una lonja de cuero llamada vulgarmente billetera. Fernando se interesó.
-Tiene documentos?
-No... pero tiene plata.- Lucero miró a Fernando.
-Nuestra, con la billetera también. Qué más tenía?
-Nada más... veamos adentro del auto.
-No- la detuvo Fernando, Lucero resopló fastidiosa caprichosa.- Hablaste con el doctor ya?
-Sí, tengo la dirección acá, en veinte minutos nos espera.
-Ok... lleguemos en media hora. Agarra con tus féminas garras las llaves de su auto y a éste lo dejamos acá tirado por hijo de puta.
-Bueno.- Fernando se subió al auto de Lucero y Lucero en el auto color crema y en pequeña fila india se alejaron. Lucero mientras manejaba abrió el porta documentos y encontró un sobre papel madera y un par de cassettes, tomó uno y lo introdujo en el estéreo del auto. Chopin empezó a sonar y Lucero sacó el cassette con un dejo de asco y lo tiró por la ventanilla. Fernando detuvo su marcha y Lucero se estacionó detrás. Fernando bajó del auto y se acercó a ella.
-Encontraste algo?
-Sólo un cassette de Chopin, otro montón más de cassettes y un sobre papel madera que todavía no lo revisé. Fernando quedó en un silencio boquiabierto, viendo el suelo que sólo pisa el acompañante.- Qué te pasa?
-No viste eso.- una mancha de sangre seca sonreía en el suelo en forma de medialuna.
-Mierda!- Lucero se puso nerviosa, Fernando sacó de un bolsillo su pañuelo.
-Limpiá huellas! y pasame el sobre y las cosas que hayas encontrado que volamos.- Lucero siguió el plan al pie de la letra y una vez concluida la tarea, se bajó del mismo usando el pañuelo como guante para abrir la puerta.
-Esperá... por qué no nos fijamos que guardaba en el baúl?- Fernando subió un hombro hasta el mentón.
-Bueno dale.- ambos fueron a la parte trasera del auto y la abrieron.
-Ay mierda!
-Qué era terrorista éste!- un montón de armas de todo tipo y colores orlaban el interior del baúl.          
-No sé... pero si estamos en el baile bailemos, llevemos el auto al barrio de Esperanza que la poca gente que hay no ayuda a la policía y además como si eso fuera poco y por el mismo precio, deben estar acostumbrados a ver cosas por el estilo. Yo manejo éste y vos el tuyo, llevate estas cosas- Fernando parecía un profesional, no en la forma que hablaba sino más bien en la que actuaba. Lucero tomó el sobre y los cassettes y se fue hacia su auto. Fernando cerró el baúl del auto crema, se subió en el mismo y siguiendo una misma línea y no muy rápido( cosa de no levantar sospechas, fueron a buscar al doctor primero, el cual los saludó con especial cariño y por último a lo de Esperanza. Al llegar a la casa prefabricada Lucero y el doctor bajaron del auto.
-Vaya usted primero doctor, ya lo alcanzamos- el doctor demostró estar de acuerdo asintiendo con la cabeza. Lucero se volvió hacia Fernando que ya había estacionado al otro lado del auto de su hermana, mientras el doctor esperaba que le abriesen la puerta hicieron el cambio de armas de un baúl al otro. El doctor entró en la casa girando él mismo el pomo de la puerta, ya la transferencia estaba concluida. Al cerrar los baúles un ruido a vidrio de ventana rota resonó, el doctor se levantaba del piso tomándose la cabeza y gimoteando de dolor. Lucero y Fernando se le acercaron corriendo, la bestia salió de la casa dispuesto a todo. Lucero fue hacia el doctor y Fernando se abalanzó sobre la bestia que con furia ciega se acercaba a Cipriano.
-Esperá, vinimos a ver a Esperanza!- le gritó Fernando- éste es el doctor!- Elbéstides rompió a llorar como un niño y cayó de rodillas al suelo pidiendo perdón y rogando clemencia a un Dios cuya existencia, o al menos la creencia en el mismo, estaba en juego. Fernando se arrodilló frente a la bestia y lo abrazó con harto cariño.-Qué pasó Elbéstides, qué pasó?.
-Está bien doc?
-Sí m'hija, no sé por qué estoy bien pero lo que si estoy, es un poco machucado. Ese hombre es un peligro.- Lucero vio a Elbéstides llorando abrazado a Fernando como un niño de dos años. Se les acercó.
-Qué pasó?
-Esperanza desapareció...- dijo entre lágrimas consternado.
-Vamos parate!- le ordenó Fernando, la bestia reculaba. Fernando le donó un sopapo a mano abierta a la bestia que no salía de su dolor. -Parate mierda!- la bestia se puso de pie inconscientemente, Lucero abrazó al niño oculto en aquella suerte de hombre bestia que sintiendo el cálido aroma que Lucero expelía por sus poros invisibles, se tranquilizaba.
-Ella está bien no te preocupes, pero decinos qué pasó- la bestia logró de nuevo la su compostura.
-Estábamos en casa- el doctor se había subido al auto y se miraba las heridas provocadas por atravesar el cristal de la ventana.- a ella esa ampollita pareció crecerle y la cubrió por completo, los fui a buscar a su casa para que llamen al doctor, la curandera de acá a la esquina me había dicho que no la deje sola, me lo dijo... pero en la desesperación, los fui a buscar....- se lamentó la bestia vergonzante.
-Y entonces?
-La maté...
-A quién?
-Boludo!- dijo Fernando pensando en lo peor.
-A su madre, maté a su mamá!- rompió de nuevo a llorar como quien siente culpa y pena en el alma.- Entré en la casa rompiendo la puerta, por los nervios, ustedes saben... en el piso de la sala la curandera de acá la esquina se desangraba lentamente; allí, en lugar de la curandera... creí verla a Esperanza, subí las escaleras corriendo. Ustedes no estaban arriba. En vez de a ustedes las encontré a ellas, las dos viejas arpías que arruinaron mi vida...- volvió a llorar.
-Quiénes estaban en casa?- le preguntó Fernando.
-Malicia y Elea- respondió rápido Lucero.
-Qué hacía Elea en casa?
-Después te cuento... y qué pasó?
-Elea me saltó encima y se frotaba contra mí, me la saqué de encima con asco, me acerqué a su madre y sentí que Esperanza lloraba en algún lugar, la agarré a Malicia por el mentón con una sola mano y al reaccionar, al volver en mí... por entre mis dedos caía ceniza en polvo hacia el piso formando un montoncito de revancha tomada...
-No fue culpa tuya, pero si tu responsabilidad- dijo el doctor saliendo del auto. Fernando y Lucero se quedaron viéndolo sorprendidos.- Su madre sufría una rara enfermedad, literalmente se estaba secando por dentro, si no hubiese muerto en manos de Elbéstides, por lo que él cuenta esa misma noche hubiese sido la última.- Una rara sensación de pena nació en el cruce justo de miradas entre Fernando y Lucero. Un silencio los consumió. El doctor tomó a Elbéstides del brazo y lo adentró en el auto de Lucero. Ambos hermanos quedaron en silencio viendo hacia el sol que iluminaba tenue y frío los sus alrededores.
-Qué le pasaba a mi chiquita doctor?
-No lo sé, encontraste algo en lugar de Esperanza?
-Había algo en la cama que parecía ser esa ampollita pero gigante del tamaño de mi niña.
-Y ahora?
-Esa cosa desapareció.- Fernando y Lucero se abrazaban allí afuera, Lucero con una lágrima que caía le dijo algo a Fernando, y éste le respondió con otra lágrima y con un afirmativo movimiento de cabeza.
Silenciosa Lucero se subió en su auto y Fernando hizo lo propio en el auto color crema, Fernando se fue rápido hacia el lado del riacho contaminado. Lucero lo siguió de lejos y lentamente, al llegar Lucero, Fernando a pie los esperaba, silencioso como orgasmo de sordo se subió al lado de Lucero y  fueron a casa del doctor Cipriano y allí lo dejaron.
-Cualquier otra cosa que necesiten cuenten conmigo...- Ambos hermanos agradecieron gentilmente, mientras Elbéstides miraba plagado de recuerdos. El auto fue sin rumbo, todos allí dentro sufrían en duelo silencioso. La ruta del desconcierto los llevó directamente a la casa Llorente, estacionaron el auto en la puerta y bajaron los tres sin cruzar ni una palabra, ni una sola mirada, todos las ojos todos miraban el piso con ese dolor que sólo se siente en el alma. Lucero buscó las llaves en el bolso y detuvo la búsqueda cuando la mano de Elbéstides se le posó en el hombro.
-Acá está pasando algo raro.- Fernando lo miró.
-Por?- preguntó Lucero.
-Ayer por la noche cuando vine en vez de una puerta yo dejé sólo astillas.- Fernando y Lucero intercambiaron miradas. Fernando sacó la nueve milímetros que le habían sacado junto a Lucero a aquel hombre del auto color crema.
-Hacé lo mismo hoy- exhortó Fernando. Elbéstides con una mano empujó la puerta y ésta hizo un estruendoso crack! de madera rota.
Fernando entró en la casa con el percutor del arma preparado a cualquier cosa.
-Allí estaba la anciana y el charco de sangre.- señaló al vacío donde nada había. En el piso de arriba una puerta se cerraba. Fernando apuntó hacia arriba donde empieza o termina la escalera, todo depende como sea utilizada la misma. Gustavo apareció tranquilo ante la amenazante arma que le apuntaba.
-Qué me vas a disparar a mí ahora?- Fernando bajó el arma y la guardó por debajo del cinturón. -Dónde aprendiste vos a manejar armas?
-En las películas dónde más.
-Qué pasó acá?- preguntó Lucero mientras Elbéstides se sentaba confundido en el sillón de la sala.
-No sé, llegué hoy a la mañana y esto ya era un matadero. Acá abajo había una vieja muerta, sangre... y arriba un montón de polvo haciendo montañita en el cuarto de Malicia con Elea muerta de un patatús, pero lo raro es que la vieja no estaba.
-Mamá está muerta- dijo Fernando.
-Bien!- suspiró Gustavo fingiendo falsa tristeza.
-Qué hacés vos acá?- preguntó Lucero.
-Qué mierda te está pasando a vos conmigo, por qué me estás tratando así?- Lucero meneó la cabeza.
-No sé, te estoy odiando y no sé por qué.- Lucero rompió a llorar y se abalanzó sobre los brazos de su hermano mayor que la acogió con harto cariño, con un brazo le agarraba la cintura mientras con el otro le acariciaba la cabeza y le daba besitos de hermano mayor.
-Ya está chiquita, ya está, ya pasó. Vayámonos de acá.
-Y la puerta?
-Yo me encargo de todo, por ahora vamos.- Los tres se dirigieron hacia la puerta, Fernando se dio media vuelta hacia Elbéstides.
-Ey! vos no venís?
-Quién es?
-Elbéstides, el marido de Esperanza.- explicó Lucero.
-Cierto!- exclamó Gustavo sorprendido- Cómo cambiaste de la última vez que te vi! Cómo está tu mujer?
-Muerta- respondió secamente. Gustavo cayó al suelo sentado de culo. Fernando y Lucero ayudaron a Gustavo a ponerse de pie y lo llevaron hasta el auto.
-No, estoy bien, ya estoy bien.- les dijo, la bestia miraba a Gustavo con desconfianza y de costado.- Vamos en mi auto.- concluyó.
-No, dejá, si trajiste auto vayan ustedes, yo tengo cosas que hacer y vos Fer no desaparezcas, acordate que tenemos cosas que hablar, cualquier cosa buscame acá, en esta dirección- dijo Lucero anotando en un block de hojas que había sacado del bolso.- Buscame más tarde. Fernando se acercó a Lucero y la abrazó fuerte.
-Qué vamos a hacer con lo que tenés en el auto?- le dijo al oído.
-Yo me encargo no te preocupes y por las dudas no digas nada a nadie- le respondió en secreto. Gustavo también se despidió de Lucero y la bestia hizo lo mismo.
-Esperanza me pidió que cuide de vos y de Fernando antes de desaparecer.- a Lucero los ojos se le iluminaron de reflejos, recuerdos y lágrimas. Lo abrazó entonces aún más fuerte y lo besó en la mejilla.
-Cuidalo a él entonces que hay algo que no me gusta.- secreteó.
-Pero vos?- dijo la bestia separando a Lucero sosteniéndola entre sus manos con la justa presión.                             
-Yo voy a estar bien....- la mirada de Lucero estaba segura de sí misma y se notaba un miedo por otros más que por ella. Lucero subió en el auto y se fue mientras que Elbéstides fue tras los otros que ya estaban dentro del auto que puesto en marcha esperaba la llegada de Elbéstides. El auto inició su senda y se fue por otro camino que el que Lucero había seguido.
Llegaron a casa de Gustavo, Fernando echó una ojeada al bar de Colifa antes de entrar en el edificio de Gustavo y allí todo seguía siendo jarana típica del bar de Colifa que parecía vivir siempre de fiesta.
                
                                                                          XXX

El auto color crema pasó unos segundos después por enfrente del bar de Colifa siguiendo el camino que Lucero y Fernando iban llevando. Anselmo se puso de pie pensando en cómo bosta habían encontrado el auto aquel, que él mismo con sus propias manos había robado y después olvidado por ahí .
-Ey dónde vas?- le preguntó Gésus.
-Si no vuelvo por acá más tarde me doy una vuelta por tu casa.
-Trabajo!
-Ajá!- dijo Anselmo secamente, Gésus abrió sus brazos como diciendo eres libre dulce palomo, Anselmo se despidió de Gésus dejando saludos a Colifa mientras besaba también a Victoria que aún se relamía del beso que le había dado a su amado festejante que tanto la amaba. Se subió en su auto y desde la distancia seguía el rastro del auto crema que seguía al auto de Lucero. Lucero y Fernando detuvieron su marcha al llegar a un teléfono público, el auto crema los chocó por detrás. Anselmo tomó su revólver de la guantera y antes de bajar del auto ya Fernando tenía la situación bajo control. Volvió a poner el arma en la guantera y se quedó mirando como aquella yunta de hermanos actuaban al peor estilo Bonnie and Clyde.
-Qué hacen?- se preguntó así mismo, cuando vio a ambos revisar a aquel hombre. Anselmo no entendía el por qué se habían separado y cada cual se subía a distinto auto. Sólo rogaba con que no tomasen distintas sendas ya que debía averiguar de alguna forma, ese por qué que todavía no entendía. Los autos partieron en fila india y él se allegó hasta el hombre que sangraba en el piso. Lo revisó rápido sabiendo que todo lo que el tipo llevaba encima lo tenían los hermanos. Le disparó en la cabeza y siguió con su vigilancia a distancia más que prudencial. Se detuvieron otra vez en su camino, abrieron el baúl lo cerraron e intercambiaron de autos. Pasaron por la casa de un alguien, que seguramente era el doctor. Llegaron a ese lugar donde Anselmo recogió a Fernando por primera vez después de haberse cargado a la compañera de ese hombre que ahora yacía muerto en el piso en alguna calle de la Ciudad Capital de la República. El hombre fue a la casa, entró caminando por la puerta y salió volando por la ventana, mientras Lucero y Fernando pasaban armas del baúl del auto color crema hasta el baúl del auto de Lucero.
-Estos están más locos que ocho cabras en celo.- dijo sonriendo fácil, una escena barata parecía acontecer allende aquella casa prefabricada al norte de la ciudad. Fernando se subió al auto color crema y arrancó después de un rato de secuencias extrañas. Lucero se subió en el suyo mientras Fernando tomaba rumbo desconocido. Anselmo decidió que lo mejor sería seguir a Fernando, tomar el auto donde lo dejase y así limpiar rastros. Fernando llegó al riacho y allí mismo dejó que el auto se hunda en las aguas poluídas quedando a pie. Anselmo sonrió pensando en que Fernando no era tan estúpido como pensaban, parecería que esta familia llevase el crimen en la sangre. En el momento en que Anselmo decidía si levantar a Fernando o no para llevarlo a lugar seguro, por encima de la calle aparecía el auto de Lucero que recogía a Fernando y éste se subía en el carro de su hermana, y seguirían camino hasta la casa de aquel hombre que al bajar del auto les dijo algo y al fin siguieron camino hasta llegar a su propia casa. Entraron como ladrones o como policías, Anselmo no encontraba la diferencia, preparó su revólver cargándole una bala más ya que había usado una con el dueño de aquel auto que descansaba en el fondo del río. Esperó silencioso y nada pasaba, salieron al rato con Gustavo en brazos hasta llegar al auto de Lucero, donde sólo ella se subió después de haberse despedido de todos y cada uno. Lucero se fue y él la esperó hasta que el otro auto avance. Al ver que sus destinos eran distintos prefirió seguir a Lucero ya que ellos estaban limpios y ella, a la baulera la llevaba llena de armas. Anselmo estaba realmente preocupado por su mujer pero a la vez sentía un profundo respeto hacia ella. Cualquier otra mujer en la tierra hubiese sufrido un ataque de nervios dadas las circunstancias, pero Lucero era toda una mujer. Aceleró su auto y en un semáforo en rojo se detuvo a un costado del auto de ella, bajó la ventanilla contraria.
-Ey señora! La calle de la República?- Lucero parecía estar llorando. Anselmo bajó del auto y se acercó hasta el capot del de Lucero, ella lo miró primero sin conocerlo y después, al reconocerlo sonrió grande y feliz entre tristes lágrimas que caían de una dulce manera. Lucero bajó del auto y se echó encima de su amor que allí esperaba, estaba hecha una porquería en lágrimas.
-Murió mamá- le dijo entre mocos que caían. Anselmo la apretó con fuerza, una madre es una madre por más nieta de puta que ésta sea.
-Vamos a casa...- le dijo en un suspiro- esperame en el auto yo estaciono el mío y te llevo.- Lucero aceptó sin vacilar, se subió en su auto del lado del acompañante y cubrió su rostro con ambas manos. Anselmo entró al coche y marcharon rumbo hasta su casa.
-Guardemos el auto en el garaje.- Anselmo la miró sabiendo que a pesar del dolor que Lucero sentía, no había perdido la conciencia de la realidad en la cual, pobrecilla, se había introducido por la puerta de atrás. La puerta del garaje subió automáticamente y allí dentro estacionaron.
-Querés comer algo?
-No tengo mucho hambre que digamos.
-Bueno entonces vamos a ir a la cama y vas a descansar un rato- Lucero sonrió con sonrisa infantil.- Qué pasa?- preguntó curiosón Anselmo.
-Es la primera vez que me decís de ir a la cama a descansar y yo me doy cuenta que es eso lo que necesito.- Anselmo también sonrió.
Ambos marcharon a la habitación y como era de esperarse apenas Lucero se encontró en posición horizontal al suelo, acostada en la cama se subió a Anselmo y lo empezó a besar hasta que al fin hicieron el amor. Los besos salados a fuerza de lágrimas, las miradas sonrientes se mezclaban una con otra amándose con el alma. Por primera vez en la vida de Lucero ella misma se daba cuenta que el sexo, no es siempre sexo, sino que también es algo más que entregar y recibir. Ya sus lágrimas tenían un sabor a triste felicidad y Anselmo relleno de amor y placer sonreía como idiota viendo los marrones ojos de su amada que lo miraban repletos. Acabaron a tempo besándose sonrientes en esa complicidad que tan sólo el amor del alma logra. Se abrazaron uno a otro apretándose fuerte los cuerpos aún calientes, Lucero extenuada se hizo a un costado y Anselmo giró sobre su propio cuerpo para quedar de costado acostado mirando y apreciando la hermosa belleza de esta impávida mujer. Ella, que reposaba boca arriba sintió la calidez de Anselmo que la abrazaba con esa dulce mirada ansélmica que en el fondo ocultaba algo.
-Qué es lo que te pasa?- preguntó entonces poniéndose de frente a Anselmo, llenando todo el ambiente con el cálido aroma de su aliento.
-Hoy no te encontré de casualidad...- le dijo vergonzante mirándola fijo a los hermosos ojos.
-Me seguiste?!- se sorprendió- por qué?
-Te acordás del tipo del auto que acercó a Gésus...- preguntó Anselmo sentándose en la cama con la voz típica del que habla escogiendo la palabras.
-Ese que dijiste algo así como... que no hay lugar para las coincidencias?
-Ese mismo...- Lucero se sentó, mostrando su esbelta desnudez, frente a él con las piernas cruzadas. Atenta.
-Ese tipo me disparó hace un par de días después que yo...- dudó un segundo-... después que yo le saqué los ojos a un compañero de él.
-De qué estás hablando?
-Ese tipo, junto con el otro, estaban siguiendo a un amigo mío, con el cual de vez en cuando trabajo.
-Entonces.
-Yo salía del bar de Colifa, les pregunté que hacían- sacó un encendedor y un cigarro de su mesa de noche, puso en su boca el cigarro y comenzó a fumarlo después de haber utilizado el encendedor que después de usado, lo dejó por ahí- me obligaron a subir a ese mismo auto a punta de pistola, discutimos, me amenazaron, no directamente pero como entenderás la situación ya era amenazante, esperé el momento justo y ahí de un golpe le saqué los ojos al compañero del tipo que te llevó a vos a casa de tu madre y que después lo acercó a Gésus hasta el bar.
-Dios que horror!- dijo Lucero incrédula.
-No termina todo ahí.- Lucero se tapó los ojos primero y después los oídos con miedo a escuchar más, bajó la vista, la corrió hacia un costado, miró el cielo raso y al fin su mirada cayó de lleno en los ojos de Anselmo que lagrimeaban-... te seguí, porque esos dos se alternaban para vigilar a mi amigo con otro hombre y una mujer que conducían un auto color crema, el auto que Fernando hoy desechó al fondo del riacho....- largó al fin la primer bocanada de humo que salió arrepentida de sí misma.- Cuando ustedes salieron del bar, el auto crema los seguía y entonces decidí seguirlos a todos por si las moscas.
-Pero había sólo un hombre hoy. Qué pasó con la mujer?      
-También la maté y también maté al hombre del auto, después que Fernando lo dejó tumbado en el suelo...- Una lágrima rodó por el rostro de Anselmo. Lucero presa en la histeria comenzó a pegarle con las palmas de las manos abiertas. Anselmo no se defendía, se dejaba golpear por esas livianas manos que le caían encima golpeándolo nada más que para hacer desaparecer la furia, la histeria y así amenizar tensiones. Los golpes terminaron en un abrazo seguido de un llanto profundo y ahogado.
-Por qué me decís ésto?- le dijo triste.
-Porque soy un egoísta, quería que lo sepas...- Anselmo le quería decir todo lo que sentía, le quería decir que lo había dicho porque la amaba, porque por primera vez en la vida sentía a otra persona más en su alma y que con ella no quería tener secretos, pero Anselmo bien sabía que todo eso terminaría ablandando el duro corazón de Lucero, y con el corazón blando la cabeza poco piensa. Lucero estaba nerviosa e igualmente pensar con claridad era una tarea harto complicada, se frotaba las manos como si tuviese frío, y de hecho sentía un frío que le recorría la espina. Cayó su llanto en un silencio como para auscultarle el alma, lo miró fijo a los ojos buscando más allá de la superficie, hundiéndose en la trémola mirada de Anselmo que a pesar de todo no bajaba sus ojos y los sostenía con el justo orgullo que sostienen las miradas los que saben que a pesar de haber hecho mal, hicieron lo que debían.
-Lo vas a volver a hacer?
-Sí, si es necesario.- dijo entonces con pena y miedo al adiós.
-Por qué no me lo dijiste antes mierda!- gritó Lucero redundando en los golpes que confusos caían. Anselmo sabía que cualquier respuesta era una excusa.
-Algo hubiese cambiado?- le preguntó en un lastimoso suspiro que escapó inconsciente.
-Tal vez no me hubiese enamorado tanto de vos... ahora lo único que me queda es amarte así como sos, un asesino hijo de puta!- redundó en los golpes. Anselmo se deshizo de los golpes empujándola con una sola mano hacia un costado y se puso de pie.
-Carajo!- bramó- te pensás que yo estoy bien con toda esta mierda? Yo también sufro y no son las tres primeras vidas a las cuales yo le pongo el punto final, a mi también me duele habérmelos cargado!- la voz se le quebraba pero las lágrimas no rodaban por su rostro ya que parecían tener temor de salir y rodar hasta sus labios donde solitarias e infelices morirían. Lucero en la cama parecía haber caído en el pozo más profundo de la realidad, sentía las coyunturas de sus huesos estremecerse, sentía los párpados y los brazos pesados, no veía, no creía, casi todo se pintaba de negro y el futuro era algo que prefería no saber cómo vendría, si vestido de tul o famélico y en pelotas. Anselmo cayó de culo al piso preso de un vahído. Lucero escuchó la caída, levantó la vista y lo vio abatido en el piso con la mirada mojada y perdida. Saltó de la cama y le comenzó a besar los ojos despacio, como lamiendo cada una de las penas existentes, desapareciéndolas, cambiándolas por palabras dulces que le llegaban a Anselmo tan profundo como de donde le salían a Lucero.