Somos los tripulantes de una barca
que a la deriva va a un destino cierto
al que ignoramos con vasto ahínco
algunas veces cargados de miedo
y otras por necedad o conveniencia.
En un mar de continuos desconciertos
con oleosas mareas caprichosas
se estremecen profanos sentimientos
manoteamos al aire para aferramos
creyendo que hay, ahí, en lo etéreo
veras respuestas, claras y concretas,
puesto que de eso que creemos concreto
lo valuamos como algo superficial.
La realidad que genera el yo creo
nos abruma a medida que avanzamos
tal creencia nos genera un mareo
que cega el sentipensar de quién somos,
del quién nos acompaña y qué podemos;
en consecuencia, llega cruel la ausencia
deforma en su maneras lo que vemos
y así "solo" ya no es un adjetivo,
y como sustantivo triste y fiero
al oído nos engaña:
Dios ahí anda de paseo.
No siempre sos capitán de la barca
con suerte hay veces que sucede esto
podés ser timonel, contramaestre,
mecánico de algún motor
o en cubierta marinero
sin voz, injerencia, opinión, ni voto.
Igualmente no sientas desconsuelo,
no tengas miedo del rumbo en el que vas
la barca sabe ir a su último puerto.
Siempre se navega so riesgo de tormenta
y cuando no hay nada que hacer podemos
conveniente es atarse al palo mayor
y a pesar que en el caos estemos inmersos
menester es pacificar al alma, mantener la calma
agradecer lo aprendido del error
y recordar que aun siendo pequeñitos
nuestro pie deja su huella en lo eterno.
Usá el dolor que hallés en tu camino
con el alma limpia y el corazón abierto;
aunque te sientas roto en mil pedazos
no te hundas profundo en tu propio duelo
no es sano, no te sirve, te destruye,
elegí cómo sentir. Vos sos tu arquitecto.
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