jueves, junio 08, 2006

Creo que -- Cuento de... " en 45 minutos..."

Había sido en el invierno más crudo cuando nos enteramos que el tío Carlos andaba en cosas raras y que su maldita costumbre de desvanecerse frente a los problemas, no llevaba más que a perder criadas al abuelo José y cuando no a meter a toda la familia en líos. Lo notamos en prima facta por Josefina, la criada del abuelo en los tiempos que él todavía no había partido de viaje y jugaba a las damas con la mano izquierda atada en la espalda. Josefina había sufrido al tío Carlos. El había dejado de mirarla por debajo de la falda cada vez que ella se subía a la mesada de la cocina para, de la alacena, sacar algún producto de conserva. Josefina era la mujer con el rostro más hermoso, de rasgos y mirada latina, con los labios rojos ardientes como el fuego mismo del averno. Lástima que era petisa, muy petisa, su altura no superaba los treinta centímetros de altura, de pequeña había tenido una disfunción en la glándula del crecimiento y así había quedado pobre niña. Carlos llegó un día a casa del abuelo con una caja bajo el brazo, sudor en la frente y en la sonrisa... una veta conspicua que se escondía silenciosa. El abuelo tomaba té en el patio con el abuelo Ratín, la abuela Pocha (que hacía los teses más ricos del barrio) y un par de ancianos más. Ellos se reunían una vez cada quince días para hacer esas cosas que los viejos hacen, jugar cartas, pastar en viejas glorias y ensuciar pañales a cada tozuda tosida. Carlos llevó a Josefina a la habitación del fondo guiándola, tomándole la mano apenas, Josefina lo seguía indecente y picaresca como una virgen adolescente que hace tiempo que no era, de a pasitos rápidos y cortos debido a su estatura llegaron a la habitación. Carlos abrió la caja mostrándole a la muchacha que era lo que allí adentro llevaba. Sacó de adentro de la caja una maceta con tierra y un árbol de unos ochenta centímetros de alto plantado en ella, Josefina vio los ojos de Carlos que se iluminaron de una forma rara, enferma y perversa, quiso huir y gritar pero los viejos entre sus quejas hacían más bullicio que niñas quinceañeras en su fiesta blanca quinceañera, Carlos empezó a reír a carcajada limpia con la voz impostada mientras le cerraba a Josefina la puerta que le daría libertad en la cara, el miedo de la criada la hacia temblar, masculló odios al recordar que el carpintero y el desratizador habían cerrado todas las ratoneras de la casa, algunas con las ratas adentro y muertas (cosa que le dió a la casa una aroma que influyó para que los abuelos se muden de una buena vez de la vieja casona de barracas... pero esa es otra historia). Carlos la tomó con dos de sus dedos y la posó en la copa del árbol que sumaba ochenta centímetros, ella trataba de escaparse por las ramas pero el tío Carlos la volvía al centro de la copa, dónde el tronco aún seguía manteniendo erecta a la planta que caía hacía los costados cuando Josefina trataba de escapar inútilmente hacia cualquiera de los lados, se parapetaba tras una rama y lo espiaba entre el follaje. Dos golpes sonaron a la puerta y el abuelo Ratín esperaba del otro lado, Ratín era el único que no sufría incontinencia renal pero pese a eso golpeaba la puerta cómo si se estuviese por mojar pañal. Claro que Carlos quedó más que sorprendido de la forma confianzuda en que éste golpeaba la puerta del cuarto de la criada (que realmente era dónde estaban). Carlos la miró a Josefina con miedo pánico en la mirada, Josefina encambio lo miraba desde la cima del árbol y de sus ojos con cierta arrogancia e indecencia diciéndole ya verás... ya verás. El temía y ella lo sabía, la historia de Carlos con la familia y las criadas era una cosa harto complicada que ya a toda la familia nos había hecho sudar la gota gorda. Ratín entró y encontró frente a sus ojos la planta que tío Carlos había llevado y cómo fruto latino, hermosa como una flor, Josefina coronaba la copa con toda su pequeña belleza, gritando como descosida, agarrada del tronco principal. Carlos había desaparecido frente a los ojos de Josefina inexplicablemente, se había esfumado. Ratín tomó a la confundida Josefina entre sus manos y con un par de palabras la llevó hasta su bolsillo donde la depositó y la dejó descansando en paz pobre inocente. Josefina se fué en el bolsillo de Ratín y nunca más apareció, Ratín nunca tuvo que decir que él se la había llevado ya que nadie nunca supo que él fue el último en verla, el que lo sabía era Carlos, pero Carlos es así, con él teníamos montones de problemas, solía meterse en líos y más luego en la nada desvanecerse. Nunca nadie volvió a ver a Josefina, se duda todavía si fue robada del bolsillo de Ratín por algún carterista o bien si Ratín al sentarse en el toillette para hacer sus necesidades sin darse cuenta jaló la cadena y más de nada se supo de ella.
Carlos apareció dos semanas después con un veneno mata pulgones.

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