sábado, mayo 02, 2009

A la hora de la siesta – Cuento

Tal vez el crujir de las maderas se escuchó más tenebroso, por la hora del día que era. En la solariega tarde nunca nada pasa, y sin embargo, ese crujir estrepitoso lo hizo despertar de la merecida siesta. Vaya a saber uno porque problema en su pasado que dejó su mente enferma, acostumbraba a dormir con un cuchillo bajo el colchón, siempre cerca del borde y al alcance de su mano. Por lo que sin sobresaltarse y con un imperceptible movimiento, tomó el cuchillo y se fue poniendo de pie con el mismo empeño que un gato utiliza para caminar por el filo de un abismo. Hay ruidos que son comunes en las casas, sobre todo en las antiguas o en las que tienen pisos, paredes, techos o escaleras de madera. Pisaba con tal sigilo que su pie al posarse no hacía ni un ruido, sus movimientos eran lentos como los del Tai Chi Chuan, aunque su corazón, estimulado por litros de adrenalina, no dejaba de latir en un galope casi infernal. Todos sus sentidos estaban alerta, el mínimo sonido llegaba a sus oídos y podía determinar casi todo, tal vez como si el miedo resaltará el su sistema auditivo. Al salir de su cuarto no encontró si quiera una sombra, pero un extraño susurro llegaba desde el living justo debajo de él. Sentía que tenía la alternativa de quedarse y luchar por su territorio o huir despavorido y conseguir ayuda profesional, aunque la única salida de la casa se encontraba en planta baja. Podría huir por la ventana, dar un salto felino hacia la rama del abedul que tenía en el jardín trasero y bajar por el tronco del mismo hasta la libertad. Un vaso cayó desde las alturas y estallo en mil distintos pedazos. Se agachó escondiéndose entre la balaustrada de la escalera y una sombra se cruzó de repente por su campo visual. En sus sienes retumbaban los enérgicos latidos de su corazón. Su libre pensar y actuar se encontraban constipados ante las señales de emergencia que su cerebro no paraba de producir. Sus alternativas se redujeron a una cuando por cosa del destino se sintió observado por algo tras él… con un rápido giro de cintura y con el doble filo en su mano extendida cortó en dos al aire que lo asediaba. No podía respirar tranquilo, su acelerado corazón le había quitado el aliento. Posó la espalda en la pared más cercana parapetándose, sintiéndose así contenido. El crujir del primer peldaño de la escalera se hizo sentir y luego del sonido un sórdido silencioso lleno de espeso temor el ambiente. Extendió la mano armada hacia la escalera, en el filo del mismo veía su reflejo, sus ojos temerosos, su expresión de desconcierto, sus labios desdibujados y pálidos, las ojeras azules contrastando con la palidez de su piel sudorosa. Esperó un segundo, trataba de hacer silencio pero su propia respiración sonaba como un estruendoso ventarrón que anuncia el huracán, aunque ésta, quedó entrecortada ante el crujir del segundo escalón. Su pensamiento lógico trataba de mantenerse al pie del cañón en su manejo de situaciones, pero a pesar de su oscuro pasado, nunca había sido él quien se encontraba en esta situación. Arrinconado, aislado, trataba de ser sigiloso y silencioso, esperaba el momento oportuno de saltar frente a su cazador y ver quién, si acosador o presa, sería la cena. El profundo silencio volvió a rodearlo, tan denso estaba el ambiente a su alrededor que movía el cuchillo de manera enfermiza frente a sus ojos para aclarar su visión, mas en el filo, su reflejo le causaba temor e inseguridad en su posible actuar. Con la mente torva, el hacer es peligroso. Cerró los ojos un segundo apretando sus párpados con fuerza, pero el tercer escalón dio su quejido y sus ojos se abrieron sabiendo que el momento, poco a poco se acercaba. El reflejo de una luz que de algún lugar llegaba, por unos instantes cegó sus ojos, los cerró y los volvió a abrir moviendo rápido la hoja brillantina para que esta no interrumpa su visión justo cuando el cuarto escalón crujía bajo la amenaza, invisible hasta ahora, que lentamente se acercaba. Al mover su cuchillo, el reflejo que a sus ojos cegó fue a dar a la pared donde desemboca la escalera, quedó frío al ver que quién subiera, podía sospechar que algo arriba hubiera, y estaría esperando. Quiso gritar y salir corriendo, pero sabía que no era la alternativa con mejores perspectivas. En su mano solo tenía un cuchillo y el otro, el otro quién sabe. Nada hay más oscuro que el miedo humano, puesto que una insulsa pelusa puede llegar a ser el peor de tus amenazas y hasta mismo causar la muerte. respiró profundo sin hacer ruido alguno, se iba llenando de valor y coraje. Repetía para adentro la oración que cuida a los ladrones y a las prostitutas. No buscaba la salvación del otro, si no la suya propia. Escuchó el crujir de otro escalón y supo que tenía que hacer algo, al menos quitar el misterio que lo acobardaba y debía saber quién o qué era eso que lo acechaba. Se acostó en el piso boca abajo, alargando su mano hasta el comienzo de la escalera. Utilizó la hoja de su cuchillo como espejo. Quedó pasmado y sin aliento al verlo, una imagen jamás vista por él se encontraba entre el quinto y cuarto escalón de la escalera. Un ser de grandes proporciones que cambiaba sus formas y contra todo se refregaba como investigando los distintos tipos de texturas que lo rodeaban, notó que la pared blanca a un costado de la escala no llamaba tanto la atención como el marrón de la balaustrada. Estaba silencioso, boquiabierto, sorprendido… Esa cosa no parecía estar armada pero parecía doblarlo en peso y en tamaño, lo vio moverse torpemente pero aunque torpe logró desplazarse otro peldaño más arriba que al estar sobre el, crujió quejándose del peso. Una suerte de ojo se dibujó en el centro de esa masa reflejada en la hoja de su cuchillo, y se elevó con la ligereza de una pluma a más de un metro del piso. La reacción primaria, la necesidad de supervivencia, lo hizo replegar su cuchillo, ponerse de pie en un salto y salir corriendo a su habitación. A pesar que aquella bestia se encontraba a más de seis metros de distancia, al intentar cerrar la puerta tras de sí, una mucosidad dantesca se interpuso entre la puerta y el vano. La masa extraña se movía de abajo hacia arriba haciendo imposible la titánica tarea de cerrarle el paso, por lo que puso toda la fuerza de su peso sobre su espalda y usando la pared enfrentada a la puerta como punto de apoyo, empujaba con el alma tratando de salvar su vida. Mas la bestia que lo perseguía no menguaba en la lucha y parecía que nunca lo haría. Comenzó a tirar cuchillazos hacia la masa que no lo dejaba escapar pero en cada lugar donde la filosa hoja se hundía un líquido verde se purgaba y caía, a los segundos de estar en contacto con el aire, aparecía gelatinizarse y convertirse en un ser pequeñito de aquella bestia que quería entrar. Dejó entonces el cuchillo, en el suelo, ya que dentro de su habitación uno de esos seres gelatinizados luchaba contra una muda sucia de ropa la cual desvaneció en segundos por medio de algo así como un ácido. Cuatro chorros de ese líquido verde se estaban gelatinizando, y dentro de poco, cinco bestias pequeñas, con la misma textura y el mismo salvajismo que la que estaba afuera queriendo entrar, seguramente lo atacarían sin misericordia alguna. Miró la ventana cerrada y la rama del abedul extendiéndose hacia él como ofreciéndole ayuda. Dejó el punto de apoyo de la pared dejando caer los pies al suelo y después saltó sobre los mismos con la agilidad de una rana, cayó sobre la cama mientras la bestia entraba en la habitación dejando una huella carbonizada tras de sí. Se horrorizó al ver a esa masa multiforme abrirse a la mitad como si fueran las fauces de un animal hambriento que se acercaba a él con tal de devorarlo. Un chorro de líquido rosa salió de esas fauces hacia él, pudo esquivarlo por mera casualidad, cayó al piso fuertemente y golpeó su cabeza, una brisa fresca la acarició el rostro miró giró su rostro ensangrentado y vio la ventana derretida, seguramente por acción de ese líquido rosa que la bestia había arrojado sobre él. Se puso de pie y saltó con todas sus fuerzas hacia la rama del abedul teniendo la suerte de caer sobre esta. Comenzó a columpiarse por las ramas, saltando de una en otra alejándose y bajando una considerable cantidad de metros en segundos. Tuvo la necesidad de mirar desde el jardín a su ventana para ver que había ocurrido con su depredador y en vez de tranquilizarse, se le heló el corazón al ver aquella masa saltar hacia el árbol y romperse en mil pedazos sobre las ramas, que por acción del ácido comenzaron a arder en llamas. Los trozos verdes de líquido que caían a su alrededor, eran como gotas de ácido que le quemaban la piel al simple contacto. Las que llegaban al suelo se gelatinizaban y se reagrupaban en torno al grueso tronco esperando que su víctima baje de una vez.
Se encontraba rodeado, por sobre su cabeza la bestia extinta incineraba la copa del abedul que ardía como hoguera, a su alrededor las gotas de ácido le imposibilitaban cualquier escape, bajo él, las criaturitas gelatinizadas comenzaban a quemar todo aquello que tocaban. no había tiempo para pensar en el mejor desenlace para esta persecución, solo quería escapar y con la mente confundida como la tenía no le quedaba otra que confiar en el azar y en su instinto de supervivencia. Se soltó de la rama y cayó entre las verdes criaturitas que al tenerlo cercano saltaron sobre él consumiéndolo en un par de segundos mientras llenaba el barrio donde vivía de espantosos gritos de dolor y sufrimiento. A los cinco días de este suceso, la raza humana fue extinta del planeta tierra.

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