Y entonces quienes fueron víctimas saltaron sobre el ídolo tallado
y festejaron cuando el pedazo de mármol caía y se reventaba,
pero se escondieron cuando golpeó con todo su peso en el piso
pues tuvieron miedo, porque sabían, que a pesar de estar muerto hace tiempo,
aún esa imagen infundía ansiedad, terror y respeto.
Algo en su ADN les recordaba que aquel miserable - que traía la mentira en la punta de su lengua y a su cultura en la punta de la espada - era capaz de cometer un genocidio y creerse un héroe, el salvador.
Con suerte y de a poco los necios y los estúpidos desaparecemos, si no nos matan nuestros pares, nos matamos entre nosotros, y cuando no es ni el uno ni los otros, es la muerte justiciera quien pone el punto final a esta soberbia creencia de ser mejores que cualquiera de la que pecamos los seres humanos.
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