por primera vez. De una manera suave
gentil y salvaje; fuera de todo tiempo,
de toda lógica, dentro de la ciudad
los edificios alumbraban y el asfalto refulgía,
el calor húmedo se pegaba entre la ropa y la piel
y el sol no paraba un minuto a descansar,
pero por libres, mis pasos paseaban pisando apenas.
Hablé con los oficiales, con la kiosquera,
con el poligrillo y con un perro atorrante que movía la cola
pidiendo un pedazo de pancho con mostaza.
Pasear es ir por el mismo lugar de siempre pero sin presiones,
sin el tictac del reloj marcando nuestro paso,
con el tictac del corazón guiando.