martes, enero 29, 2008

Diario -- Cuento

Se sentó en la mesa del bar, pidió un aperitivo y un sifón de soda, le trajeron el diario y un platito con papas fritas y otro con maní, abrió el diario y comenzó a leerlo fácilmente, no estaba comprometido con la lectura, la verdad que al diario y sus noticias le daba una importancia casi igual a nada, no le importaban las cosas mediáticas, él sabía que lo que se publicaba era lo conveniente al gobierno de turno, con la información se maneja a la masa. Cómo no saberlo si él mismo había trabajado en el departamento de prensa de tantos gobiernos diciendo que si, que no, cuales noticias eran relevantes, cuales revelantes y cuales secretas, pero todo se pudrió y se fue de madre cuando llegó la internet, ahí si que todo se escurría entre las manos como el agua, como la arena, igualmente se controlaba lo más que se podía, en que páginas se podían entrar, en cuales no, cuales se bloqueaban... era un trabajo muy cansador, sobre todo desmoralizante, sabía en el fondo que si a un chancho le ponés margaritas, come margaritas, que si le ponés cebada como cebada, que si le ponés plástico come plástico, por lo que hay que ver qué es lo que se le da de comer a los chanchos. Así lo había aprendido y eso mismo le había quedado en la cabeza impreso profundo en su conciencia, no había vueltas. Al principio se veía a sí mismo como un paladín de la justicia, tratando de erradicar las malas hierbas, separando las semillas malas de las buenas, pero al cabo del tiempo se empezó a dar cuenta que más que nada era una simple marioneta del sistema, que manejar la información motiva al pueblo a hacer y decir ciertas cosas de las cuales no tienen ni idea, ni siquiera entienden su razón, ni su existencia. Se dio cuenta así que estaba transformando lentamente un pueblo de individuos en una masa obsecuente y no pensante. Un mundo de zombis se abría al futuro, donde se los alimentaba poco pero les daban mucha comida, se creían en la abundancia por las cantidades pero estaban en la carencia por la calidad que cada caso en particular tenía. Había muchas escuelas, pero la educación era pobre y escueta, tardaban tal vez tres años en enseñar a leer a escribir, a sumar a restar, a saber en que parte del mundo estaban. Había miles de centros médicos que llenaban de pastillas a la gente haciéndolos fármacodependientes, todo resfrío debía ser tratado con drogas de un poder mediano cuando realmente siete días en cama te dejan como nuevo. Defendían las raíces de "nuestra" cultura a más no poder, lo que volvía al pueblo hermético a nuevas usanzas y descubrimientos. No había forma de abrir sus mentes, de ver nuevos horizontes, de creer en ellos, de contar con ellos, de hacerlos posibles. El caudillo de un país americano de apellido Sarmiento, decía que había que educar al soberano, y el soberano era el pueblo, él creía fervientemente en que una buena educación daba libertad, otros entendieron que si la educación daba libertad, entonces la podrían dirigir para que ésta, diera el fruto que convenga.
Las páginas del diario pasaban unas tras otras aburridas de sí mismas, siempre con las mismas noticias, cambiando los personajes de dichas novedades, pero de lo demás nunca nada, o es tan cíclica nuestra historia como especie o aún no alcanzamos nuestra propia cola que venimos corriendo hace miles y miles de miles de años. Llegó a la parte de los obituarios donde se detuvo en un artículo en especial. Conocía a uno de los fenecidos, habría ido con él a la primaria, habían compartido el banco y todo, la de juegos de bolita que habían tenido, tremendas riñas a veces terminadas a los golpes con tal de recuperar las bolitas perdidas de alguna manera injusta o irregular. La mancha, la escondida, el poliladron, cuantos recreos, cuantas cosas, cuanta vida, cuanta inocencia sin pecado concebida, y ahora en el cajón... puta madre, quién lo iba a decir cuando teníamos los guardapolvos blancos llenos de tierra y ansiedades, con los bolsillos rotos las medias caídas y la energía a flor de piel. La vida nos pasó por encima, sin permiso ni licencias. Las ideas y recuerdos golpeaban una tras otro, las imágenes se le aparecían delante de sus ojos y no podía manejarlo, sus manos eran huesudas, sesenta años no es joda, pensaba silencioso también. La idea del adiós sin retorno lo atormentaba hace rato cuando su reflejo le cantaba las cuarenta en la cara y nada podía hacer para negarse esta realidad contundente, aunque se resisitía a aceptarlo y depende su estado de ánimo, era el garbo con el que ese día sobrellevara la situación. Hoy, por su hoy, era un día en el que se había despierto con la energía de un mil demonios, feliz de la vida, sintiéndose un veinteañero concuspiscente, fuerte arrogante, había caminado por la avenida mirando a todas las mujeres, guiñando el ojo, sonriendo atorrante a cada una que pasaba y con una mueca, de cuando en vez, le contestaban a sus maduras adulaciones con fines de lucro. Todo venía de maravillas, hasta comió un pancho de parado en una plaza rodeado de palomas y de chicos que correteaban por todos lados como si nunca se les acabara la cuerda, todo venía perfecto, hasta entrar a ese bar y recibir ese periódico que cayó como gran cuchara a revolver la tanta mierda de tanto pasado logrado, y que ahora en el presente, se le hacía una condena injusta con la que cargaba sin alternativas.
Cerró el periódico y trató de distraerse un poco con la página de chistes, pero seguía pensando en el obituario, no podía concentrarse, antes no quería, ahora no podía, tenía la imagen del cajón y la parca cavando la tumba que llevaba su nombre, cerraba los ojos, apretaba los párpados con fuerza queriendo aplastar las ideas de su conciencia, pero todo se hacía cada vez más y más nítido, tomó un poco de su aperitivo, al cual se dio cuenta en ese instante, que aún no le había dado ni un sorbo, por eso le mezcló la soda y la efervescencia de la misma le hizo pensar en lo maleable, en la perdurabilidad, en que uno es en la sociedad para lo que la burbuja a la soda. Cerró el diario, lo puso en la mesa de al lado tratando de alejarse de esa realidad, sentía en las sienes el latido del corazón, lo abombaba la idea del pasado merodeando su presente, lo asustaba ese continuo tal vez que pateaba las puertas del subconciente e iba encontrando a los miedos más aterradores, escondidos en las sombras de los lugares más lúgubres del alma. Estaba roto, mirar por la ventana le hacía dar cuenta que nada somos, que de nada venimos, que hacia nada vamos, la respiración se le dificultaba y la suerte nerviosa que lo recorría lo obligaba a desabrocharse los botones de la camisa, una camisa holgada pero que a fin de cuentas le mostraba que el cuerpo tiene un límite, un límite que el no quería ver ni sentir, un límite que en este momento no quería aceptar como tal. Se sentía paralizado por el terror, no había escape, no había lugar donde esconderse, por ser él mismo el depredador y la presa. Dónde podía ir, cómo podía expiar su culpa? Se echó un par de maníes en la boca y los bajó con un sorbo de líquido que por tanto tiempo de inactividad estaba caliente, igualmente, ayudaron a los maníes a seguir bajando por su gaznate.
Trataba de prestar atención al televisor con volumen bajo que colgaba de una pared, pero los ojos se le iban hacia el diario cerrado que reposaba en la mesa de al lado, y pensaba en el obituario, trataba de escuchar conversaciones ajenas para pensar en otra cosa, pero cada conversación de alguna manera insólita lo llevaba al mismo punto de partida, se puso de pie abruptamente, manejado más por insitinto que por conciencia, tomó el diario y lo deshizo en mil y un pedazos, sin histeria, sin nervios, aplicaba la presión necesaria para lograr no dejar ni una noticia sana, el mozo se le acercó cortesmente pero no había lugar para las cortesías cuando comenzó a revolear los trozos de periódico por el aire y a reir lo más suelto, entre dos mozos lo pudieron reducir hasta que llegó la policía y lo detuvo por escándalo en la vía pública. A eso de las diez de la noche lo dejaron salir, no tenía antecedentes y el comisario había comprendido la historia y lo que le había pasado, una crisis, una crisis de la edad como tantas otras, pero eso si, trate de mesurarse un poco, le dijo bonachón mientras lo liberaban. Pasó por un puesto de diarios y revistas y en el vespertino estaba su foto en primer plano donde el titular refería viejo loco arma flor de escándalo por ganar la lotería, es arrestado. Meneó la cabeza un par de veces pensando en que Lotería Nacional había pasado un dinerillo por debajo de la mesa para que la gente vuelva a creer en salvarse la vida a cambio de un par de pesitos. Quiso comprar una revista de crucigramas, metió su mano en el bolsillo para sacar el dinero y da las casualidades del destino que sacó el obituario de su amigo recortado perfectamente. Indudablemente la vida le estaba jugando su última broma, ahí nomás se desplomó por un ataque cardíaco masivo que se lo llevó de este mundo. El diarero lo vio desplomarse sacó su celular del bolsillo y llamó a una ambulancia, cortó y pensó... que mala leche, ganás la lotería y te morís de un cíncope, ojalá esa guita me la hubiese ganado yo...

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