miércoles, septiembre 01, 2021

Pluc -- Cuento corto

Pluc...  doce mil setecientos setenta y tres. Pluc... doce mil setecientos setenta y cuatro. Pluc... doce mil setecientos setenta y cinco. Pluc... doce mil setecientos setenta y seis. Pluc... doce mil setecientos setenta y siete. 

La gota de la canilla de la cocina seguía golpeando la bacha metálica, monótona, monocorde, monoaural, monógama.

Pluc...  doce mil setecientos setenta y ocho. Pluc... doce mil setecientos setenta y nueve. Pluc... doce mil setecientos ochenta. Pluc... doce mil setecientos ochenta y uno. Pluc... doce mil setecientos ochenta y dos.

En el brillante plástico imitación metal de la canilla se puede ver el reflejo de la ventana. Afuera está nevando y la nieve asordina cualquier ruido posible. Si existe el silencio es gracias a la nieve, que absorbe todo sonido, que acribilla al eco, que silencia al vacío, madre del mutismo, ama de la paz y el sosiego. 

Pluc...  doce mil setecientos ochenta y tres. Pluc... doce mil setecientos ochenta y cuatro. Pluc... doce mil setecientos ochenta y cinco. Pluc... doce mil setecientos ochenta y seis. Pluc... doce mil setecientos ochenta y siete.

En cada invierno, en cada nevada se corta la luz en el pueblo y todos nos quedamos mansos, en la casa, a oscuras, en un silencio profundo, los más cautos tienen velas y baterías de repuesto, para la vieja radio, sin embargo todos olvidan fijarse si tienen las velas y las radios al principio del invierno. Las expectativas son tan altas, la temporada de paseo, de la leña, del esquí, de los turistas adueñándose de las calles, de las veredas, de los semáforos, de los restoranes, de las salas de espera de las clínicas y de los hospitales.

Pluc...  doce mil setecientos ochenta y ocho. Pluc... doce mil setecientos ochenta y nueve. Pluc... doce mil setecientos noventa. Pluc... doce mil setecientos noventa  y uno. Pluc... doce mil setecientos noventa  y dos.

El frío, la noche, la nieve, la carencia de electricidad, de excentricidad... el miedo, la soledad, la tristeza, la monotonía, esa extraña paz de saber, de entender, de conocer por costumbre que nada es ni será distinto, que esta es la rutina en el para siempre, una estúpida celda en un infierno personal con poco espacio y nada de tiempo. Encerrado en un loop continuo, letárgico, poco memorable pero difícil de olvidar. Un punto gris en medio de un gran muro monocromático, el lugar donde el tal vez ha muerto, donde la curiosidad duerme, que el relámpago no chilla, ni ilumina, donde los copos de nieve caen, mecidos por su propia ingravidez, en el lugar que deben caer. 

Pluc...  doce mil setecientos noventa  y tres. Pluc... doce mil setecientos noventa  y cuatro. Pluc... doce mil setecientos noventa y cinco. Pluc... doce mil setecientos noventa  y seis. Pluc... doce mil setecientos noventa  y siete.

En el pueblo la costumbre se ha hecho carne, las bocas se automatizaron a sonreírle a la muerte más que a la vida, donde los ojos se han acostumbrado tanto a la falta de horizontes que la luz del sol los encandila aún cuando en la luna se refractan y vuelven conocidas las oscuras siluetas con las sombras de siempre.

Y este silencio, y esta oscuridad, y esta soledad, y esta rutina, la misma monótona rutina sin sorpresas, sin dilemas, sin cambios, sin necesidades, sin urgencias, sin adioses.

Pluc... doce mil setecientos noventa y ocho. Pluc... doce mil setecientos noventa  y nueve. ¡Doce mil ochoci...! ¡Ochoci...! En el reflejo que daba el brillante plástico símil metal se vio como el rostro pálido, lívido y aburrido se estiraba al acercarse y espiar más de cerca. Sus toscas manos recorrieron la canilla de punta a punta, sus largos dedos hurgaron en su agujero buscando la última gota, esa gota que significa algo, que es capaz de derramar el vaso, esa gota que no es igual a las otras. Esa gota que no es monótona, ni monocorde, ni monocromática, ni monoaural, ni monógama, como era de esperarse jamás caería. 

Giró el grifo rápidamente para abrirlo y con la misma velocidad para cerrarlo, para engañar al presente, para cambiar el destino, para ser el ejecutor de su propio albedrío. Sintió como se retorcían las entrañas de la cañería, vislumbró en la oscuridad que una gota de agua comenzaba a asomarse por la boca de plástico plateado, como el centro de la tierra la iba llamando, como se desprendía de a poco sin esforzarse en lo más mínimo por quedarse allí atrapada y dejarse fluir y caer, y al caer sobre la metálica bacha de la cocina, reconocer el sonido constante, sonante, igual, nunca distinto, desde hace tantos años hasta hoy, el inconfundible sonido del Pluc... doce mil setecientos setenta y dos; del Pluc... doce mil setecientos setenta y tres; del Pluc... doce mil setecientos setenta y cuatro.

Sin luz, sin sueños, sin adiós, con nada... solo en la noche, sin algo por hacer, sin qué para pensar, sin siquiera un miserable tal.

Pluc... 

Uno.

No hay comentarios.: