Extraño
el aroma tecnocrático del subterráneo,
las silentes luminarias en Plaza de Mayo,
los caóticos balcones de Diagonal Norte
y su estrafalaria cohorte de árboles sin hojas.
Contrastan
coloridos los jacarandaes florecidos
con los grises elefantes de vidrio y concreto.
El taxi, el peatón, la puteada, el colectivo,
y la gente. Tanta gente. Tantísima gente.
Cansados
trenes que imponentes violan la villa en Retiro.
El pasaje con veredas opuestas e idénticas.
El plata sin brillo oliendo a carbón y chorizo.
La calleja que con rejas del tiempo se apropió.
La sanguinaria historia del romántico Rosedal
y esa verga colosal sin esperma ni testículos.
Sin paraíso, es fruto prohibido Buenos Aires,
cambalache de inmigrantes, de cristianos y milicos
que escondidos en las sombras de sus circos
sin culpa le robaron el destino a los niños
el consuelo a los más viejos y a los pobres hasta el hambre.
Fruto podrido eres, mi querido Buenos Aires.
el aroma tecnocrático del subterráneo,
las silentes luminarias en Plaza de Mayo,
los caóticos balcones de Diagonal Norte
y su estrafalaria cohorte de árboles sin hojas.
Contrastan
coloridos los jacarandaes florecidos
con los grises elefantes de vidrio y concreto.
El taxi, el peatón, la puteada, el colectivo,
y la gente. Tanta gente. Tantísima gente.
Cansados
trenes que imponentes violan la villa en Retiro.
El pasaje con veredas opuestas e idénticas.
El plata sin brillo oliendo a carbón y chorizo.
La calleja que con rejas del tiempo se apropió.
La sanguinaria historia del romántico Rosedal
y esa verga colosal sin esperma ni testículos.
Sin paraíso, es fruto prohibido Buenos Aires,
cambalache de inmigrantes, de cristianos y milicos
que escondidos en las sombras de sus circos
sin culpa le robaron el destino a los niños
el consuelo a los más viejos y a los pobres hasta el hambre.
Fruto podrido eres, mi querido Buenos Aires.
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