¿Qué es la verdad?
Según la RAE, la verdad es definida, en primera instancia, como “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente” o sea, es la paridad de las cosas con aquel concepto que nosotros formamos dentro de nuestra cabeza. Digamos que la verdad es la interpretación de la percepción que un individuo tiene de una realidad dada, en un momento único, instantáneo e irrepetible.
La segunda acepción es “Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.” Aquí, la verdad ya no tiene nada que ver con la paridad de objeto/concepto, sino que tenemos una verdad intrínseca que tiene que ver con nuestra propia forma de ser, de entender, de sentir el mundo y expresar tal situación interna, de la manera más mimética posible. Sin embargo, ¿Somos capaces de expresar exactamente qué sentimos, qué pensamos, quiénes somos a cualquier persona? ¿O el miedo a exponernos y mostrarnos vulnerables nos invita a no ser tan exactos a la hora de autodefinirnos?
En la tercera acepción de la verdad, la RAE define que es la “Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre de la misma manera, sin mutación alguna”, digamos que la verdad es algo que no cambiará nunca, hasta el infinito, no modificará ni un átomo de su existencia, ni el paso del tiempo, de las culturas, de las sociedades, de las generaciones, de las políticas, de las religiones… en otras palabras, la verdad no tiene que ver con ninguna percepción propia, sino que es algo que existe por sí mismo, desde siempre y para siempre.
La cuarta acepción asegura que la verdad es un “Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente” digamos, que aquel que tenga una argumentación lo suficientemente sólida, será el amo de la verdad, aunque esta no sea más que una patraña, una amenaza o una locura. Pensemos como ejemplo que aquellos mal vivientes (que siendo más inteligentes o más fuertes) te proponen “quitarte el dinero o quitarte la vida”, éstos muestran a estas dos opciones como únicas verdades (sin embargo hay muchas más), tal propuesta no puede ser negada racionalmente, por tanto, tendrán la verdad en sus manos, y al ser ellos los dueños de la verdad, uno deberá aceptar uno de estos dos postulados terribles con tal de seguir adelante, y por este acto de supervivencia, transforma a tal juicio o proposición disparatada, en una verdad que nadie negaría racionalmente… La verdad es que elegirás que se lleven el dinero, antes de que te quiten la vida, sin embargo y verdaderamente, hay muchísimas más opciones, que al no ser planteadas, parecieran no existir, no ser reales, y por lo tanto imposibles.
Podría brindar muchos ejemplos de coerción física, social, cultural, económica basados en este tipo de verdades. Verdades terribles, llenas de barbarie y exabruptos, que se plantean como “verdad” y sin embargo que duelen tanto, y que son tan injustas, que impresiona…
Sin embargo, no estamos acá para juzgar cuando es que la verdad duele o si es justa, apenas estoy planteando, al menos por ahora, qué me genera este concepto, su entidad en sí, la existencia de la verdad en estos tiempos donde, y como decía Campoamor:
“Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira”
La palabra verdad tiene sus raíces etimológicas en el latín “verĭtas, -ātis”, cercano a lo que hoy llamamos veracidad, un revoltijo de verdad y realidad, en resumen, una mezcla de realidad que es aquello que uno puede percibir de una situación momentánea que dura, como todo, un instante, y luego, de la verdad que es (como vimos más arriba) el modo en el que uno puede expresar aquella vivencia desde sus conocimientos.
Para los Romanos, Veritas también era el nombre de la diosa de la verdad, hija de Saturno (el dios del tiempo) y madre de Virtus (la "virtud").
Tal vez, por ser su padre el Dios del tiempo, es que la RAE le adjudica a la verdad esa cualidad atemporal e infinita de ser siempre lo que es y nunca cambiar para jamás ser distinta.
Según su mitología, esta Diosa vivía en el fondo de un pozo sagrado al cual no se podía acceder fácilmente, seguramente, por lo difícil de atrapar que ha de ser la verdad (en el Renacentismo se la solía representar desnuda, con un espejo en la mano, aludiendo a que la verdad, no se pone los colores de nadie y que refleja la realidad tal y como es, sin adornos ni disfraces).
Para los latinos, según podemos apreciar, la verdad es una cualidad de las personas, es el modo en que las personas se muestran, cómo expresan su percepción de la realidad, cómo juzgan y luego exponen esa percepción con virtuosa veracidad. La verdad como cualidad inteligente del ser humano, la verdad como virtud. La interpretación de la realidad según el quién. La subjetividad a ultranza.
Inconforme como siempre, o al menos no del todo satisfecho por entender que, si la verdad es una cualidad de la vida inteligente, entonces tendrían razón los Simpson, cuando en un capítulo, un vendedor le dice a Marge que “está “la verdad” y “la verdad”” (tal argumento era para que la dulce esposa de Homero cambiara, ciertas palabras y diera a la realidad otra posible interpretación favorable, al poco satisfactorio producto que se ofrecía a la venta).
Hablando de Homero, me siento en la obligación de cruzar el charco y acercarme a los griegos que entendían que las cosas existen esencialmente por sí mismas, sin necesidad de que alguien les dé entidad, y me encuentro, con que en la mitología de esta civilización, la diosa de la verdad era conocida como Alétheia, hija de Zeus, conocido por ser el asesino de su padre, Cronos (el tiempo); así como también por su inteligencia, sabiduría, bravura y su inacabable apetito sexual. Alétheia fue madre de la diosa Arete (que es “la” virtud, todas ellas, la virtud en sí). Algunos autores, se atreven a decir, que Alétheia fue quien amamantó a Apolo, Dios del sol que todo lo ilumina. Dentro de esta cosmovisión la verdad es quien educó a la virtud, así como también alimentó al sol para que éste crezca y pueda iluminar todo, para que nada esté oculto, y que aquello que es por sí mismo, esté bien a la vista y separado de sus sombras.
Cómo dato curioso, en la gramática griega, alétheia (verdad), es una palabra compuesta por “a” como prefijo privativo (sin); “létheia” (ocultar, olvidar). Etimológicamente significa “aquello que no está oculto, aquello que es evidente, lo que es verdadero”. También hace referencia al "desocultamiento del ser".
Létheia, por otro lado, es medio pariente del vocablo Leteo, nombre dado a uno de los ríos del Hades, que según esta mitología, el beber de sus aguas causaba un total olvido. Se creía, se decía, que en su camino de regreso a la vida, las almas beben de él y es por eso que al volver a nacer, olvidamos por completo nuestras vidas pasadas.
Alétehia fue la palabra con la que Parménides definió a la verdad como un concepto referido a la sinceridad de los hechos y la realidad.
Digamos entonces que, para los antiguos griegos, la verdad estaba en el ser como un todo, en la cosa, como un concepto en sí mismo, fuera como sea, como se muestra a la luz del sol, libre de apariencias que pudieran enmascararla.
La verdad es la entidad así cómo es. La realidad más allá de la interpretación de cada quién. La objetividad a ultranza.
Si me salto otro charco más, llego al medio oriente donde me encuentro con que en el mundo semítico existe un término hebreo que es traducido como verdad: “emet”.
En hebreo, “emet”, se escribe con tres letras, “álef” y “tav” son la primera y última letra (respectivamente) del alefato herbreo, así mismo, “mem” (la del medio), se encuentra cerca del centro del mismo. Esta última es relacionada con el agua, ya que “maim” (agua en hebreo) empieza con “mem”, y es por tal motivo que simboliza el flujo, el fluir.
Podríamos decir, entonces, que desde esta cosmovisión, “emet” no habla de la interpretación del uno -lo subjetivo-, tampoco habla de la entidad de la cosa en sí -lo objetivo-, sino que más bien, la “verdad” está ligada al proceso de un “comienzo (álef) que fluye (mem) hasta alcanzar su final (tav). Un devenir constante, que es como es, que brinda una seguridad que genera confianza en saber que las cosas son como son.
A su vez, “emet” está ligada con el vocablo “amén”, que significa “así sea”; por tanto, “emet”, no solo significa verdad, sino que también: confianza, firmeza, estabilidad, integridad y aceptación de lo que es, sin juicio alguno.
Los árabes utilizan el término “sidq” (sadaqa) para referirse a la verdad, a la honestidad, sinceridad, honradez, veracidad, autenticidad, a creer, a revalidar, avalar, etcétera… de este vocablo (sidq) sale la palabra “sadiq” (sadiqon) que significa, amigo.
¿Será que en el mundo árabe la verdad y la amistad van de la mano? ¿Que la verdad solo puede ser dicha o escuchada de alguien que es realmente un amigo? ¿Será que el verdadero amor está en la amistad? ¿Será que solo, de y en un amigo, es que podemos esperar y depositar nuestra honestidad, sinceridad, honradez, veracidad, autenticidad? ¿Amigo no es en quién podemos creer, a quien podemos revalidar, avalar una y otra y otra vez? ¿Amigo y verdad, vienen de un mismo lugar y fluyen hacia un mismo final? ¿No hay siempre sombras en el otro? ¿Cosas que están ocultas a la luz del sol? ¿Cosas que el otro no quiere mostrar o que nosotros no somos capaces de ver? ¿Hay verdad en la amistad acaso? Tal vez sí, en algunas amistades, seguramente las haya.
Volviendo a los griegos por un momento, cabe recordar que para Platón la verdad era una ideal a alcanzar, sin embargo… ¿Cómo podemos alcanzar este ideal? Descartes propuso la duda como camino a la verdad, Kant creía que se podía alcanzar a la verdad equiparando el conocimiento con el objeto; y para Hegel, lo que es y lo que no es, es verdad; en breve: El absoluto es la verdad.
Cercano al ocaso de la era Victoriana, el filósofo alemán Friederich Nietzche patea el tablero y nos muestra su percepción de la realidad, reflexionando que la verdad es un concepto esclavista, al que todos rendimos pleitesía aún sin nunca haberle visto el rostro, sin siquiera conocerla, saber qué es, o cómo definirla. Nos llama esclavos de una idea poco clara en su concepción y profundidad, de un punto de vista al que naturalizamos y banalizamos con una superficialidad pasmosa. Encuentra que el ser humano ha determinado a la verdad como una construcción moral parida en criterios extra estéticos. En su obra Sobre verdad y mentira en sentido extramoral escribe: “…ser veraz, esto significa usar las metáforas usuales, por tanto moralmente expresado: el compromiso de mentir de acuerdo a una firme convención, de mentir al modo de rebaño, es un estilo obligatorio para todos…”, en otras palabras: estamos obligados a definir al mundo que nos rodea según un consenso generalizado sobre lo que el mundo es. El mundo se define a sí mismo y nosotros aceptamos tal juicio como corderos, puesto que si nuestra percepción de esa realidad -de ese mundo- difiere del consenso, no seremos considerados como verdaderos o veraces y seremos excluidos a las sombras. Por esto y para gozar de la luz de la verdad, sólo diremos la verdad, en tanto y cuanto expresemos nuestros pensamientos y sentimientos acorde a ese consenso que opina la mayoría, o que impone el ente de poder.
No es normal todo aquel que está fuera de la norma, puesto que la norma es la verdad impuesta por consenso, por lo que si un daltónico dice que los árboles son azules, es mentiroso o está enfermo, si alguien dice que hemos matado a Dios, o que la tierra no ocupa el centro de nuestra galaxia, o cree que todo es relativo y nada es absoluto, la sociedad lo juzgará como equivocado, mentiroso o loco aunque años después, cambiadas las perspectivas, se los considere genios.
¿Existe entonces una única verdad?
Intentando buscar la respuesta, hasta ahora, encontramos la existencia de la verdad objetiva, la subjetiva y la absoluta.
La objetiva es cuando el hecho “no depende de las experiencias, creencias y observaciones de cada individuo en particular sino que existe independientemente de que se la conozca o acepte…” digamos: un hecho que se repite en todos lados, de la misma manera, del mismo modo, aun cuando se la niegue o que nadie sepa que existe; esto es una verdad absoluta. Es, porque es.
La subjetiva es aquella que “basa su fundamento y existencia en el individuo que la formula”. Esto sería que: toda percepción, opinión, dicción y sensación que experimentamos como sujetos de manera individual, son verdades. Por tanto que mi subjetividad, que es distinta a la tuya, marca que: vos o yo estamos mintiendo; que hay demasiadas verdades; o, lo que complica todavía más las cosas, que la verdad no existe.
Pero… ¿qué pasa entonces con la verdad absoluta, esa que es independiente a lo subjetivo de cada quién? Traigo entonces la acepción de la RAE que afirma que la verdad es la “Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre de la misma manera, sin mutación alguna”, y pienso: Si una cosa puede cambiar de objetiva a subjetiva, de absoluta a relativa, no mantiene la preceptiva de no mutación, entonces, por propia definición, la verdad, no debería ser verdad. Tal razonamiento me recuerda a la cuarta acepción de la RAE que define que la verdad es un “Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente”, por lo tanto:
Si la cosa puede cambiar de absoluta a relativa, no mantiene la preceptiva de no mutación, entonces por propia definición, la verdad no debería ser verdad. Tal propuesta no puede negarse de manera racional, por lo tanto es verdad. La paradoja resultante es: la verdad es, que la verdad no existe.
Tal razonamiento me da a entender que la única definición posible y entendible que le podría caber a esta palabra, a este concepto, es que la verdad, es aquello que no es mentira. Digamos, que solo existe cuando no existe su contracara: la mentira. Puesto que la mentira es eso que se oculta, eso que está en las sombras, es aquello que no es. Digamos que la mentira, es mentira y la verdad es no mentira, pues la mentira es objetiva y absoluta. Es lo que no es, no hay forma de que exista una mentira subjetiva, y menos que menos una mentira relativa. Sí, podremos encontrar, distintos niveles de mentira que no dependerán de la apreciación del diciente, del sintiente, sino que simplemente, son mentiras porque no se ajustan a la realidad, a lo que es. La mentira es lo que no es. Sin embargo, una verdad, puede cambiar según con qué pie de la cama hayamos salido hoy, porque es una apreciación de lo que es, y lo que es, es mentira.
La moral de la sociedad, la ética de las personas, la reputación de quienes nos rodean, se basan en la verdad, en la veracidad de las cosas; confiamos en quienes creemos porque son verdaderos y auténticos, que dicen lo que nosotros creemos que piensan y sienten. Basamos la esperanza de nuestra sociedad en un concepto al que le dimos existencia y un valor sobrenatural, cuando realmente no es más que un concepto vacío y sin sustancia, que no existe por sí mismo, pues su existencia es una paradoja.
Por otro lado desdeñamos a la mentira porque nos daña la confianza, y sin confianza no sentimos seguridad, y sin seguridad nos sentimos perdidos y a la deriva en las manos de nadie, vulnerables a cualquier cosa que pueda pasar y que no podemos controlar.
La verdad ayuda a controlarnos, a ser esclavizados por nuestros conceptos, a dar una estructura a las cosas y así tener la certeza de que todos pensamos, creemos y sentimos igual generando una estructura en un consenso que nos protege de la incertidumbre del azar, de lo pluricultural, de la diferencia existente entre cada uno de nuestros pensamientos, sentimientos y creencias.
Erradicamos así este miedo a lo que no conocemos, y que nos mueve a darle una única entidad a propuestas que no pueden sostenerse por sí mismas, pero que son afines a una conveniencia social, psicológica, histórica y cultural. Vestimos a la verdad y le quitamos el espejo para decirle quién es y cómo es. La sacamos del pozo y alquilamos para que viva, un ostentoso departamento en la avenida principal que no es suyo, en el que vive de prestado, y sabe, que en cualquier momento, dejará de habitarlo y vivir de ese modo.
La verdad entiende que otra vez la correremos cuando ya no nos convenga, cuando ya no nos interese, cuando estemos preparados para interpretar distinto o cuando la ceguera y el miedo de ser quienes somos, sea tan profundo como este mar de incertidumbre e ignorancia en el que, desde siempre y para siempre, navegamos a la deriva…