Fue apretar un botón y entender
que el ratón oprimido corre al gato,
que la cabra escapa de las pericias del zorro,
que el perro rabioso sobre la tumba de su amo
hasta morir su propia muerte, muere lentamente la ajena.
Fue mirar para otro lado y darme cuenta que la miseria
existe aún cuando la vista quiera correrse al costado,
que los monstruos de carne y hueso siguen allí
aunque aprietes los párpados con fuerza, y que no huyen
con el sonido del chirriar de tus dientes o al ver tus puños listos.
Fue cerrar la boca y mirar que mis palabras escapan por mis ojos
y así te vi bajar la vista y sacar la sonrisa falsa y estúpida de tu rostro
te vi escapar y esconderte hasta apagarte, y olvidar que tus manos y las mías,
alguna vez, hicieron un boceto con barro de un futuro al que soplamos con nuestro aliento
y de pronto el hecho se volvió juicio, el tiempo finito y el espacio, apretado.
Fue romper sólo un eslabón para que toda la cadena se vea y vuelva vulnerable e insensata.
Me creí poderoso, libre, pude correr sin estar aferrado más que a mi sombra
que me acompañó por todos lados hasta que en la oscuridad se fundió silenciosa.
Sin saber cómo ni por qué, de pronto, en toda esa brutal soledad absoluta
me encontré conmigo y respiré en paz sintiéndome humano por primera vez.