En el espejo sin fondo de tus ojos
me vi cómo me veías,
cuando todavía,
la realidad de ser quien soy
era una deconstrucción desanimada
de los deseos que los otros
(entre paja, platas y oros)
habían depositado en mí.
No sentí vergüenza,
al ver desde tus ojos
quien alguna vez fui,
pero sí la sentí
por no encontrar la profunidad
que compartimos,
no por nostalgia
sino por azar.
Es que la casualidad
siempre me acerca a un puerto
que nuevo
se desnuda ante mí;
e intrépido
(y porque no también estúpido),
bajo y recorro las fondas y callejas
que oscuras y bulliciosas
al peligro exageran
disfrazando su verdad.
Tal vez fue,
que en lo profundo de tus ojos
no hubo premio ni castigo
más que verme a mí mismo
desnudo y desde otro lugar.
Tal vez es,
que en el abismo de esta nada,
no hay paredes ni ventanas
amputando laberintos
que cohartan libertad.
Tal vez sea,
porque necesito,
que olvidé que las llaves
que abren puertas
también las cierran.
Me prometo estirar los momentos
hasta que el verbo sea hecho
que ya no haya techo
pero sí escaleras.
Y me repito no decir que el olvido
es un vino que se bebe en soledad;
y me repito no dar pasos en falso
ya nunca de nuevo jamás;
y deshilacho sin pena,
los lienzos confusos de la realidad.
Es cierto
que me vi y perdí
en el espejo sin fondo
de tus ojos que aun me miran
entendí y aprehendí:
los otoños con colores,
las primaveras sin flores.