jueves, enero 27, 2022

Antes de la homilía de las 7

El cáliz y el copón descansan sobre el corporal impoluto sin pecado concebido
la patena, que sosteniene los diezmados miembros del cuerpo resucitado,
está bañada apenas y desde sus costados
por la tenue luz que asegura la presencia de Jesús en el altar (y en esas vidas)
los vinajeros repletos hasta el borde de la sangre vertida como sacrificio
y del agua usada para limpiarnos las almas del pecado original, de la primera culpa
(realmente contienen el vino y la soda que mezcla el padre todos los días para almorzar)

El misal abierto por placer esperando ansioso a ser penetrado por los ojos litúrgicos y expiatorios
al costado del altar mayor, sobre el ambón, el discurso del tirano está escrito en el leccionario,
cerca del lavabo, por supuesto, con él la carne se limpia de las atrocidades con las que el espíritu se autocondena
la palia, el manutergio y el purificador terminan la labor secando las penas con las que se autoflagelan
aquellos que creen que todo ha sido culpa nuestra.

¡Oh, Padre!
¿Cómo es que perdí tu camino?
¿Cuándo te perdí?
¿Cuánto me perdí?

Las sombras han penetrado en mi luz y la han puesto sobre el banquillo
también han diezmado en el confesionario la inocencia de más de un monaguillo que ha resuelto ya no volver.

Mea culpa, padre,
mea culpa.

Ojalá
que la justicia del hombre ignore mis atrocidades
que tu justicia sea compasiva
y que las sombras encuentren el camino de salida.

Amén.

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