Fernández, real portador del apellido, se excusaba ante Hernández por el comportamiento peculiar de su esposa, que miraba a ambos hombres con los ojos inyectados en sangre, los brazos cruzados y con la alpargata del pie derecho repitiendo paf, paf, paf sobre el polvoriento piso de tierra.
-Con qué voy a trabajar mañana si me han arrestado al caballo?-
-Le prestaría el mío, pero sabe que tengo rengo al matungo después de eso que le pasó en el río... salvo que a usted no le moleste ir con el caballo cojo a su trabajo.- Hernández abrió sus ojos como si hubiera visto un fantasma.
-Está usted loco? Como voy a ir al trabajo con un caballo cojo, antes muerto a faconazos... sabe bien usted lo que dicen de los gauchos que andan sobre heridos matungos.-
-Vio Ernesta...- dijo Fernández a su esposa que aún seguía desafiante esperando que la policía encuentre su ropa interior por algún lado.
-Sotretas son ustedes dos, si el caballo anda rengo no es porque tenga el diablo adentro...-
-Usted no tiene idea de caballos vieja yegua.- le respondió su esposo.
-Si hubiera tenido en vez de enlazar a un caballo de tiro me hubiese montado a un pura sangre y ahora viviría en la ciudad como una bacana y no en el medio del campo como un pájaro campana.-
-Campana por lengua larga, - arremetió Fernández - vaya para adentro a preparse unos mates que un rato entro y quiero meter algo calentito en el buche, vamos.- Ernesta se metio dentro del rancho y se escuchó el ruido del metal crepitando sobre el fuego.
-Deje Fernández, no se va a andar peleando con su china por semejante sotretada, iré mañana caminando hasta el campo de Florindo y ahí tomaré prestado un zaino, ese Florindo me debe más de un favor y nunca me lo he cobrado.-
-Quisiera disculparme de alguna manera Hernández, no era mi intención todo este mal trago, quiere darle a una caña que traje de mi último arreo?-
-Le doy gracias a los santos que del demonio me alejaron, le acepto unos amargos en el caso que usted quiera, pero que sean en mi querencia no quiero andar entorpeciendo su hacienda.-
Hernández y Fernández se metieron en el rancho matearon largo rato y de Ernesta ni hablaron, al caer el sol tocaron fuerte con tres golpes a la puerta, andaban como los chanchos entre ellos guitarreando.
-Qué pasó Don Comisario?- dijo Hernández dando un salto.
-Hubo que sacrificar a su caballo Hernández, lo lamento.- el hombre cayó devastado.
-Qué pasó?- insitió Fernández.
-Al llegar a la comisaría, el caballo hizo sus necesidades y encontramos en su bosta de ropa interior algunas partes...-
-Pero ese no es motivo de sacrificio mi amigo- aseguró entonces Fernandez.
-Que el pobre bicho no terminó de sacar todo y al quedarle
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