miércoles, mayo 16, 2007

La soledad, el silencio y el ribosomólogo -- Cuento

Salió por la puerta grande, afuera miles de personas coreaban su nombre a modo de vitoreo, sentía la sangre como hielo recorriéndole por dentro, y el ego inflado por la sensación de poder que dan las multitudes. Todos gritaban palabras de amor y apoyo, todos coreaban su sobrenombre como frase mantra, abrió los brazos abrazándolos a todos, junto sus puños sobre el pecho llevándolos al corazón. La multitud enardeció. Apenas podía pasar entre las gentes con tanto alboroto. Manos anónimas lo tomaban de las mangas de la camisa, de las manos que cortésmente con otras estrechaba, lo tomaban de los pelos, de la ropa, ni siquiera los cientos de guarda espaladas contratados podían ayudarle a avanzar entre la muchedumbre, eran solo diez metros sobre la alfombra roja hasta llegar a la puerta del hotel donde a pesar de serles fanáticos, por cuestión de profesión, no por más, todos lo tratarían como a cualquier hijo de vecino. No le pedirían autógrafos, fotos, miradas especiales, paciencia, un beso, una mirada, una sonrisa ni nada, cualquier cosa que le pidieran sería motivo de despido para quien lo hiciera. Si, era extremo, pero esas eran las condiciones para que tal figura accediera a venir al país a dar una charla sobre los ribosomas y su modo correcto de cultivo, la optimización de la recolección y la mejor manera de dejar vivas ciertas partes de la planta para que ya no haya que volverla a plantar nunca más. Llegó a cruzar los diez metros de barrera humana con mucha dificultad, con media corbata que se la habían arrancado sin permiso y casi lo estrangulan al hacerlo. Los guardias de seguridad se pararon en la puerta del hotel y no dejaron pasar a nadie más. La masa humana había derribado las barreras de contención y habían llegado hasta la puerta donde todo el personal de seguridad se encontraba apostado peleando cuerpo a cuerpo con la oleada de carne que no dejaba de presionar con tal de entrar y verlo de nuevo, de sentir su cándido aliento, sus tibias manos, esa personalidad que iluminaba el lugar donde su pie llegaba, sus ojos tranquilos y su modo equitativo al mirar a los ojos a quien sea.
Entró al ascensor junto con dos hombres que llevaban su humilde equipaje, una valija verde y liviana.
Llegaron al último piso y fueron hasta la habitación, al entrar se ruborizó un poco al ver semejante habitáculo solo para él, en esa habitación podrían vivir dos familias tipo cómodamente.
-Señor le dejamos el equipaje sobre la cama, desea conocer más del hotel?
-No gracias... por ahora prefiero descansar un poco...
-Recuerde que a las nueve tiene la cena con el presidente y los ministros.
-Si, gracias- Se dieron media vuelta y se marcharon silenciosos. Recorrió la habitación que le habían dado de punta a punta, tenía un balcón gigante con mesa y sillas desde donde se veía la ciudad entera, bah... la ciudad. Apenas era un centro pequeño con edificios de no más de cinco pisos y a la redonda solo diez cuadras poseían este tipo de edificación. Más allá de esas diez cuadras todo era campo y ranchos con techos de chapa o grandes hojas de árboles, algunas de las casas estaban hechas con troncos y piedras apiladas, citas sobre extensos terrenos labrados en forma pareja y simétrica. A pesar que en todos sus años de carrera esto no le había pasado nunca, entendió el porque de la ovación. Parecería que este pueblo solo vive de la recolección de ribosomas. Se asomó al balcón y al apenas asomar la nariz, un griterío subió desde la planta baja que le heló la sangre y por reflejo lo obligó a esconderse. Se asomó tímido y sacudió una de sus manos a modo de saludo, la muchedumbre enloqueció. Empezó a sonar música y de la nada miles de banderitas de colores aparecieron colgando de vereda a vereda, puestos ambulantes de comida se erigían en las calles y la gente se empezaba a aglomerar para bailar y cantar festejando su llegada. Sonrío al ver al pueblo feliz, y por primera vez en toda su carrera se sintió necesario e importante. A su vez sintió temor sobre sus conocimientos, serían los suficientes para ayudar a esta gente? Podría subsanar las penurias de todos con los conocimientos que había adquirido tras cinco años de facultad y veinte de experiencia. La vida tiene esas cosas, cuanto uno más sabe, más se da cuenta que lo que ignora; eso asusta.
Entró en la habitación rústicamente decorada, se desvistió y se metió en la ducha. El agua salía con buena presión y estaba calentita en el punto exacto, ni muy fría ni muy caliente. Se lavó el cabello, las partes nobles, la cara la manos las piernas los pies y cerró la canilla. Tanteó al aire para encontrar la toalla y mientras se secaba se acercó a la cama y prendió el televisor con el control remoto y por las dudas puso el despertador a las veinte treinta, no sea cosa se quede dormido y no se despierte en hora para ir a la cena. Hizo un poco de zapping y sin más se quedó dormido. Ocho y treinta sonó el despertador avisando la hora señalada, sentía latidos en su cabeza como si tuviera una resaca espantosa, abrió las puertas del balcón y una brisa cálida con olor a mar entró acariciándolo, no le llamó la atención el silencio, sí el rumor del mar que venía de algún lado con su hipnotizante vaivén, se acercó hasta la baranda y observó la noche de la silenciosa y pequeña ciudad que allá abajo se desplegaba, rió pensando en cuanto había cambiado desde que llegó hasta ahora, el tumulto era insoportable y ahora la paz era absoluta, ni un auto merodeaba las calles, ni un alma se veía caminando en las veredas. Aún colgaban los banderines de colores y los puestos sin atención estaban armados y silenciosos. Tuvo una rara sensación, pero no le dio mayor importancia, ese día había sido un día loco en su vida, tal vez uno de los más locos. Entró en la habitación y fue hasta la habitación donde se vistió con su mejor traje, no todas las noches se cena con un presidente y sus ministros, se sentía no sólo un representante de su suelo si no que además de la comunidad científica agricultora del mundo entero. Una vez que estuvo listo salió de la habitación y caminó por el extenso camino que lo llevaba al ascensor, lo llamó apretando el botón y al llegar éste abrió sus puertas. Bajó hasta el lobby arreglándose el nudo de la corbata, de otra, la anterior no sabía donde estaba. Al abrirse las puertas del aparato se encontró solitario, no había nadie allí. No estaban los recepcionistas, ni los botones ni los ojales, ni los guardias de seguridad, ni nadie. Sólo él. Un escalofrío lo recorrió de cuerpo entero, faltaban cinco para las nueve y no había comitiva alguna esperándolo. No sabía que hacer, sabía que la cena con el presidente y sus ministros sería a las nueve pero no sabía donde era. Se acercó a un sillón y se sentó suavemente, el hotel se encontraba vacío por completo, lo sabía por que podía escuchar su respiración haciéndose eco en todas las paredes, si parpadeaba, escuchaba el sonido de sus pestañas chocando, si arrastraba un pie por el piso, sentía el sonido de la suela del zapato como el de una sierra cortando un pedazo de hueso. Diez minutos estuvo esperando, silencioso, con las manos juntas y entre las piernas, casi con miedo. No pudo esperar más y se puso de pie, se dirigió hacia la puerta del hotel y ganó la calle, el olor a mar seguía impregnando todo con su aroma y el silencio total le daba un pavor que para que te cuento. Caminó por todos lados, sus pasos resonaban como dentro de una cajita china, llegó hasta las afueras del centro y se internó en los campos con miedo a encontrarse alguna bestia salvaje o algo por el estilo, recorrió durante horas hasta sentir el cansancio en todo el cuerpo, hubiese dado la vida por encontrar a alguien que le dijera que era lo que estaba pasando, por que había desaparecido todo... Sin dejarse vencer, rehizo el camino que había hecho, se sentía seguro, reconocía el camino entre las sombras, aquel árbol, aquel claro, aquella subida, aquel otero... Cada vez se iba familiarizando más y más con el lugar, la brisa del mar seguía acariciándole la piel, una luz iluminó el cielo y un trueno tronó con furia sacudiendo la isla. Que susto se pegó! Tal fue que echó a correr como si lo siguiera una bestia salvaje o mismo el demonio, dobló en el ciprés, subió la lomada, pasó bajo el tronco y llegó hasta el árbol donde días atrás había construido un parapeto para cubrirse de la tormenta. Se tomó la cabeza, el dolor le era insoportable, no entendía como un hombre de ciencias perdido a la buena de dios después de un naufragio se podía dejar engañar tan fácil por una alucinación creada por la necesidad de no estar solo.

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