Los cuervos se han posado sobre el dintel
con sus oscuros ojos miran al niño que juega
con sus soldaditos plomizos, grises y apagados.
Huelen la carne muerta de las batallas peleadas
dentro de una imaginación que ha pretendido más
la diversión que la masacre.
La sangre, cuando los niños juegan a la guerra,
tiene el mismo color que la ignorancia,
que la inocencia.
En sus oscuros y peligrosos deseos,
perversos recrean sobre el dintel,
salivando una y otra vez las posibles alternativas:
Quedarse con los grises sangrantes
que tanto emocionan al niño
o con sus ojos felices que llenos de ilusión, brillan.
La sangre, cuando los hombres juegan a la guerra,
tienen el mismo olor que la ignorancia
que la inconsciencia.
con sus oscuros ojos miran al niño que juega
con sus soldaditos plomizos, grises y apagados.
Huelen la carne muerta de las batallas peleadas
dentro de una imaginación que ha pretendido más
la diversión que la masacre.
La sangre, cuando los niños juegan a la guerra,
tiene el mismo color que la ignorancia,
que la inocencia.
En sus oscuros y peligrosos deseos,
perversos recrean sobre el dintel,
salivando una y otra vez las posibles alternativas:
Quedarse con los grises sangrantes
que tanto emocionan al niño
o con sus ojos felices que llenos de ilusión, brillan.
La sangre, cuando los hombres juegan a la guerra,
tienen el mismo olor que la ignorancia
que la inconsciencia.
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