sábado, febrero 08, 2020


El médico lo había examinado de pies a cabeza, auscultó su pecho y también su espalda, le examinó hasta el largo de los dedos de sus pies, una vez terminado el examen físico lo miró a los ojos y le dijo seriamente, debe tomarse un tiempo y descansar, su corazón merece recobrar fuerzas, cosas como las que usted ha pasado en este último caso no dejan vivas a muchas personas, tómese unos días, vaya a la montaña, respire aire fresco y no deje que los líos golpeen a su puerta. Puedo contener mis actos, pero no puedo contener al mundo, le respondió seriamente; Usted puede lo que se proponga Sinclair... tenga, escribió algo en su libreta de recetas y se lo entregó. Esa es la dirección de una pequeña casa que tengo en la montaña, vaya y disponga de ella como le plazca, tiene todas las comodidades... disfrutela y desconectese de todo. No puedo aceptarlo, sería poco ético. Usted salvó la vida de mi hija Sinclair, yo a usted le debo más que a cualquier otro ser vivo sobre la tierra, acepte mi ofrenda sin vergüenzas ni falsas moralidades. Sinclair tomó entonces el papel con la dirección y después de plegarlo en cuatro partes lo guardó en el bolsillo interno de su saco. Se agradecieron mutuamente y se despidieron con un fuerte apretón de manos. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, nuestro investigador se encontraba subiendo al tren que lo llevaría a la villa en la montaña donde descansaría hasta que se aburra y la sangre vuelva a correr libremente por sus venas.

Después de un día y medio llegó al pueblo donde tomó un taxi, pasó por la tienda de abarrotes y después de juntar una buena cantidad de provisiones salió a la calle para tomar otro taxi. Se saludó con un chofer muy amablemente, le mostró la dirección escrita en el papel y le preguntó si podía llevarlo allí, el taxista sonreía mientras hablaba con él pero al leer la dirección en el papel, su sonrisa se desdibujó y una extraña mueca de pavor ensombreció su rostro. Acabo de recordar que tengo que buscar a mi niño en la escuela, sepa disculparme. Conoce a alguien que quiera llevarme? preguntó astutamente remarcando el quiera llevarme en vez del pueda llevarme. El conductor del taxi era un hombre astuto, rápido y seguramente algo supersticioso. Se le acercó silencioso, cerca del oído y le susurró su secreto. Sinclair sonrió con satisfacción al escucharlo, sentía de nuevo la sangre corriendo por sus venas presa de un libertinaje y una necesidad de saber poco vistas. Lléveme hasta donde se atreva, haré el resto del camino caminando. Con todos esos petates? Preguntó el conductor sorprendido. No se preocupe por mi, yo me ocuparé que todo salga como deba salir. Suba entonces. El viaje duró bastantes minutos, el camino que conducía a la vieja cabaña del doctor era de piedras en la mayor parte del trayecto, muchas veces el camino recorría la larga cornisa de la montaña y después de un rato se internaba en un bosque espeso y húmedo. Después de media hora de recorrido por los más hermosos paisajes de montaña el carro se detuvo. Hasta aquí llegó, dijo frenando en una especie de claro en mitad de la nada, usted debe ir caminando por ese camino de ahí aproximadamente unos cuatro kilómetros, encontrará un roble de enormes dimensiones allí doble hacia el este y camine con el sol en la espalda veinte minutos, allí llegará a la cabaña del Doctor, es un lugar apartado y hermoso, pero como ya le dije, solo tenga cuidado, el doctor no viene hace tiempos por aquí y no sabe las cosas que estuvieron pasando. No se preocupe, ya he lidiado con estas cosas... No olvide que el límite entre la estupidez y la valentía es una línea demasiado delgada. Sinclair se alejó adentrándose en el camino con todas las bolsas atisborradas de vituallas. Una vez que el camino tomado por Sinclair se internó en el bosque un olor a hierba fresca, madera húmeda y delicadas flores flotaba en el ambiente, a la sombra hacía un frescor agradable que acariciaba y hacía más liviana la marcha. El silencio del bosque era gratificante, pero era tal vez demasiado silencioso, no se escuchaba siquiera el trinar de algún ave, o el viento acariciando los verdes y florecidos follajes, o el correr del agua cuesta abajo por alguna ría de deshielo. Tanto el aroma como el silencio eran abrumadores, la quietud del lugar invitaba a la imaginación a pasear por todos lados, por los más oscuros y perversos, tanto como los más luminosos y gratificantes. Sinclair seguía caminando, tranquilo, sin presiones, con sus bolsas repletas, escuchando el ruido de sus pasos sobre las hojas secas, sobre las ramitas muertas, sobre el verde césped. Sintió tras de sí un sonido, dos, unas risas femeninas y unos ligeros pasos. No quiso voltearse, observar desde donde venía el sonido, trataba de mostrarse imperturbable por lo que caminaba siempre a un mismo ritmo, marcando el paso, sin apuros ni traspiés, silbando bajito una dulce canción celta que su tatarabuela se encargó de enseñarle a cada uno de sus hijos y nietos para que se pase de generación en generación, para un momento especial. Las notas de su silbido volaban entre los aromas y el silencio.

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