La mirada cómplice,
el silencio absurdo,
el tiempo de revancha
que se mueve a sus anchas
saltando a su gusto
la linea caprichosa que divide
el bien
del mal.
El capcioso verbo,
el lenguaraz egocentrismo,
necia necesidad de unicidad
de la que pecamos
cotidianamente
las mentes cotidianas.
Egoístas y ciegos somos
en un mundo donde los mudos dan las órdenes
y los sordos que las escuchan, actúan
guiados por los impulsos atrevidos
de aquellos que solo reaccionan
ante la pulsión más primaria:
supervivencia.
Si Dios fuera perfecto
no hubiera creado al humano,
sin lugar a dudas.
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