un ombligo que es abismo, y a la vez, laberinto.
Evoca mi memoria el correr del agua en un río cercano,
la orilla crespa y abrupta fijando límites a un destino sin porque sí,
una fruta abrillantada como joya de una corona robada
y un anillo que prometía mucho más de lo que brindaba.
Soy una hoja seca desparramada en el viento
a la que algunos viejos confunden con un neófito copo de nieve.
¿Has pensado alguna vez en volver a la semilla y replantearte el qué de los cómo has hecho?
Una mañana, inútil y fría, supe que era yo quien miraba desde la cima de un adiós
todo lo que se había ido desbordando de a poco y cayendo en un incinerador,
lentamente, como los copos de nieve, como las hojas del otoño
y,
en esa soledad que brindan las epifanías,
sonreí.
Recité: Lo que no te mata te hace más fuerte.
Inventé sin tanto esmero:
Lo que te hiere, te fortalece.
¿Ves mis pies?
Vuelan solos sin alas de cera
por eso hoy no le temo al sol
que acaricia mi rostro con pasión
compañera.
Y soy,
aunque duela,
otra estrella más en un cielo que antes de olvidar quién era
mezcló desordenadas las cartas del mal
con las tarjetas navideñas y las de mejorate pronto.
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