La suerte del caminante
es la que tal vez,
en un revés interesante,
la apartó de mi luenga senda.
Era casi cuestión de destino.
En el intestino sentí el agüero,
tras un recodo del camino
acechaba; y por mis entrañas,
que como dije, sospechaban,
de cinto desenvainé la espada.
Sorprendida se asomó la parca
con su guadaña entre las manos
pues pocos son los humanos
que a enfrentarla se le atreven
y se plantan sin quebrarse
cuando cerca es que la sienten.
Sin decir palabra alguna
de un paso volvió a las sombras
donde, al débil o al distraído,
de un zarpazo el tiempo roba
y no lo devuelve más nunca.
La muerte acecha, es cierto,
mas no temas enfrentarla
es cruel, sin esperanza,
pero es débil y cobarde
ante aquel que se le plante
y le diga hasta aquí, basta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario