viernes, mayo 26, 2006

Ultima Oportunidad -- Cuento

ULTIMA OPORTUNIDAD
Estimad...
Apelo principalmente a su curiosidad en son de buscar un poco de comunicación, más en estas funestas épocas que la comunicación se hace más fácil por televisión que tet a tet, cara a cara, face to face, o como usted prefiera o elija. Usted ha sido elegid por la mano que nos conduce. No sé su sexo (verá que hay veces que faltan vocales que se lo determinarían), su edad, su nombre... es más, ni siquiera sé si ésta carta me será devuelta cosa para mí harto riesgosa, ya que si ésta carta vuelve, mi vida se irá o mejor dicho se la llevarán otra vez más.
Mi viaje había comenzado, como bien usted ignora, por la costa francesa del sur, la costa azul, el Mediterráneo (sabe que descubrí porque se llama así recién a los treinta y tres años), era todo más fácil en aquellas épocas, con mi título recién sacadito del horno institucional de la universidad especializada en viaje por el mundo sin meterse en bretes que lo aprieten, así iba yo sonriente comiendo olivas de los aceitunos a los costados de la senda; mi título aseguraba el bienestar de mi futuro resguardado en mi bolsillo trasero doblado en cuatro o seis partes, usted bien sabe que una carrera con título universitario es asegurarse la buena vida más adelante, pero quién piensa en más adelante cuando se cree en la vanguardia?, nadie, usted lo ha pensado y leído bien, nadie piensa en adelante cuando se cree en la vanguardia. Yo era joven inconsciente, tenía una vana felicidad de bolsillo que la llevaba a cuánto lugar fuere, sonreía grande, limpio y blanco con todos mis dientes, con toda mi boca. El viento marcaba mi rumbo, siempre y cuando yo estuviere de acuerdo con el destino, en dos palabras era libre. Desearía que esa dirección que adosé en el sobre realmente exista y que usted peque de curiosidad y a buena gana me conteste o sino estaré muerto otra vez y para siempre antes de lo que cualquiera imagina. Hasta yo mismo.
Hasta a mí mismo me cuesta trabajo darme cuenta que es lo que estoy haciendo aquí, ni siquiera en un principio había venido a pavear, mi Dr. de aquella época me había recomendado un viajecito como para calmar un poco a mi psiquis que parecía encontrarse, según él, mi Dr., en el mismo centro de la cuerda floja, no tanto a lo largo como a lo ancho, pero así de loco estaba, claro que estar acá me hizo mucho mejor, qué delicia! usted no imagina las aceitunas recién sacaditas del olivo a orillas de un mar mediterráneo, qué delicia! Usted no imagina... y ahora que mi vida corre la suerte del azar, me juego el partido en una sola carta, ojalá esa dirección, exista y usted sea curios.
Claro que también existe la posibilidad que exista la dirección y usted no sea curios, pero prefiero creer que a los necesitados también nos llegan y nos llevan los curiosos, dicen allí por sus tierra que alguna vez fueran mías que a cada chancho le llega su San Martín y espero que así sea con éste puerco que soy yo.
Ruego me disculpe pero acabo de darme cuenta que en mi necesidad de alguien que me entienda, no he explicado aún mi situación que se ha deformado de una forma que dios me libre y si mejor fuera que usted me libre.
La curiosidad y la carne no son nada a comparación del pecho, usted dirá pero al gato la curiosidad lo mata, usted dirá por la carne el carnívoro mata, pero el pecho... dentro del pecho se encuentra el destino de cada quién, persona mía. Fue cerca de Eslovaquia donde sin aceitunas el viento sopló hacia un lado y yo le seguí contra la voluntad de mi pecho, usted tendría que haber estado allí, yo ya estaba un poco más alejado de las aromas del mediterráneo ahora aspiraba el viento semi montañoso, que soplaba frío y estéril llevándome, trayéndome, caminando por paisajes secamente hermosos hechos por el pincel más suave del apocalipsis, qué delicia, qué paisajes, el sol se ponía y la noche se oponía, las nubes regaban nieve en las altura y a veces llegaba hasta los valles, hasta las costas y más tarde esas nieves llegarían a mí en forma de aroma de mujer, y usted dirá; pero qué aroma de mujer llega frío como la nieve? y yo le contesto, pues el aroma de mujer que trae el viento. Y como cantaba alguien alguna vez, contra viento y marea seguí el aroma, mi pecho latía gracias a la altitud, a la falta de oxígeno, a la emoción de encontrar en ese aroma, ese dulce aroma, a toda esa mujer que se hacia imagen en mis tiempos, en mis sueños, esa mujer que se hacía carne en cuanto mis ojos se cerraban y por desgracia mi pecho, esa cosa terrible se estremecía y temblaba feliz de la vida sintiéndola. Le juro que era como aquellas aceitunas, era ese mismo tipo de placer silencioso y traído de los pelos, casi un placer onanístico y unipersonal. Así recorrí varios kilómetros y a pesar que el viento me exigía otra dirección le hacía caso omiso, ya que mi pecho comprometido con la aroma y todos sus significantes, no desistía en la búsqueda de esa mujer que se había transformado en una dulce obsesión cuasi pasional.
Tres días con sus noches pasaron y yo montaña arriba me unía más y más a mi piel y a mis pensamientos, avanzaba, en dura y ardua tarea, avanzaba regido por mi nariz rogando que el viento no cambie... pero a la cuarta mañana, el destino fue trágico como siempre lo fue conmigo e hizo que el viento virase su rumbo por completo, qué desconsuelo tan grande, sentía esa desazón en el alma que es la peor de las desazones, sentía la pesadez en las piernas y los pies, rígidos como cubos de hielo seco, pensé que me congelaría y me moriría allí en ese instante, el sueño se había apoderado de mí, el cansancio era tremendo, recién ahí yo me había dado cuenta que en esos tres días y tres noches protegido por ese aroma, nada había dormido ni siquiera, un poquitín así.
Allí en ese risco después de gritar morí, sabe usted, allí morí. Recuerdo haber gritado algo, pero no recuerdo qué, recuerdo ver la parca acercarse con su vestido negro cubriéndole la cara y un palo largo en la mano ocultando su arma para chak! cortar con esto y pasar a otra historia. No recuerdo su rostro, cuando llegó a mi lado sacó su capucha y me besó, y bebí de su ardiente sangre, recuerdo haber muerto entre sus brazos y allí mismo renacer cuando me susurró sus últimas palabras a mi oído congelado, recuerdo que sonriendo morí. Debe ayudarme, si es que su dirección existe, si es que su curiosidad es fuerte y lee éstas líneas, debe ayudarme, verá que yo no tengo familiares, era huérfano de familia, sin padres que me quisieran adoptar por mi extraña situación mental, que a veces es un tanto heterogénea o volátil o que sé yo, siempre pensé que todos los nosotros estábamos locos pero cada cual a su manera.
Así fue entonces cómo morí en sus brazos, recuerdo que había una luz frente a mis ojos y que mi cuerpo frío ya no jodía, recuerdo que ese aroma me rodeaba y una paz absoluta me abrasaba dulcemente como veía en las plazas madres e hijos abrazarse...
Usted alguna vez debería probar las aceitunas del Mediterráneo, descubrirá que son harto sabrosas y que su carne vegetal verde como la esperanza o negras como el olvido, dan esas ansias de morir empachado. Desperté tarde, era de noche y las estrellas se asomaban dejando un cielo casi blanco brillante titilando como en la espera de mi alma, que pareció haberse arraigado a mi cuerpo y una mujer preparaba algo con olor a brosht en la salamandra alimentada por leños ardiendo que carraspeaban y explotaban a medida que el fuego se les acercaba al corazón y de sus cuerpos no quedaba más que blancas cenizas, quise moverme, sentarme, por dios que quise hacerlo, pero entumecido del pulgar del pie hasta la coronilla, que joder! ni un músculo respondía a las órdenes de un cerebro de neuronas congeladas calentando sus manitos en algún pensamiento pecaminoso. Claro que a pesar de haber muerto, disculpe esta breve confusión pero no puedo explicarlo de otra forma, yo no había muerto, claro que la parca que había visto en mis delirios era esa mujer que hacía brosht en la salamandra, apenas estaba vestida con un suave vestido que caía como la nieve allí afuera, moví mis labios y unos susurros escaparon, unos susurros que ni dios los hubiese comprendido, ella se acercó en silencio, y me acarició, no sabe usted con que dulzura esa mujer posó sus manos sobre mi cuerpo y me acarició, lloré como un niño, pero lloré sin lágrimas, gemí de dolor pero sin fuerzas, grité en silencio y transformé mi alma en un abrazo que no pudo hacerse carne, ella me miró con los ojos llenos de luz y allí perdí completamente la razón y al sentir ese aroma proviniendo de su piel... la amé como sólo se ama esa vez en la vida.
Ella hablaba un tosco eslovaco, o griego, o algunos de esos idiomas que hay que saberlos para entenderlos, que son tan difíciles y cerrados que ni siquiera la sospecha de algunos otros idiomas hacen a la comprensión mínima de lo que se está hablando, se puso de pie y en un bol de cerámica sirvió una gran cucharada de brosht, tomó una cuchara se sentó a mi lado y de a poco me iba dando de comer, dejando que la comida entre en mi boca, dándome tiempo para masticar como rumiante, y tragar. Me dio vino o algo así por el estilo, realmente no podía saborear bien los gustos ni los disgustos, pero recordaba las aceitunas e imaginaba comerlas, como ahora, que en cuanto atrapo algún insecto lo devoro con harto placer pensando en olivos y montañas y Mediterráneos.
Qué desdichado soy! Cómo me gustaría, si es que su dirección existe, no haberle metido en éste brete, pese a mis estudios, yo estoy metido en una que ni le cuento, o sí le cuento pero... mejor sería haberle prestado atención a algunos profesores; creo que estoy enloqueciendo más, ahora hasta me lamento no haber prestado atención en algunas clases, fíjese mi desdicha; le juro por lo que más yo quiero que es mi libertad, que si yo tuviese a alguien a quien recurrir, en usted ni siquiera hubiere pensado, pero no tengo a nadie porque nunca nadie me tuvo; no sabe lo difícil que es.
Ella me dio una paulatina mejora y hasta amor, sin saberlo me dio algo que nunca antes había tenido, amor. Me alimentaba, tres o cuatro veces por día, obviamente que apenas junté fuerzas yo cortaba leños e iba de caza, ella me había enseñado a cultivar algunas cosas y a pesar de hablar casi todo el día y reírnos a lo pavote, ni yo ni ella teníamos la mínima idea de lo que el otro estaba hablando, imaginé una vez que me hablaba de su infancia, porque abrazaba una muñeca y a veces reía, otras apenas lloraba, otras se quedaba viendo algún rincón, y callada y luego volvía a hablar y reír o llorar, como ríen los que recuerdan, como lloran los que recuerdan. Yo le había contado también muchas historias de correccionales y problemas legales que había tenido por ser un marginado, de las cantidades de veces que me habían violado, golpeado, torturado, tanto de un lado de la ley como del otro, le hablé de los robos y hasta le confesé un par de asesinatos, y sin embargo ella, me seguía amando, claro porque no le entendía ni jota, dirá usted con escepticismo y del otro lado, pero no, ella me amaba porque mi pasado no le importaba, sino más bien, a ella le importaba yo y a ahora, que era cuando estábamos juntos. Ja! linda publicidad me hago pidiendo ayuda diciéndole que he matado gente, robado y violado, pero sepa usted que ni la peor de las bestias y las injurias merecen el sufrimiento que sufre mi cuerpo y mi alma ahora, yo nací en injusticia y pude contra todo ser una persona legal, maté, claro que maté y más de una vez, pero casi todas fueron en defensa propia y las que no le juro que fueron por el bien de muchas otras personas que pudieron ser felices, robé para comer, como las empresas cobran por energía, como el dueño cobra porque otro ocupe ese lugar para vivir, como la religión, robé para comer, hasta que conseguí un empleo y nunca más robé a excepción de esas fantásticas aceitunas al costado de los caminos. No se deje engañar por mi pasado, pasados son pasados y todos nos hemos equivocado.
En fin, ella y yo casi nos entendíamos, por lo menos nos llamábamos toscamente por nuestros nombres, ella me decía Orje metiendo la e para adentro, acallándola casi, yo la llamaba Drusteva, así como suena. Hablábamos y seguíamos hablando, ya utilizábamos menos señas y hacíamos el amor cada vez que teníamos ganas y siempre siempre siempre era lindo, hermoso es más, ella decía algo que debería significar que me amaba y yo le decía que también y nos besábamos mucho. No puedo explicar que bien, que lindo, que feliz era todo, todo concurría en una perfecta armonía, una noche la recuerdo con su cabello marrón bañando su dulce perfil derecho y su hombro desnudo, con las puntas del cabello acariciando el endurecido pezón de un pecho justo y dulce como una pera, yo , como de la nada me puse a contarle mi viaje y como el aroma de ella me había atraído hasta la cima de esa montaña y después que el viento cambiara de dirección por completo, como ya le mencioné, caí tumbado al suelo casi muerto, esa historia le conté, viera usted que sonrisa se dibujó en sus labios mientras con su índice tocó mi nariz, sí!, con la suave uña de su índice tocó la punta de mi nariz, suavemente se señaló el pecho, y mientras hablaba lloraba felizmente moviendo los brazos como el viento y llegando con sus manos a su nariz para señalarme y besarme con un beso puro y jugoso. Espero que entienda lo que yo quise entender que para mí era lo obvio, nos besamos, repletos en alma y cuerpo, nos besamos con cada centímetro de nuestra vida y sonreíamos. Sólo faltaban las aceitunas, pero prometí que algún día las comería conmigo en algún ocaso del Mediterráneo. Todo era perfecto, como desearía que mi vida no dependiera ni de su dirección, ni del azar, ni de la curiosidad, como desearía haberle hecho caso a viento, como desearía haber omitido los designios de mi pecho que exigía seguir el aroma y encontrar la felicidad absoluta. Pero todo tiene un fin, y de los lamentos nada en concreto sale, unos hombres entraron en la casa de la montaña, en su casa, entraron con armas a ritmo de los disparos que asestaban uno a uno en los dulces pechos de ella que sangraban de amor y otras cosas.
Todavía no entiendo porque la mataron ni porque estoy encerrado en un pequeño cubo, trate de contactar gente de la embajada pero las cosa afuera del país funcionan como adentro y pese a mis gritos, a mi llanto, y a la poca cordura que me queda, al no tener a nadie, al no tener nada, nadie que reclame, nada que sea de peso, me omiten y por lo poco que entiendo, los disparos que escucho desde éste cubo sin ventanas todas las noches, son sacrificios de condenas de desamparados; por ahora mi único contacto con el mundo exterior era la comida que me dejaban en algún tiempo del día o de la noche, en la oscuridad toda noción es ridícula e irreal. Juro que ésta vez yo no fuí y he perdido muchas cosas sin siquiera saber por qué, necesito la ayuda, no quisiera morir acá, si usted, peca de curiosidad y el azar y usted me ayudan, vayamos juntos a comer aceitunas a orillas del mediterráneo.

1 comentario:

caracteresdifusos dijo...

Belo trabalho. Gostei do que li. Parabéns.