Al igual que el año pasado, durante este mes, vamos a compartir las 31 entradas que más han gustado al escritor de este blog, por lo que en los 31 días que siguen vamos a rememorar los escritos escondidos en el pasado, que de cuando en vez se asoman a saludar desde la ventana que el presente ofrece para que uno pueda mirar atrás, y no olvidar, y recordarse a uno mismo, en otro momento que superamos pero que igualmente es parte de nuestras formas, maneras y costumbres. Iremos de a poco, sin orden de preferencia, uno a uno por treinta y un días dejando en el tintero algunos de los que han quedado para en cualquier momento, sin vergüenza, reaparecer.
Con ustedes la poesía Veintiseis años atrás del libro Virtuosa Virtualidad. Subida al Blog el 02 de Abril del corriente año.
Veintiseis años atrás
Veintiseis años atrás
yo tenía apenas entre seis y siete años
entendía poco y nada de política,
la sociedad que me importaba estaba compuesta
por mi mamá y mis tres hermanos,
los compañeros de la escuela
los vecinos que vivían en el fondo de un largo pasillo
que nos dividía y a la vez nos juntaba;
y unos pisos más arriba
una mamá divorciada con un hijo de mi edad
que se llamaba Emiliano con el que jugábamos siempre
al volver por las tardes del cole.
Me acuerdo que la vida no era muy tranquila
pero a pesar de que en mi paisote
todo era un soberano quilombo
yo vivía en la ignorancia más inocente y pura
correspondiente a un chico de esa edad.
Un día comenzó una guerra en unas islas
al sur de mi continente peleábamos,
según decían,
por nuestra soberanía
sobre esas islas, por las Malvinas,
nos embarcaron en una guerra contra otra isla,
de otro continente y bien alejada yendo hacia al norte.
Me acuerdo que en la radio y en la tele
se hablaba todo el tiempo de esto,
y pedían apoyo al pueblo en esta guerra
que no fue más que una matanza
de pibes pobres y adolescentes inexpertos.
Las familias necesitadas y trabajadoras
no solo mandaban comida no perecedera al ejército
para que supuestamente éste la remitiera a las líneas de combate,
si no que también, estas familias enviaban a sus hijos
a pelear por algo, que más tarde
más que guerra comprendí como masacre,
como un capricho tonto y egoísta de un presidente defacto
que había llegado al poder por medio de la violencia
del filicidio, de la tortura, y se mantenía allá arriba desde hace años
utilizando el miedo, la amenaza y el no te metás
como un arma letal, silenciadora y efectiva.
Me acuerdo que en mi inocencia festejaba
cuando aviones, barcos o soldados de mi paisote
hundían, derribaban o diezmaban de alguna manera
una parte del ejército enemigo.
Era una guerra, claro,
mi generación creció creyendo
que en la guerra y el amor todo vale,
pero ahora que crecí entendí que no es así
que matar es asesinato aunque seas guerrero
o estés profundamente enamorado.
Esta guerra diezmó miles de familias argentinas
dejó a pibes de diez y ocho años sin un pasado al que acudir,
sufriendo dolores en el alma o pesadillas tan oscuras
que no pueden cerrar los ojos siquiera para descansar la vista
sin que las imágenes sanguinolientas
le caguen un mínimo momento de paz.
Los burócratas de la guerra la pergeniaban
a más de cuatro mil kilómetros de distancia,
disfrutaban de la calidez y protección de su hogar,
mientras los pibes sin botas ni ropa de abrigo
sin balas, sin armas, sin protección, ni refugio,
tenían que sobrevivir a las inclemencias
de un frío casi antártico
que les helaba las esperanzas de volver a casa
que les enfriaba el pensamiento
y congelaron el corazón tal vez por siempre.
Fíjense lo terrible que fue para estos soldados
que los poco que tuve el honor de conocer,
me pudieron hablar de cualquier cosa,
pero nunca quisieron decir ni una palabra
de su terrible experiencia en el sur de mi tierra,
de esa guerra cruel y maldita donde no solo murieron soldados
si no que además se asesinaron las esperanzas,
los amores y la fe, de millones de seres humanos.
De esas cosas yo no hablo, me dijeron
no necesitaron explicación alguna
en sus ojos se distingue apenas un poco
de todo el dolor y la pena que esa guerra les brindó
con mano fría y egoísta.
Era triste verlos, muchos aún lampiños,
en la estación de tren despidiéndose,
muchos por última vez, de sus madres,
de sus padres, hermanos, abuelos, tíos; sus familias,
se los veía con los ojos en lágrimas
y sin esperanza en la mirada.
Te puedo asegurar que marchitaba el alma de cualquiera
hasta a un pibe de siete años.
Los más entrenados en el "arte" de la guerra
se quedaron en las zonas "estratégicas"
dónde por las dudas había que cuidar debido a que
tal vez y con mucha mala suerte,
algo malo podía suceder.
Y se daban grandes banquetes y no tenían frío
ni añoranza, ni miedo, ni hambre,
estos mismos "artistas",
enviaban a los que menos sabían a combatir al frente,
con armas sin balas, con borseguíes sin suela,
con la hambruna y el abandono más espantoso
que le daba el gobierno de mi paisote
a quienes lucharían por su soberanía.
Nunca voy a entender la excusa
que el presidente defacto de turno
utilizó en ese momento,
para justificar esta guerra
y que la mayoría del pueblo la creyera.
Nunca entendí si era una cuestión política
o una cuestión real de soberanía por unas islas
a las que no se le daba la menor importancia
antes de mandar al matadero a miles de adolescentes,
de jóvenes poco entrenados y experimentados
para que mueran, uno tras otro,
y así terminar de diezmar las familias
que día tras día trabajaban partiéndose el lomo
y convertir de la Argentina, un mejor país para todos.
Hoy se conmemoran veintiseis años de esa masacre
y se juntan en las plazas, y se hablan mil alabanzas
sobre esos pobres pibes que pelearon por una tierra
que a nadie les importaba, que nadie necesitaba más
que a sus hijos dando vueltas por la casa
con las boludeces que siempre dicen y hacen los adolescentes.
Hoy entrego mi silencio y mi respeto al alma de esos chicos
que por capricho de un borracho asesino
dejaron a sus padres y madres sin familia
y condeno a esa guerra como a toda guerra
como estúpida y sin sentido
donde no puedo sentir ni orgullo, ni respeto
cuando veo la bandera flameando a media asta.
Entrego mi amor, mi respeto y mis lágrimas
a esas familias que quedaron diezmadas,
a esos hombres que volvieron
y no pueden decir ni una palabra,
y que ahora les cuesta el doble lograr
cualquier cosa que se proponen
porque tienen en sus días y en su noches
millones de miedos, pesadillas y fantasmas.
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