Al igual que el año pasado, durante este mes, vamos a compartir las 31 entradas que más han gustado al escritor de este blog, por lo que en los 31 días que siguen vamos a rememorar los escritos escondidos en el pasado, que de cuando en vez se asoman a saludar desde la ventana que el presente ofrece para que uno pueda mirar atrás, y no olvidar, y recordarse a uno mismo, en otro momento que superamos pero que igualmente es parte de nuestras formas, maneras y costumbres. Iremos de a poco, sin orden de preferencia, uno a uno por treinta y un días dejando en el tintero algunos de los que han quedado para en cualquier momento, sin vergüenza, reaparecer.
Con ustedes el cuento El casorio de Dormilinda del libro Cuentos. Subido al Blog el 21 de Enero del corriente año.
El casorio de Dormilinda
Hubo una vez un reino muy alejado al que solo se llegaba a lomo de burro. El reino poseía un castillo de tamañas dimensiones que permitía dentro de sus eternas paredes y altas torres tener un palacio que era la envidia de aquellos que pudieran acercarse a dicho lugar. Claro que al ser de tan difícil acceso, pocos eran los que lo conocían, hecho por el cual era muy poco envidiado. Decíase que todo lo que pertenecía al reino, lo que lo rodeaba y mesmo lo que estaba dentro de las murallas, era sin más ni menos, un gran paraíso, sus tierras eran tan fétirles que cualquier semilla que llegará se desparramaba por los prados como el orégano en los campos y no sólo la riqueza de este reino eran sus tierras fértiles, si no también lo era su minería, sus ganados y sus maderas. El oro y el hierro parecían manar de las piedras, los robles y las bestias crecían tan rápido como la economía del lugar. El Rey, casado con la mujer más hermosa del planeta y sus alrededores, en un día de ocio sin querer la embarazó. Por las dudas el embarazo se mantuvo en secreto durante los nueve meses de gestación, ella era primeriza, él no, pero sus hijos anteriores nunca fueron reconocidos como tales debido a que el Rey era un tiro al aire. Al pasar los nueve meses del vientre de la reina nació un bebé de sexo femenino, pequeñita pequeñita. Tan pequeña era que cabía en la palma de la mano del Rey o de la reina. La algarabía que hubo en el pueblo el día del nacimiento pasó desapercibida, no porque nadie amase a los padres, en cambio, nunca nadie hubo amado tanto a un soberano jamás en la historia. Nadie festejó porque el embarazo de la reina se había mantenido en secreto; con motivo de dar aviso de tan feliz momento el Rey convocó a todo el pueblo y los citó en la puerta del palacio a las cuatro de la tarde, sin decir ni mu del vero motivo por el cual solicitaba la reunión. Se corrieron mil y un voces del por qué del convité, algunos pensaban que el Rey se iría, otros que sería para anunciar que podrían poner mayúscula a la reina, otros creían que vendría alguien de visita por lo que el Rey, como siempre hacía, iba a pedir que finjan austeridad y necesidades así de los reinos vecinos nadie les rompería los quinotos, solicitando préstamos o queriendo invadirlos. Por lo que todo fue gran kilombo hasta las cuatro de la tarde donde todo el pueblo alborotado e inquieto ansioso esperaba reunido frente a la puerta del palacio. A las cuatro y un minuto el Rey se asomó al balcón principal del palacio y sin decir nada alzó a su diminuta bebé mostrándola a destajo. Nadie entendió nada, hasta que detrás del Rey apareció la reina con los pechos inflados en leche y aclaró que el pueblo tenía princesa, la princesa Dormilinda! Vitoreos hubo en todos lados, por la hermosa princesa Dormilinda que agraciada y recién nacida ya gozaba del amor del pueblo. Cómo no amarla de solo mirarla, toda chiquita, rozagante, preciosa. El Rey la bajó de la ventana del palacio hasta la muchedumbre donde pasó de brazo en brazo de cada uno de los pobladores, y la dulce princesita se reía aupada por todos estos que la amaban solo de verla, que la adoraban al tan solo sentir su calorcito de bebé entre las manos. Pasaron los años y nunca hubo más dicha en un reino donde todo era dicha, el ganado crecía ininterrumpidamente, al igual que las siembras de los campos y los árboles de sus bosques. La felicidad era de todos y para todos igual, nadie era más feliz que otro, ni otro más feliz que nadie. Digamos que en éstas épocas de miseria y barbarie, la uotpía funcionaba de mil y un maravillas. La princesa creció, creció tanto el primer año que ya se necesitaban tres palmas de tres manos para poder sostenerla, tenía los ojos de la reina, la mirada del padre, y el carisma de mil y un ángeles cantores y revoloteadores. El paso de los años le trajo más dicha y la favoreció en dones, su voz era dulce y melosa, sus pechos frutas jugosas, sus piernas largas y finas, su cintura delgada y su rostro era digno de ser admirado por cada uno de los un mil arcángeles y santos. Si Dios no pidió su mano fue porque el reino quedaba del mundo a contra mano. La princesa se hizo mujer y el Rey y la reina se miraron cuando vieron a su princesa durmiendo a pata suelta bajo la sombra de un peral que daba vides doradas, la vieron sonriendo entre sueños y anhelos, con los ojos saltando felices e inquietos de aquí para allá como resorte sin dueño. Lo entendieron y así lo decidieron, la despertaron y le hablaron del hombre, la mujer y lo necesario que es compartirse y procrearse. Qué alarido el de la princesa cuando se enteró que así era como llega el ser humano a este mundo! Pero bueno, tanto no importó y hasta le causó curiosidad, el saber lo que siente el hombre y que siente la mujer, en el bello arte de amar. Le ofrecieron que elija con quien quería compartir su vida, eligió su fino córcel primero, se lo negaron... no daban las medidas. Fue largo el rato que pasaron explicando el porque debería ser un ser humano, al final de mucha explicación, por suerte la princesa cedió. Pero hayó allí un gran dilema, ella no amaba en particular a ninguno, conocía a todos los hombres del reinado y a todos amaba por igual, no gustaba en particular de alguno, tan dulce y noble era, que le caía bien cualquiera y ojo que no era por ligera!
Rey y reina se ocuparon decidiendo dar una gran fiesta, para que la princesa conociera al que pudiera ser su galán, hubo dos que le encendieron la chispa del amor, fueron el consorte Comfort y su amigo Dormilón. Fue una dura encrucijada decidir con cual se quedaba, pero después de una larga meditación lo supo, Dormilinda se dio cuenta que es mejor, dormir con el buen Comfort que con su amigo el Dormilón.
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