Todo empezó muy temprano, demasiado temprano para que algo comience. El sol ni siquiera se había asomado y las olas ya rompían furiosas contra el casco del barco con una violencia inusual; supe que todos moriríamos antes del amanecer.
La noche había sido calma, no había indicios de temores y furias incontenibles, nadie en el bote podría haber imaginado que en pocas horas se desataría semejante barbarie, así porque sí, y de la nada.
¿Estuviste alguna vez en medio de una tormenta furiosa? ¿Sentiste alguna vez las gotas de lluvia frías como hielo golpeando tan duro contra el rostro que rompían tu piel al estrellarse? ¿Alguna vez te temblaron las piernas ante el aullido sediento de sangre que el viento ulula desde lo profundo de la oscura noche? ¿Sentiste alguna vez que nadie nunca más sabría nada de ti?¿Sentiste a la muerte hurgando en tus tripas cuánto tiempo te queda de vida?
Antes de que el sol saliera todo sucedió de esa manera, cada ola que rompía contra el casco era una nueva promesa de muerte. Los miedos se sumaban tras cada golpe iracundo de agua marina. Quien se aferra a la vida, lo único que teme, es perderla, y a decir verdad... antes del amanecer, todos allí éramos hombres que se aferraban a la vida.
La sentina empezó a llenarse de agua a pesar de que las bombas de achique funcionaban a todo motor. La línea de flotación se hundía arrastrando con ella nuestras esperanzas, y paradójicamente, mientras la obra muerta cobraba vida bajo la fría oscuridad, la obra viva nos acercaba más a nuestra muerte abriéndose paso entre cardúmenes arremolinados y corales devastados.
La furia del cielo y del mar no cesaron hasta vernos a todos muertos, flotando boca abajo condenados al constante subir y bajar de las aguas decididas a tomar venganza por sacar de ellas más de lo necesario. Apenas empezó a asomar el sol, una gaviota nadaba al lado de un pescador al que de vez en cuando picoteaba la carne muerta y graznaba como invitando a sus pares a participar del banquete.
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