En el silencio y la soledad
se despliegan las alas de la verdad,
sin crítica, ni juicio,
esto que percibimos
es apenas una ínfima parte de quienes somos.
No somos aquello que en la intimidad deseamos,
no somos aquello que por la sociedad transformamos,
no somos aquello que los que miran, opinan;
somos quienes somos
y aceptarnos así,
es el primer paso que se da
una vez que dejamos detrás
el haber hecho todo lo posible
para limpiar la muda de piel
y la sangre derramada,
por intentar satisfacer a nuestro ego
tratando de agradarle al otro.
El otro y el ego
no son enemigos de los que alejarnos debemos;
en cambio,
son peldaños ineludibles en el camino hacia nosotros mismos.
Ambos,
son sombras que debemos abrazar
y hacerlas parte de la maravilla de ser quienes somos
y para la que hemos nacido.
Cuando comprendemos
que lo maravilloso de la vida es ser quienes somos,
asimilamos nuestra oscuridad
nos apartamos del miedo,
potenciamos nuestros dones
y evolucionamos,
abrazando los imponderables
y obramos
dejando la soberbia de lado.
El acto más valiente en nuestras vidas
es aceptar que somos como hojas que a la deriva.
Las fuerzas superiores del tiempo y del viento
llevan a través del lógico camino del azar
la sucesión de momentos nuestros
hasta el inexorable fin.
Hazte a la idea que Dios,
no es el rector de tu destino,
sino,
es la energía que nos acompaña y aconseja,
para alcanzar inmaculados,
nuestra propia esencia.
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