Cuando creí que el bosque no podía estar más oscuro,
el sol asomó por el horizonte a todas las sombras
de verdes arbustos plagados con dulces frutos
de árboles imponentes, trémolos, iracundos,
de hojas muertas que al bosque anegan.
Ante tanta magnificencia y gloria
mis temores se hicieron dueños
de mi hoy, de mi ayer, de mí
y siendo pleno mediodía
caí en mis rodillas
y abandoné
y abdiqué
y perdí.
Sé lo que es rogar.
He sentido a la miseria
crecer y apoderarse de mí,
tuve al vacío apretando el pecho
diezmando las alternativas plausibles
y apabullando la fe depositada en el futuro.
Connivente, aprovechó la soledad y pateó mi alma
en aquellos rincones vulnerables, escondidos y olvidados
que, a fuerza de pasados sin nostalgias, me vi obligado a dejar atrás.
No me avergüenza decir que sentir nos agobia y nos hunde en sórididos infiernos.
Hoy entiendo a Dios conmigo
lleva la criba que elige caminos
y va;
yo voy tras él
con la confianza ciega
que venga lo que venga
tengo la fuerza interna
para amanecer
y volver a levantarme.
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