Al pie del árbol más viejo, donde los rayos del sol llegan para hacer su madriguera de amaneceres y atardeceres, sobre una parte de la raíz con forma plana, el cuentacuentos toma asiento y la mañana y la tarde contempla, cerca del río, al filo de la senda, mientras la brisa le acaricia el rostro y le revuelve los cabellos.
Nunca le falta una aneda o para contar le falta un cuento, pase quien pase por la senda, al verlo detiene su paso y se toma su tiempo. A orillas de sus pies se sienta y embelezado por la magia de sus palabras atentamente y en silencio, escucha... pues lo que el cuentacuentos cuenta son historias que el soplar del viento le susurra a sus oídos entre brisas y caricias.
Que si un niño paseandero ha de cruzar por la senda, sin dudarlo la historia será de cruces, de sendas, de niños grandes o paseos perdidos o tal vez de perdidos niños y grandes paseos. Las opciones son infinitas, pues en su haber ha de tener, más cuentos que segundos tiene un siglo.
Que si un rico es el que pasa ha de contar como pasa la riqueza, o por qué pasa, o porque pasa, hacia donde fue, de donde vino o a donde irá la riqueza cuando el hombre que la ostenta se le haya acabado el tiempo.
Si el que pasa es un trotamundos, el cuentacuentos calla y observa el pasar a los trotes que lleva el mundo, y si la casualidad y el azar lo detienen, le cuenta sobre la ferocidad de lo eterno, sobre la paz del momento... pero claro, esos cuentos siempre son breves; el cuentacuentos sabe que el mundo no debe detener su marcha, aunque trata de convencerlo que caminar es mejor que ir a los saltos, que también es un buen ejercicio e igual llegará a donde vaya.
Que si pasa un rey, ha de tener glamour y descaro en el cuento que cuenta pues los reyes son hombres raros, infestados de poder y particulares decisiones.
Por lo que siempre cuando habla del magnífico poder del hombre, distraído y sin querer, recuerda a Dios y alguna, de sus particulares decisiones. Pasado el tiempo, tarde o temprano, el rey cae en la cuenta, que el cuentacuentos no comparaba la figura monárquica sobre la divina, si no más bien que le advertía sutilmente, que el sol brilla más que la corona, y que este, siempre está sobre ella.
Que si pasaba un caracol o una tortuga, le contaba la historia del tiempo, desde donde se acuerda y cree que comenzó, hasta el rato antes que la tortuga o el caracol asomaran la caparazón por el lomo de la senda... Ridículo? Qué el cuentacuentos le cuente cuentos al caracol, a la tortuga o a las aves... ha de ser ridículo? Pues no, el cuentacuentos ha de ser un narrador de historias que no se fija a quien le cuenta, pues él no discrimina. Le importa un bledo la cantidad o la calidad de tu experiencia, tus atuendos, tu raza, tu sexo, tus credos, tu especie.
Ni siquiera se mosquea cuando algún atrevido sale corriendo espantado y asustado por su imagen, que simplemente, podría llegar a considerarse distinta. Él, cuenta lo que el viento le ha contado, lo que la vida le ha enseñado, lo que el tiempo le marcó con su tictac.
Él lo entiende, aún no lo sabés? No es labor del cuentacuentos que lo escuches y lo entiendas.
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