Me permito, de a poco, llegar a lo hondo. A lo más hondo, y me comparto... silencioso, pero intrépido, alborotado... pero entero, y me juego... Sincero, sin pros ni contras, tal como soy, limpio de aquellas cosas que no poseo, embebido en todo lo que soy y veo. Puesto que no soy un ideal, soy la mezcla de aquello que juzgo, de lo que ignoro, de lo que opino y de lo que no hago. También soy ese ser que abomino, al que nada bueno le deseo, al que olvido y al que sin querer por tanto luchar contra él, alimento.
Tiemblo en la profundidad, pues en la superficie uno es lo que quiere ser, mas en lo profundo uno simplemente es lo que es. No vas a poder entender, si no te desprecias un poco a ti mismo, no puedes comprender de lo que hablo, menos aún de lo que escribo.
Todo demonio tiene su santo, todo santo ha de tener su demonio, ambos son eternos y sus diferencias irreconciliables. Si estuvieras ahí, podrías entenderlo. Su lucha es eterna, trasciende más allá de esta clepsidra que llamamos vida.
Nada enseña la violencia, por los violentos experimentamos pérdida, por la pérdida sentimos dolor, el dolor nos genera tristeza, la tristeza nos enseña violencia y esta nada nos enseña. Aprendemos, si es que podemos, a trascender más allá de este momento finito que transcurrimos dónde todo está al alcance de nuestras manos pero nada nos pertenece. Ni siquiera ese reloj al que mirás, negando que en algún momento se escurrirá su última gota de agua.
Quieres aprender algo de aquello que nada enseña? Aprende a enseñarte como convivir en paz contigo mismo, y ya no luches, y acepta, que hay un momento en que la vida se evapora.
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