Clarita había dejado la puerta de la casa entreabierta y entraba un chiflete que para que les cuento. La tía Ana en aquellas épocas tenía una enfermedad rara que la obligaba a hablar en consonantes, y nada más, en tanto el tío Carlos había partido rumbo a Escocia donde una carrera de caballos lo haría millonario. Todos los días nos llegaban cartas del tío Carlos, al llegar estas, la tía Clara que estaba confinada a ser la enfermera de Ana, puteaba al ver que por debajo de la puerta el rectangular sobre blanco aparecía. Yo agarraba la carta y me la llevaba corriendo al fondo y sobre la mesa del desayuno la leía en voz alta para todos los chicos que desayunábamos café con leche, pan manteca y carne al horno de ayer. Tere, pobre Tere, siempre nos hacía el desayuno últimamente, desde que Ana había enfermado nadie se ocupaba de nosotros y teníamos entonces la libertad de hacer lo que quisiéramos. Sebastián se encargaba de que ninguno vaya bien vestido a la escuela. Sonreía mientras nos ponía medias verdes con zapatillas rojas y pantalones amarillos, pero claro a nosotros nos daban otro caramelo y salíamos contentos por las calles vestidos de arco iris sonriendo orgullosos mostrando los colores más vivos de la tierra en nuestras ropas. Parecíamos brasileños en carnaval carioca. Ana adelgazaba cada día más y más, Clara estaba realmente ocupada, iba a curanderas y doctores de renombrado nombre. A los doctores llevaba los análisis clínicos y a las curanderas los corpiños gigantescos de la tía Ana. Recuerdo una vez que el vecino le había robado un corpiño y lo había colgado de los breteles a dos árboles y allí donde las tetas se posan sentaba a sus dos pequeños hijos y los hamacaba por largo tiempo. Viendo esto la tía Ana se puso furiosa y fue a reclamar su prenda porta pechos, pero claro, el vecino le aseguró que él ni siquiera se había acercado al tender, mientras tironeaba de una de las tazas de susodicha prenda, ayudado por sus dos hijos, enfrentado del otro lado por la tía Ana que desesperada quería recuperar su sutién. Los niños se pusieron a llorar y la policía tuvo que interceder en dicho hecho. De juicio en juicio estuvo la familia por el bendito corpiño que estaba como prueba "A" en el juzgado ocupando, debido a su gran tamaño, la sala mayor del juzgado penal y civil. Mientras, en contra partida, Sebas, Clarita Tere y yo, le habíamos afanado una bombacha y un par de pantymedias oscuras con las cuales habíamos hecho una carpa de circo con cama elástica y/o con red de seguridad para los trapecistas, según claro, la ocasión lo amerite. Hubieran visto la cara de envidia que tenían entonces el vecino y su familia, reunidos del otro lado de la cerca que nos dividía como humanos y como vecinos, nos miraban con los ojos repletos de codicia. Pero el circo era nuestro y entraban solo invitados con invitación en la mano.
El circo funcionó bien durante un tiempo pero en el momento de empezar a hacer las giras la tía Clara se cansó del pororó y dejó de hacerlo, en ese momento, obviamente, el circo quebró inexorablemente. Qué circo es un circo si no tiene pochoclo!
Tuvimos entonces que resignarnos ante la mirada de satisfacción de nuestros vecinos que nos miraban desde lo alto de sus ojos y se tiraban sobre el corpiño de la tía que ya les pertenecía por tener un abogado más astuto.
Nunca disculpamos a la tía por esto, pero sí la entendimos más tarde, parece que ella tuvo que dejar de hacer el pochoclo por una orden municipal que prohibía a todas las amas de casa tener una carpa de circo en el patio ofreciendo pororó sin invitar primero a toda la municipalidad a tener sexo con ella, aún aunque por falta de corpiño, tenga las tetas por el piso.
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