Los días en Almagro fueron los que predominaron durante un rato de la nuestra infancia. La tía Miranda, que tenía preferencia por el jugo de naranja exprimido, se mudó para allí en otoño. Ella había conseguido un caserón de baja renta en la calle Yatay bien adentro, por las noches las calles silenciosas repletas de oscuridad daban un miedo ilógico que se hacia sentir hasta en lo mas profundo de los huesos y mas de una vez nos helaba la piel y los nervios y nos dejaba quietos con el temor recorriéndonos por debajo de las sabanas y las frazadas. Había sido en el verano cuando la tía Miranda nos contó, a mis primos y a mi, que no había de que preocuparse por ese loco que había escapado del psiquiátrico que se comía a los niños que mal se comportaban. Claro que la tía nunca aclaro que el cuento del loco era del tío Carlos que siempre andaba en algo raro, ese era nada mas que un simple cuento que el tío invento cuando Clarita se lastro la moneda antigua. Recuerdo que Clarita esa misma noche no comió ni bebió ni durmió, haberse comido la moneda le había costado, el alimento, la sequedad de garganta, y el miedo tremolo que le impedía pegar un ojo aunque sea. Claro que ninguno de nosotros, siendo chiquitos como éramos entonces, habíamos creído por completo la historia que tío Carlos había inventado. Dormíamos casi todos los primos en el cuarto grande del fondo, Clarita, que era la mas chiquita, hace pocos tiempos ya que se había dejado de hacer pis en la cama pero oh! sorpresa esa noche se meó sin salir de la cama por miedo a que el loco la agarrara y la devorase mientras se reía frente a sus ojillos almendra que llorarían de miedo, dolor y otras cosas. Dormíamos en camas cuchetas, en aquella casa, en aquel cuarto de Almagro, dormíamos en camas cuchetas. Clarita dormía justo sobre Sebastián y sobre Tere (la cama tenia tres pisos) y resulta que Clarita orino tanto que su pis atravesó los tres colchones hasta hacer un charco de dimensiones considerables en el piso. Rompió a llorar como una boba a eso de las cinco de la mañana, los llantos llamaron la atención de la familia entera que parecía estar de fiesta en la parte delantera de la casa que daba a la calle Yatay. La primera en entrar fue Ana, con cara preocupada por unos problemas legales que estaba teniendo por esa bendita quinta, como ella decía, después la seguía Miranda que venia caminando torcido y con una botella en la mano, mas atrás, arrastrándose como lombriz sonriente, venia el tío Carlos con un peludo de la hostia madre. Tere y Sebastián le gritaban a Clarita palabras que ni siquiera ahora de grande me atrevo a repetir, ambos con los pijamitas mojados, y Clarita, pobre, que lloraba a los gritos. Ana se acerco a su hija y la bajo desde ese tercer cielo en forma de vago carajo donde nada mas se espían sueños, la abrazo dulcemente mientras Clarita le hundía la nariz llena de mocos y lagrimas en el pecho.
-Qué paso mi amor?
-Se meó- dijo el tío Carlos desde el piso largando una bastarda carcajada mientras los señalaba a todos los involucrados (en el vertical chorro descendente) que aun húmedos no retomaban la calma.
-Es por ese loco que les contó el tío, no?- dijo a medio enojar Miranda mirando de soslayo a Carlos que se vomitaba encima mientras se reía bajito. Clarita asentó con la cabeza.- Pero el loco ese acá no va a entrar, no te preocupes.
-Y si entra y me come justo cuando yo estoy yendo al baño...- dijo entre mocos y lagrimas que caían. Sebastián se puso a reír como loco.
-Y justo te va a comer a vos que sos una flaca escuálida.
-No soy una flaca escuálida!- grito llorando.
-Flaca escuálida, flaca escuálida...- cantaba en son de burla con esa hijoputez tan típica de la niñez. Clarita rompió a llorar mas fuerte, mientras que contenida en los brazos de Ana tiraba patadas y golpes con sus pequeñas manitos y pies, que zumbaban por los aires cercanos a Sebastián que reía desenfrenado ebrio, tal vez, por los constantes vómitos del tío Carlos rojos y bordos por tanto vino barato. Miranda le sacudió un tremendo soplanuca a Sebastián que cayo de culo al piso y toda su risa burlesca se transformo en un llanto doloso. Miranda lo miro desde lo alto de sus ojos con furia ciega y maternal clemencia, el la miro sin mirada, ni un brillo se ocultaba en sus pequeños y niñezcos ojillos.
-Si alguna vez me volvés a levantar la mano de vos no va a quedar ni siquiera un recuerdo.- Miranda se estremeció un poco al escuchar que su voz parecía a la del abuelo parrillero cuando se enojaba con ella y le daba de a cinturonazos cuando todos eran chiquitos, al pasar ese poco de estremecimiento, Miranda casi sin pensarlo le revoleo otro sopapo que lo acostó en el piso y Sebas se quedo dormido hasta el otro día sin siquiera estar protegido del frío de Almagro por alguna cobijita o algo así por el estilo. Miranda se fue caminando zigzagueante mascando bostas entre sus fauces que poco comprendían un algo del todo, al salir de la habitación lo pateo a Carlos un par de veces en el estomago pero el, ni lo sintió ya que estaba descansando de tantas copas que le habían exigido un pórfido ejercicio de mano que prensil toma, y de codo que insistente se dobla y dirige al antebrazo con mano vaso y todo a la boca.
Ana se puso a gritar desenfrenada un montón de insultos y epítetos a Miranda que sufría de cierta locura momentánea y pasajera, salió de la habitación pisando al tío Carlos que seguía durmiendo en el piso como si nada pasase. Tere se le acerco a Clarita y la abrazo fuerte, sin saber porque yo me acerque y las abrace a las dos juntas y entre los tres nos pusimos a llorar.
-Va a venir el loco?- pregunto con miedo Clarita.
-Claro que no- quise tranquilizarla sin creer en lo que yo mismo decía.
-Ya estamos rodeados de locos, no me extrañaría que ese loco, fuese algún tío nuestro o el mismo Carlos- Nos miramos en un tremolo silencio que decía mas que cualquier palabra, los tres nos acostamos en la cama que yo usaba, y a pesar del cansancio que causan, el llanto, el miedo y la desesperanza, ninguno de los tres pudimos dormir aquella noche en la casa de Miranda, allá en Almagro. Temiendo que a la noche el tío Carlos se despierte y nos engulla como aperitivo nocturno. En el desayuno del otro día ninguno comento la pasada noche pero el silencio se hizo dueño del desayuno, y del almuerzo y de la cena.
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