Habían sido los primeros días de veraneo en la casa de tía Ana. Ella tenía una casa quinta en las afueras de la ciudad dónde los fines de semana los familiares que tenían la suerte de no trabajar, podían pasar allí un rato agradable y colorido con amarillo sol, turquesa pileta, pasto verde, y a veces, cuando éramos muchos los que nos allegábamos allí , cerrábamos la tarde con un partidito de fútbol con el cual nos entreteníamos hasta la noche donde con un asado preparado siempre por el abuelo José, nos llenábamos de alegría, vino y comida. Nos sentábamos todos enderredor de la mesa y tomábamos vino hasta al amanecer, cantábamos canciones acompañados con tonos de la guitarra que el tío Ricardo hábilmente sabía tañer. Una vez el tío Carlos se había enfurecido con Clarita, la menor de las primas, pero no la más chica de la familia. Esta se había comido una moneda antigua que el bisabuelo había dejado para que algún día la familia, en caso de necesitarlo, la cambie por dinero. Pobre Clarita... la de nalgadas que recibió después que le estuvieron pegando en la espalda para que escupa la moneda mientras colgaba de las patas.
Recuerdo otra vez en que el abuelo José, en mitad de un asado, cayó sobre la parrilla tomándose el pecho y tirando, sin quererlo, todas las achuras, todas las carnes, esas cosas que allí se asaban.
Recuerdo que después de eso el abuelo José hizo un viaje del cual no regresó jamás. Según las malas lenguas se habría encontrado con la abuela que algún tiempo atrás lo había abandonado... pero en mi familia, de mi abuela no se habla tanto, casi se podría decir que mi abuela en mi casa es un tema tabú, parece ser que ella era la más conservadora y le gustaba tener a todo el mundo a los trotes. El abuelo José, después que la abuela se fue, había quedado como con una tristeza en los ojos... tal vez era el único que quería a la abuela y que hablaba de ella sin taparse la boca con los dedos índice y pulgar. Qué revuelo el día en que el abuelo se asó! El tío Carlos con otros primos jugaban pateando penales y después de romperle un vidrio al vecino salieron corriendo calle arriba y no volvieron hasta una semana después. La tía Ana corría en círculos gritando como loca tomándose la cabeza. Ricardo (que no era de hacer deportes) había dejado la guitarra para servirse otro vaso de vino y reírse a pata suelta viendo los tres chiflados que no sé por qué le causaban tanta gracia. Al escuchar los gritos de Ana y el ruido que hizo el abuelo al caer, subió el volumen de la tele y quedó allí absorto como sabiendo que algo pasaba pero que él remediarlo no podría. La prima Clarita, en cambio, se puso a correr detrás de Ana que gritaba corriendo en círculos sosteniendo una bandeja con vasos a medio llenar con aperitivos de hierbas sin alcohol.
Cuando llegó Ernesto, vecino de Ana, con la pelota entre las manos y una cara de andar mascando broncas porque seguramente nadie se haría cargo del cristal roto de su sala por esa pelota. Los vio, al abuelo cocinándose a fuego lento y parejito, Ana corría en círculos y a los gritos con Clarita detrás que la seguía bandeja en mano, mientras que desde adentro de la casa, los sonidos de los tres chiflados escapaban a través de mudas paredes y de cerradas puertas y ventanas. Yo estaba escondido arriba en el techo con una gomera en la mano y piedritas en los bolsillos las cuales utilizaba para tratar de cumplir mi tonto sueño de desinflar la luna de un gomerazo o asestarle en medio de la pelada al abuelo que cocinaba. Nadie de los que estuvimos en la quinta aquel fin de semana comimos asado ese día, de hecho después que el abuelo se fué de viaje, pasó un tiempo hasta que volvimos a comer asado. Ricardo fue el primero, dos veranos después, en animarse a tomar la posición que había dejado vacante la ausencia del abuelo. No se lo extraña tanto realmente, y tampoco de él mucho se habla pero... aún llevo el recuerdo de esos días en la casa de veraneo de la tía Ana. Ella tenía una casa quinta en las afueras de la ciudad dónde los fines de semana los familiares que tenían la suerte de no trabajar, podían pasar allí un rato agradable y colorido con amarillo sol, turquesa pileta, pasto verde y a veces, cuando éramos muchos los que nos allegábamos cerrábamos la tarde con un partidito de fútbol con el cual nos entreteníamos hasta la noche cuando con un asado preparado siempre por el tío Ricardo, nos llenaba de alegría, vino y comida.
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