Mitos eran los de antes, ahora existen los hitos, los ritos, los gritos (en mayor medida), el fanatismo y el borde. El límite. Ahora se maneja algo así como una sucinta estafa, ante una imposibilidad, alguien hace posible lo que para otro es imposible, y se nomina servicio. En cambio antes, en vez de servicio era heroísmo, y los héroes tarde o temprano llegaban a ser mitos, grandes y mágicos como los dioses. Mitos eran por ser pocos quienes lograban hacer realidad la maga, el sueño, la pesadilla. Al lograrlo, ya podía echarse a dormir cómodamente en los laureles de la gloria.
Ahora los mitos son los miedos más comunes de las urbes y sus gentes, mana de esas inseguridades que juntamos por no ser más que un menjunje de huesos, tendones, carnes y agua. Todo aquello que nos atemoriza se transforma en mito rápidamente, no hay grandes proezas, ni inestimados heroísmos, no existe ese amor por la aventura, ni tampoco la vida vale tanto ya. El hecho que una vida valga menos que una bala, nos hace dar cuenta que menospreciado está todo, que devaluada está la vida.
Los mitos de ahora carecen de magia, de loca y desbocada imaginación, de esa dulce extravagancia que nos traía la ignorancia. Si no hacemos algo con lo que sabemos, debemos aceptar y comprender que el saber entonces no nos lleva a nada. Sabemos muchas cosas de las cuales no nos hacemos cargo, tenemos valores invertidos y puntos de vista erróneos. Sabemos lo que sabemos pero no hacemos nada al respecto. Saber, no nos lleva a ningún lado que no querramos ir.
Los mitos que quedan no tienen fuerza, se leen y aprenden en las escuelas con tonta inocencia, con sorna a esos antepasados que se arriesgaron a dar ese paso, impensable, imposible, necesario. Ahora tenemos hitos, ritos, gritos… pero mitos, mitos eran los de antes…
El paso del tiempo nos ha dejado crear hitos, monstruos reales que marcan un antes y un después, logrando así escribir la historia con sangre, borrando así del libro de la humanidad la magia.
Lástima que ya llegamos al límite, y que aún parados en el borde sigamos adorando a gritos los ritos de los hitos, tachando y olvidando, el saber, la razón y el por qué, que tenían los mitos de antes.
Ahora los mitos son los miedos más comunes de las urbes y sus gentes, mana de esas inseguridades que juntamos por no ser más que un menjunje de huesos, tendones, carnes y agua. Todo aquello que nos atemoriza se transforma en mito rápidamente, no hay grandes proezas, ni inestimados heroísmos, no existe ese amor por la aventura, ni tampoco la vida vale tanto ya. El hecho que una vida valga menos que una bala, nos hace dar cuenta que menospreciado está todo, que devaluada está la vida.
Los mitos de ahora carecen de magia, de loca y desbocada imaginación, de esa dulce extravagancia que nos traía la ignorancia. Si no hacemos algo con lo que sabemos, debemos aceptar y comprender que el saber entonces no nos lleva a nada. Sabemos muchas cosas de las cuales no nos hacemos cargo, tenemos valores invertidos y puntos de vista erróneos. Sabemos lo que sabemos pero no hacemos nada al respecto. Saber, no nos lleva a ningún lado que no querramos ir.
Los mitos que quedan no tienen fuerza, se leen y aprenden en las escuelas con tonta inocencia, con sorna a esos antepasados que se arriesgaron a dar ese paso, impensable, imposible, necesario. Ahora tenemos hitos, ritos, gritos… pero mitos, mitos eran los de antes…
El paso del tiempo nos ha dejado crear hitos, monstruos reales que marcan un antes y un después, logrando así escribir la historia con sangre, borrando así del libro de la humanidad la magia.
Lástima que ya llegamos al límite, y que aún parados en el borde sigamos adorando a gritos los ritos de los hitos, tachando y olvidando, el saber, la razón y el por qué, que tenían los mitos de antes.
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