martes, septiembre 21, 2010

Carmela -- Cuento

Pensar en Carmela era pecar, indudablemente, cada vez que alguno de la turma del barrio pensaba en ella, irremediablemente, terminaba rezando un Ave María Purísima, o algún Padre Nuestro o alguna de esas otras oraciones que el padre Eulalio obligaba a recitar casi de memoria y sin apuro cada vez que uno se allegaba al confesionario y susurraba el nombre de Carmela. Y no era que ella solo levantaba pensamientos pecaminosos en los niños de la barra, también los despertaba entre las gentes del poblado, aunque claro que no tenía voluptuosas curvas, ni anchas caderas, ni magra cintura, ni pechos como jugosos melones o labios gruesos e infartantes, u ojos de mirada ardiente o pómulos altos, u hombros al aire o piernas largas de delicados tobillos. Carmela, era petisa, gorda, chueca, sin pechos, sin cintura, sin nalgas, con la mirada sombría y una nariz que anticipaba por metros la llegada de su portadora. Su cara era redonda y chata (salvo por su prominente nariz) con un lunar lleno de pelos en una de sis mejillas... aún así, Carmela era el caramelo que no faltaba en la boca de nadie, y que hacía salivar a todos con una ardiente pasión desbocada. El misterio de Carmela era tal, que hombres de todo el mundo venían a investigar el por qué secreto de su extraña y salvaje atracción, pero al verla, quedaban tan maravillados que nunca más volvían a su lugar de origen, muchos, abandonando a sus familias en el olvido más irreverente. El tiempo feroz cayó sobre la mujer tan deseada y la llenó de arrugas, y de olores, y de abundantes pelos que se asomaban por distintos lados de su agrietada piel... a pesar de tener tantos pretendientes nunca se entregó a ninguno, ni a ninguna. El verano más triste fue el del año en que murió Carmela, ya que el día que pasó a la inmortalidad, miles de hombres se trenzaron en una riña tan increíble que dejo más de un centenar de heridos y apenas docenas de muertos. La policía quiso intervenir, pero la pelea por ver quien llevaba el cajón de Carmela hasta la fosa también arrastró a los ediles a la violencia y a la sin razón. Todos la recordamos... algunos dulcemente, otros con rencor, pero todos la recordamos con pasión, se puede ver en el aire el pensamiento pecaminoso que surge de la líbido de todos los que la conocimos y la evocamos de una u otra manera; cada vez que se piensa en ella el ambiente se caldea. En el pueblo se prohibió nombrarla, por las dudas, no vaya a ser que después de tantos años de paz, el solo susurro de su nombre altere todas las hormonas y todo termine como en las epopeyas griegas.

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