Chino de nacimiento hasta que en el 02, por costumbre nomás, decidió cambiar su nacionalidad por Indio. Pero claro, el fervor del momento y la trascendencia del cambio hacía que él pequeño Akiyo no durmiera bien por las noches y que las mañanas se le hicieran más cortas debido a todo el tiempo que pasaba apoliyado de pie, posado con el hombro en el vano de la puerta cuando salía a trabajar. Un día, en uno de sus sueños recurrentes, soñó que por allí en otro lado del mundo estaba un muchacho sentado en su oficina hablando por teléfono con una mujer enigmática y distinta, que a su vez también estaba en su oficina, en otra parte de la ciudad, en otra parte del mundo; y uno le contaba a la otra que estaba contento por el nacimiento de una sobrina nueva en otra parte del mundo, en otra historia en el tiempo. Y ésta se ponía chocha de contenta, pero vaya a saber por qué y si dios supiera, pensó ella que él estaba triste por algún motivo bélico e hincha quinotos que sacudía con terror al mundo, mas estas cosas, a pesar de lo terribles que son, no eran devotas de la tristeza deste hombre, ni siquiera eran capaces de sacarle un lágrima perdida que sin saber donde ir en su mejilla, anida. Humanos somos, con más defectos que virtudes y poblamos cada palmo de ésta tierra, cada quien a su manera. Somos libres de creer y pensar, de disentir y amar, de desear los más hermoso o lo más terrible, no hay tristeza en la realidad, solo hay lugar para la realidad aquí adentro. Somos energía que fluye a su manera cada una, no debemos dejar que se interpongan en el camino hacia donde vamos ni ser quien se interpone en el camino de las otras.
Un soplo de viento le despeinó el jopo y un rayo de sol le dio justo en el ojo cerrado que se abrió despacito y soñoliento sin saber el porque, y a pesar que llegaba tarde a su trabajo, Akiyo sonrió grande y lindo y se alejó de su casa caminando despacio desde su China natal hacia su India de la esperanza...
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