Sorprende a veces como es que la soledad nos rodea. Que las sombras del conocimiento llegan apenas a la punta de los dedos pero estos no puedan tocar a algún alguien y transmitirle las tantas cosas que el corazón siente y desea sentir. Pareciera que todas las sombras esperan afuera y que no hay lugar donde abrigarse de tanto frío; entra pujante y con ganas la desperanza, eso que creímos alguna vez parte del olvido, ahora son fantasmas que pululan por las paredes mohosas del silencio, por los sórdidos pasillos de la reflexión en la trémola soledad.
Es paradójica la soledad que a todos lados nos acompaña, allí encontramos lo lindo de estar solo, solo con uno, con sus fantasmas, con sus aciertos y sus derrotas, con sus luces con sus sombras, con su modos maneras, pareceres y apreciaciones. Uno con uno, sólo uno, uno solo, donde no hay disfraces, ni pinturas, ni caretas, donde las preguntas son desvergonzadas y casi temerarias. El cara cara de uno con uno mismo; es aquí donde se reconfirma que está bien estar solo, cuando hay comunión de uno con uno y la soledad deja de ser soledad para ser compañía en sí misma.
Pero hay que entender también que somos humanos, seres que necesitamos compartir, quebrarnos, rehacernos y apoyarnos y también claro está, que nos usen de apoyo, para llegar a alcanzar la felicidad, aunque ésta también sea una hermosa utopía.
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