Hoy si que valía la pena despertarse temprano. Apenas el sol empezó a mostrar su faz dorada casi cobriza, el primer rayo al salir, le ralló la cara en hermosos y multicolores hases provocados por el amanecer y la persiana americana.
-Sí! - gritó en un salto saliendo de la cama. Bajo la ducha cantó "Singing in the rain" usando la esponja de micrófono. Mientras se lavaba el pelo y cantaba, sonrío recordando hace cuanto tiempo que no le entraba shampoo en los ojos. Recordó el ardor, el fuego hirviendo en los globos oculares... la desesperación imposible de no poder quitarse esa sensación ni con litros y litros de agua. -Qué suerte ser adulto...- susurró socarronamente, mientras se secaba con la toalla. Se miró al espejo y no quiso aceptar que los años pasaron por su rostro. Gesticuló frente a su reflejo, se miraba, miraba cada poro de su piel, se bajaba el párpado inferior derecho primero, el izquierdo después, acariciaba su mentón lampiño, miraba sus dientes, sus encías, su lengua, todo pasaba por un análisis exhaustivo de sí mismo. Quería recordar cada milímetro de su rostro para inmortalizarlo en su memoria.
Hoy era el día, todo se iba a dar como lo había soñado. Todo había sido tan real en su sueño que era imposible que pase cualquier otra cosa. Se vistió de a poco, metódico, eligiendo las medias por su color, por su textura, eligiendo la camisa frente a otro espejo, pensando " de qué color estoy hoy?", e intercambiaba una camisa sobre otra y sonreía, o fruncía el seño o apretaba los labios fuerte y se movía las orejas con las manos. El tiempo le sobraba en su mañana perfecta. Salió impecable, de punta en blanco; con alpargatas raídas, y al final sin medias, una camisa llena de colores cálidos, mangas cortas, cuello mao y sin bolsillo para el corazón. Hoy no guardaría nada en ningún lugar, hoy todo sería dar, entrega, pura entrega al mundo que lo rodeaba. Ni siquiera en sus bermudas azules flúo tenía un bolsillo donde guardar los cigarros que gustaba fumar, o el encendedor o los documentos. Nada, hoy no arrastraría nada encima, sería él, él limpio con el mundo, solamente se traería a sí mismo y se brindaría abierto, natural y lleno de confianza. Caminaba por las calles ancho y lleno de orgullo, sin querer desparramaba envidia donde pisaba, pero envidia de la buena, los niños lo miraban y sonreían, los perros lo olían y lamían su mano cuando él la tendía para acariciar sus cabezas buenamente.
El cielo estaba limpio y perfecto, hermosamente celeste, sin una sola nubecita, sin siquiera olor a tormenta, pero a pesar de esto, sabía que al momento indicado el cielo celeste y luminoso se iba a llenar de nubes negras y pesadas, que rayos eléctricos surcarían los negros nubarrones y caerían a la tierra agrietándola, sacudiéndola y que ésta se estremecería y al convulsionarse, desde la orilla del mar, grandes olas azotarían las costas, y abismos de tierra aparecerían entre vereda y vereda o a mitad de la cuadra o en cualquier lugar donde a la naturaleza le plazca. El caos dominaría todo y el mundo correría desesperado por doquier, sin lugar ni rumbo, sin mesura ni respeto, correrían alocados y desesperados como cucarachas buscando la salida, aunque ésta no fuera posible. Sabía que el mundo como se conocía se estaba viniendo abajo. Al demonio con todas esas frivolidades apocalípticas occidentales; con las viejas leyendas y con aquellos mitos que algún día, de algún modo, el mundo se acabaría. Quedaba claro que lo que se terminaría era el mundo conocido, pero no la tierra en sí, no la geoide masa de metales fundidos flotando en el infinito espacio. Todo acabaría hoy, si, de un momento a otro todo acabaría hoy. El lo sabía y aún así estaba feliz, había soñado en su sueño el fin, y a pesar de esto, sabía que igual sería su día, por lo que tomando al pie de la letra su sueño lo siguió casi paso por paso. Se acercó a la orilla del mar y se armó un cigarrillo de marihuana, lo encendió y se sentó en la arena húmeda a mirar el horizonte.
-Al fin te encuentro - escuchó tras él una hermosa voz, que aunque nueva le resultaba familiarmente conocida. Pitó su cigarrito y convidó.- no, no fumo, pero igual gracias.-
-No hay por qué...- dijo suave y le convidó con un espacio para que se sienten a mirar juntos.
-Que raro no, siento que te conozco desde siempre, aunque estás vestido de manera distinta.- él sonrió espiando apenas por el rabillo del ojo.
-Es cierto, - le respondió suave- preferí estar cómodo.
-Te entiendo, - conversó- a mi también me hubiese gustado ponerme algo distinto pero la verdad es que me quedaba tan lindo lo que tenía en el sueño que preferí ponerme esto.
-Te quedaba bien en el sueño, es verdad... aunque personalmente te queda mucho mejor...- sonrieron grande y lindo. Entrambos y de la nada se hizo una pausa, la brisa ululaba suavemente despeinándolos apenas. El cielo seguía celeste hasta el horizonte, solo viento suave y olas llegaban a la orilla sin anticipar absolutamente nada. - y que pensás? - preguntó seriamente.
- Es extraño conocerte hoy sabiendo que en cualquier momento, y sin por qué, pufff, todo se acaba. Pienso que la vida es irónica...- se abrazaron, se miraron a los ojos y en ambos pares había lágrimas de felicidad y tristeza.
- Yo también creo que es irónica,- resopló largando humo para volver a pitar- lo que al menos agradezco es haberte conocido antes que todo acabe, al menos el amor no será en nuestras almas una utopía.- sonrieron de nuevo entendiendo todo y se besaron en un beso que duró para siempre.
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