Sin esperanza ni pena
sin prisa siquiera
se entregó en silencio
a aquello que el destino depara
y era fácil pensar
en que aquel idilio
con el que sus manos soñaban
cada noche bajo las sábanas
era posible encontrarlo
en la sombra insatisfecha
de aquel hombre triste
de ojos grises
y traslúcida piel
que la esperaba día tras día
proyectado en sus pesados párpados
que cerrados por cansancio
parecían recordarle
que guardase esperanza
ya que en algún lugar
en algún momento
alguien la esperaba.
No quiso aceptar que su sueño
no era más que un sueño
y que por lo general
la realidad y el deseo
discrepan en un sesenta por ciento,
y decidió por esto
no despertar jamás
y de la mano de aquel
que supo ser
quien la llevara a creer
que era más importante soñar
que ser.
Murió soñando ser feliz
aunque en su rostro sin vida
quedó el surco de una lágrima
que infeliz lo recorría,
pues ser y estar no es más
que una elección que día a día
tenés la suerte de tomar.
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