El fútbol es una pasión inexplicable, es un ardor que tenés adentro y que se escapa por los poros, por los brazos, por las manos, por los ojos y la boca. El fútbol se te nota, no importa lo que hagas, el fútbol se te nota. No importa cuando haya partidos, siempre estás dispuesto a mirarlos, a sufrirlos, a alentar a tu equipo aunque éste esté en la otra parte del planeta, a llorar de tristeza o felicidad, a gritar desenfrenado, con rabia, o con amor, o con esperanza, o con resignación, pero cada grito que escapa de nuestros labios, sale desde nuestros corazones coloridos de los colores del estandarte que desde las tribunas con cánticos y puteadas vehementemente defendemos en cada fecha. En la cancha insultamos a diestra y siniestra, y por fútbol, no por más, pasás del amor al odio, del odio al amor, en tan solo una gambeta, en una tarjeta o en una atajada excepcional... eso sí, cuando uno de tu equipo patea la pelota y esta choca contra la red, el grito de gol se escapa por los poros, te ponés de pie y levantás los dos brazos hacia el cielo, los ojos se te desorbitan y escupís todo lo que guardaste adentro por tanto tiempo, salen lágrimas a borbotones y por supuesto el gutural grito de gol con una o longeva y sin fin que acaba siempre entre los brazos de todos los que te rodean, ya sea tu hermana, tu vieja, tu novia, un amigo, o un alegre desconocido que brilla de felicidad porque es también de tu mismo equipo. Si vos te fijás, el fútbol es el único deporte que se juega en todo el mundo, que en todos lados llena estadios y estadios. Si sos observador te darás cuenta que la gente cambia de esposa, pero no de club de fútbol, cambia de religión pero no de club de fútbol, cambia de familia, pero no de club de fútbol, cambia la marca del auto, la carrera, los amigos... todos cambian todo, pero nunca cambian los colores que pintan nuestro corazón. No importa lo que hagan, los jugadores que pasen, los dirigentes que dirijan la institución, los presidentes, la economía mundial, wall street... nada existe en este mundo que pueda doblegar el amor del hincha por sus colores, que obligue al apasionado y salvaje corazón a cambiar esos colores que crecieron muy cercanos a nuestra forma de vivir, de hacer y de ser.
El fútbol es parte de nuestra vida, y aunque sea una amante posesiva y esquiva llena de sensaciones contrarias y encontradas, no hay nada mejor en el mundo que ir a la cancha y ver brillar sobre el pasto, el aguante y la garra que meten los once gladiadores por los cuales dejamos nuestra voz y lágrimas en tan solo noventa minutos.
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