Las blancas paredes inexpugnables,
el mármol tiza refractando el brillo
del círculo solar en su cúspide momentánea
que con su luz y calor al mundo abrasa
y en las noches de luna solitaria
bajo un eterno cielo de estrellas sin tiempo,
el palacio brota del desértico suelo,
como un despreciado vestigio
de lo que supo ser un paraíso
que en el ahora se ha perdido.
Desde las ventanas más altas
y de las inertes murallas,
la historia escapa
y al mundo se lanza.
La gente mira boquiabierta
silenciosa,
maravillada,
sabiendo que esas piedras
supieron ser la frontera
de aquellos que a hierro forjaron
las causas de su propio entierro
que cuidaron como madres
a todos sus habitantes
que con bravura e hidalguía
celaban su tierra querida.
Grandes lides allí hubo
donde príncipes fortísimos
lucharon con honor
contra ogros y dragones,
demonios que de a miles
seguidos por sus huestes
hicieron campamento
a la vega del imperio
y trataron de cercarlos
y en su fe, arrinconarlos.
Jamás nada han logrado
los que con maldad,
al castillo se acercaron.
Quien quiso tener parte
y no la obtuvo por las buenas
si por malas la buscaba
gran paliza se le daba.
Moría el traidor
con su daga en la espalda
y moría el mentiroso
por su lengua envenenada.
Poder, mentira, y dinero
fueron los que devinieron
al paraíso en triste infierno.
De inexpugnables y plateadas murallas,
como un sol que amanecer amenaza
en las arenas danzantes del vasto desierto,
que en las noches sin luna
bajo la pálida sonrisa de algunas estrellas
a la vega del palacio brotan
románticas saetas,
dulcísimas historias
que recuerdan orgullosas
este hermoso vestigio,
de lo que fue alguna vez,
final y destino de todos los caminos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario