La plaza Solís ha quedado libre, todavía no la han cercado con un cinturón ferroso de metro y medio de alto. Si vieran a la dulce Buenos Aires llena de espacios verdes aprisionados bajo llave, cada plaza ha quedado enjaulada. Todos aseguran que es por seguridad, seguramente, confunden seguridad con miedo... demás está decir que en ésta época en que la plaza Solís está libre de rejas que la guarden, el vibrar de Buenos Aires se ha exacerbado debido al continuo temblequeo de su pueblo que urgido por las necesidades ha caído sin querer en la sin razón más absoluta.
Este, nuestro pueblo, nunca fue homogéneo, por eso es que las necesidades de algunos eran insípidas para otros, y esa insipidez, el desgano por todo nos fue llevando suavemente a ser crueles e insensibles, temerosos de nuestras luces pero aún más de nuestras propias sombras por lo que en vez de darnos libertades (¿qué mejor que la libertad para afianzar la seguridad del individuo?) nos escondimos tras gruesas rejas de miedo, encarcelándonos...
Que lindo que vos, plaza Solís, tan abandonada triste y sola, no te hayas llenado de rencor hacia el jubilado que con justo júbilo se sienta en uno de tus bancos para alimentar a las plomizas palomas o contra los intrépidos niños que corren por tus sendas vivas en piedritas solitarias que recuerdan con dulce añoranza aquellos tiempos en que muchos niños sudorosos y sonrientes te llenaban de gozo con sus risas y juegos.
Que lindo que vos, plaza Solís, hayas quedado libre de nuestros miedos.
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