Es el de guante blanco
el que nunca ensucia sus manos
ya que cuando lo atrapan,
pone el guante en otra mano
y ríe despreocupado.
Aquel que dan captura
es el que a la luz de la luna
llora de otro la condena
pero no tiene que dar al corazón pena
ya que el guante del despreocupado
su mano, conveniente, ha prestado.
Escucha las risas del vero dueño
que por entre los barrotes se cuelan
y le estremecen en la barriga
sabiendo que por conveniencia y avaricia
liga de otro, la paliza.
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