Un largo camino
que uno trashuma
desde el principio
hasta cada fin.
Empieza cuando empieza
termina cuando termina.
No recorremos
las mismas distancias,
no presenciamos
los mismos paisajes,
no disfrutamos
los mismos parajes,
no caminamos
los mismos pasajes,
pero si dejamos
una única huella.
A veces habrá
muros de piedra
que al andar detengan
y que
por el método convencional,
por más que quieras,
no pasarás.
Por eso tendrás
que cambiar de camino
o trasgredir este muro impuesto,
con todas las glorias y miserias
que arriesgarse a esto implica.
A veces, en vez del muro,
habrá piedras tan pequeñas
que se te meterán en el zapato
haciendo maldecir tu andar,
mirando otros caminos,
buscando alternativas
desde reales hasta divinas,
que den cuenten y aclaración
del por qué esa piedra en tu zapato.
Hasta que no te las quites
andarás incómodamente rengo.
Siempre la vida pondrá en un tu camino
una alternativa de descanso distinta para seducirte,
te pondrá una piedra donde sentarte
a la que puedes llevarte o dejarla y seguir;
una silla, un taburete, un banquito,
una banqueta, una silleta, una reposera,
un sillón de una plaza, un sofá mullidito,
un diván dionisíaco, una cama perfecta,
que te invitan a parar y detenerte un momento.
Momento etéreo que puede
ser un hasta siempre
si donde te sientas encuentras
comodidad, afinidad y apego.
Lo malo de detenerte
(antes de llegar a tu destino)
es que no sabrás nunca
que había por ti esperando
en la próxima etapa del camino.
Así como no hay
dos veces el mismo río,
tampoco hay dos veces
un solo camino.
Llegarás después de al menos
haber dado un solo paso,
a un cajón forrado en pana,
que no es más,
que un frío cajón de manzanas
el cual se va llenando de almas
y al hacerlo, se exporta sin culpas
el santurrón que todo lo ve
o a ese rebelde que todo lo quiere.
Por esto de nada sirve que te estreses,
detente las veces quieras
y has de tu vida lo que deseas,
pues todo camino tiene siempre
esta posta ineludible de la muerte.
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