de la maravillés
añoro los helados gigantes, inacabables,
rebeldes y sepultureros
de remeras domingueras
y pantaloncillos de misa.
Añoro la ufandad y el infinito
la ignorancia del porqué
el ser sin tones ni sones
sin escafandras ni colectivos
hallando guaridas por doquier
para escuarillizarse sin saber
que estás aprendiendo a sobrevivir la vida.
Añoro esa imprudencia
lo lejano de la muerte
el agobio del abandono latiendo
como el corazón delator recordando
que son posibles los miedos
aunque sean ilógicos, incoherentes
y sin goyete.
Añoro creer,
puta madre,
añoro creer.
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