miércoles, diciembre 12, 2007

Cosas de la vida -- Cuento corto

Por reiteración de sucesos, había aprendido, que sin duda, de algunas cosas, es mejor ni hablar... y menos con él, que a veces parecía tener la cabeza llena de pajaritos y vivir otra realidad completamente distinta a la de ella. Claro, resulta lógico que las realidades de los hombres y las mujeres es la misma pero los puntos de vista que la aprecían son tan distintos que uno puede estar viendo verde y la otra turquesa y entre ambos podían pasar horas discutiendo sobre lo mismo sin importar con quienes estuviesen, o dónde, ni nada por el estilo. una vez en el sepelio del padre de un amigo de una amiga, al lado del cajón, discutieron hasta el hartazgo por la migración de las mariposas imperiales, el decía que iban de México a Canadá y ella decía que iban de Canadá a México. Por esto fue que perdieron contancto con el amigo de la amiga que había sufrido la grave pérdida, los guardias de seguridad los sacaron a rastras pataleando como locos. Lo positivo fue que los llantos y el dolo se cortaron sorpresivamente por el comportamiento de estos dos. La sorpresa siempre llama al silencio y a la reflexión.
No iba a hablar de eso con él, ella sabía y daba por cierto que esto iba a desencadenar en un pataleo tal que después no se iban a hablar por una semana, así que guardó en su bolso el test de embarazo y se echó a andar foribunda por las calles para acomodar las ideas y pergeniar el plan a seguir de ahora en adelante.
Volvió tarde, a la hora en que el sol se desdibuja en el horizonte y que la luna coquetona empieza a asomarse avisando que en cualquier momento llega la noche. Al llegar abrió la puerta y una ráfaga de ausencia le quitó el habla, sabía que ella cada vez que se iba era porque había, de alguna manera, kilombo en puerta. Se sacó los zapatos, colgó el saco y desanudó la corbata que también tiró por ahí junto con las medias, se preparó unos mates y prendió el noticiero, varios flashes informativos después, un noticia le heló la sangre, una mujer había sido atropellada en la avenida principal, se quedó sin habla al verla a ella como única testigo de dicho accidente hablando en cámara lo más suelta y vivaracha, contó el como había girado en la esquina el auto, y sin ningún tipo de cuidado había maniobrado violentamente, casi decía que seguramente el conductor había hecho todo con un claro propósito. El mate se le cayó de las manos y manchó los almohadones y cojines que le mullían su estancia. Puteó en mil idiomas, con mil y un puteadas distintas, no pudo contener la bronca y arrojó la pava contra la tele encendida que estalló en mil colores y chispas. Se sentó en la mesa del comedor y le escribió una nota de despedida la que firmó con recelo y una ira que solo de leerla uno se sentía herido y abandonado por siempre.
Se fue a la habitación donde llenó sus petates con sus cosas de siempre y se fue, sin rumbo ni destino. Se fue sabiendo que nunca iba a volver sobre sus pasos.
Llegó a la noche eufórica y con la boca ansiosa de contarle todo lo que le había pasado ese día, en como sin querer por cosas del destino se había dado cuenta que necesitaban terapia y canalizar toda esa ira que tan mal les hacía, personalmente y como pareja. Llegó decidida al cambio, llegó decidida a informarle que serían padres y que de ahora en adelante, debían cambiar. Entró feliz, había entendido que la vida es una sola y que de un momento a otro ya no estás más, así que para qué hacerse daño con esas cosas cotidianas que en sí, no tienen razón de ser ni importancia.
Entró feliz y a los gritos llamándolo por su nombre de amor, Picurú, picurú le gritaba pero el silencio era tan pétreo que sospechó que algo estaba distinto. Encontró la tele destrozada y todo el sillón lleno de mate, se dijo y bueh... cosas que pasan, llegó al comedor y encontró sobre la mesa la nota que él le había dejado, al abrirla una lágrima enorme rodó por su rostro que fue a morir salada y triste a la comisura de su labio. Ya era tarde para cualquier cosa, no había vuelta atrás, él no volvería nunca. Lo sabía lo sentía y a decir verdad en cierta forma fue mejor, no se dio cuenta en ese momento, pero veintiseis años después su hijo era un tipo hecho y derecho, recibido en la facultad, trabajador, fiel esposo y adorable padre de tres criaturitas que parecían estar hechas de dulce de leche. Y ella? Ella sigue bien, se juntó hace unos años con un señor lleno de paz y dulce amor que la llevó a dar vueltas por el mundo; lo gracioso fue que una vez, en otra parte del planeta, en otros tiempos de su vida, en otra etapa de su crecimiento personal, le pareció verlo a él andando en bicicleta mascullando mierda, puteando a los autos, a los colectivos y a los transeúntes que pasaban, pero no, no podía ser él, tantos años y tanta vida había pasado en el medio que seguramente algo debería haber aprendido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que lindo...y cuantas verdades!

y si en vez de amarnos y llevar una vida armoniosa , las diferencias y roces, parecen estar siempre a flor de piel, vaaa jajaj es soy tan histericaaaaa jajaja que me siento identificada!!! jajaj

Te extraño Estani!!!!! Muchos besos.
EteL.