Pensar que le habían advertido que la montaña debe ser tomada en serio. Recordaba esto en cada golpe que iba sintiendo mientras caía rebotando cuesta abajo, inexorablemente hacia el primer llano que encontrara la física. Veía como el mundo había perdido los pies y la cabeza debido a las rodadas que iba llevando, y a pesar de estar completamente atontado y desorientado, el bello cantar de un pajarito se le colaba en los oídos donándole cierta paz a su confundido espíritu. Sintió más leve la inclinación de la montaña, por lo que ya no caía tan feroz por la pendiente, y en un acto de arrojo, casi inconciente, estiró su mano y se sostuvo con ella de una rama de Caña Colihue que ahí crecía. Quedó boca arriba, disfrutando de los caprichos de un cielo que se mostraba a través de las hojas más altas de los Ñires. Una vez a salvo, tendido en el suelo, el mundo pareció retomar su cordura pero en su cabeza todo seguía dando vueltas y vueltas, el canto del pajarito se escuchaba cada vez más cercano y al fin, se desvaneció. En la noche, al abrir los ojos por volver en sí, apenas se podía mover de todas las magulladuras que tenía por el cuerpo, se sintió estúpido al recordar su falta de cuidado al saltar de una piedra a otra en un camino donde las cabras piden permiso a la montaña hasta para respirar. Se incorporó como pudo, aferrándose de los troncos más cercanos que tenía, apenas podía caminar, rengueaba sobre su pierna hábil y el dolor en todo el cuerpo era insoportable, todavía sus ojos no se habían acostumbrado a la oscuridad por lo que cualquier sonido nocturno que proviniera del bosque era motivo de alerta. Después de vagar horas perdido y sin saber a donde ir, se sentó sobre el tronco trunco de un árbol podado por un rayo o por el tiempo y se cubrió el rostro con sus manos, comenzó a llorar tan desconsoladamente que el bosque entero sintió pena por el caminante aventurero. El bosque se había jurado hace tiempos no ayudar a los humanos en sus proezas, ya que desde siempre el hombre fue desagradecido con el bosque y lo mutiló despacio y sin compasión ni piedad.
Su llanto era profundo, desconsolado y solitario, no había nada en esta tierra que pudiera consolarlo, lamentándose sobre sí mismo, sin nadie cerca, trató de ponerse de pie. Afirmó un pie primero y al tratar de asegurar el segundo, un pequeño revoloteo le hizo perder el equilibrio y caer sentado de nuevo en el mismo lugar. Curiosón quiso saber que era lo que había causado ese revoloteo, por lo que inclinó su cabeza al suelo para mirar en la oscuridad y poder distinguir a eso, de las sombras. En la oscuridad todos los gatos son pardos, por lo que lo que vio lo sorprendió tanto que sus ojos se abrieron gigantescos y asombrados. Un pequeño pajarillo azul de pecho rosa y alas marrones trataba de ocultarse entre un montón de hojas y ramitas secas. El aventurero lo tomó en sus manos y con el índice le acarició despacio el plumaje de la cabeza, lo vio tan solo y triste que al momento se sintió identificado con el pobre bicho.
- Vos no andarás lastimado, no? – le dijo bueno y en tono dulce – a ver que podés llegar a tener…- lo empezó a revisar detenidamente, cuidando la fuerza en sus manos, llegó a entender que el pobre pajarito tenía una pata rota. Se la entablilló, y trató de dejarla lo mejor posible.-… bueno, no es como haber ido a un spa de pajaritos pero ya con esto vas a sobrevivir, no tengas miedo, esta noche te meto en mi bolsillo y a la mañana nos fijamos si caíste de un árbol cercano o bien que podemos hacer con vos.
En breve, con el pajarito en el bolsillo cuidado del frío y de algún depredador oportunista, se quedó dormido. La noche pasó rápida, pero se soñó en un lugar de aguas calientes, sumergido casi hasta la nariz, el calor de esas aguas lo relajaba y lo hacía sentir cómodo, no tenía dolores en ninguna parte de su cuerpo, y mirá que se había dado una de porrazos! Sentía todo tan real, las aguas lo reconfortaban y a cada minuto que pasaba, toda la brutal caída, se iba limpiando de su recuerdo y de su cuerpo. Cuánto placer, cuan relajado se sentía, no había soledad alguna rodeándolo, ni pena o dolor profundo acechándolo como fiera. Recordó la noche, y posó la mano en su bolsillo, sintió el bulto suavecito allí oculto y se encontró con el pequeño pajarito, era un Chucao.
- Mis amigos del bosque y yo, nunca encontramos un humano tan bueno como usted, por esto decidimos ayudarlo y traerlo a este lugar mágico, escondido en la mitad de la montaña, aquí donde estamos hay solo reparo y salud para el caminante noble de espíritu y bueno de alma. Esta tierra es sagrada, sagrada para todo lo que rodea este planeta, aquí, una vez, por el amor de la Pacha Mama, se desató una lucha feroz entre dos titanes que querían seducirla, y para esto, modelaban los paisajes destruyendo todo a troche y moche con tal de realizar su galante objetivo. Si uno hacía trunca una montaña, el otro le sacaba punta a cinco picos distintos, si uno hacía un valle, el otro hacía un lago, la competencia era tal, y tantos celos y recelos iban juntando el uno por el otro, que olvidaron que lo que hacían, lo hacían con el fin de embellecer a la más bella y así conquistar su gracia… tan egoístas, celosos y competidores fueron, que no se dieron cuenta que más que embellecerla estabanle haciendo daño. La Pacha Mama les gritó ya basta! con furia ciega a ambos titanes y los hundía en roca caliente salida desde lo más profundo de su alma. Los bosques comenzaron a incendiarse al ritmo que los titanes se hundían más y más en la furia de su amor. Comprendieron su falta, vaya que la comprendieron, y lloraron a destajo, con pudor, vergonzantes de sí mismos, lloraron dolientes, pero no por la roca que los abrasaba, si no más bien por su propia idiotez, por haber hecho enojar, y en el haber de la culpa; lastimar lo que más amaban. Clamaron clemencia, pidieron paciencia y comprensión a ella que todo lo había vivido, que todo lo había sentido. Fue tal el dolor, la vergüenza que ambos sintieron, que mientras desaparecían lloraban desesperados, las gotas de sus lágrimas se volvían lluvia y bañaban y apagaban todos los incendios que se habían ocasionado, y al caer sobre las laderas de las montañas, las mismas lágrimas que ellos emanaban en un juego de vapores besaban la herida causada queriendo curarla. Sintieron la culpa y a gritos rogaron perdón a la madre tierra, que es jodida, pero es buena… y aceptó las disculpas bajo una condición; quedarían allí por tiempo indeterminado, ocultos debajo de la tierra, sepultados en sus propias lágrimas de perdón, rodeados por su amor, el amor de ella, pero… que deberían pagar su egoísmo, su maldad y su necedad, entregando lo mejor de sí a quienes se metieran en esas, sus aguas. Así lo hicieron y así aún lo hacen, curando el dolor crónico de los caminantes que hasta aquí se atreven… Y aquí es donde estás ahora, se te ha dado la oportunidad por ser bueno de alma y noble de espíritu, ahora puedes volver a empezar como si nada hubiera pasado, pero ojo, nunca olvides que si no cuidás lo que amás, al despertar, puede que ya no lo tengas.
Apenas el Chucao terminó de decir esto, los ojos del caminante se abrieron, se encontraba vestido y al borde de una senda que al cabo de unos metros lo llevaría hacia una casa rodeada de Alamos, nada de todo lo que llevaba consigo estaba en su lugar y hasta le sobraban cosas, sus manos estaban limpias de barro, como si nunca hubiera caído ni medio metro entre hojas secas y tierra húmeda. Suspiró pensando en el dolor que le causaría ponerse de pie, pero sin pensarlo siquiera, estaba al trote por la senda sintiéndose vivo, único y radiante, como si nunca nada le hubiera pasado nada de nada. Más de cincuenta años después se enteró de unas termas perdidas entre las montañas de la provincia Argentina del Neuquén, eran las termas de Lahuén-Co, se sintió como en casa solo de caminar por ese bosque, sintió la intriga, dejó el bastón y se quitó la ropa… envuelto en el arrullador canto de un Chucao, cerró los ojos y se dejó llevar.
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