Todos los días llega en sus tres pies
caminando taciturno y se sienta bajo la sombra
del alto y grueso viejo roble ,
saca del bolso la bolsa con maíz
y alimenta taciturno y pensativo
a las palomas que se vayan acercando.
Pareciera no pensar en nada,
pero sus labios se mueven hablando en voz baja
como si repitiera una y mil veces
algún viejo réquiem llevado como mantra.
Nunca se aleja del bastón,
ni pareciera cambiarse la boina nunca,
usa casi siempre pantalones grises,
a veces los usa a cuadros,
conjugando los tonos y colores
de la camisa con las medias
y del cinto con los pepés.
Será que lo único que lo mantiene ocupado
es echar al azar el maíz piscingallo
para que se arremolinen y enquilomben
las mil y un palomas hambrientas y sordas
que llegan al unísono todos lados sin permiso ni paciencia,
pero el viejo si tiene paciencia,
tal vez sea porque es lo único que le queda
después de tantos años de dar batalla
y no aflojar en la pelea.
De los de él sólo un puñado queda aún con vida
con suerte los que quedan son sus nietos, su familia,
pero lo hacen siempre a un lado,
tiene en su espalda mil y un achaques
pero aún más experiencia en tantos años ha juntado.
Lleva en sus manos todas las historias
y las reparte y comparte con los quienes se le acercan
sonríe cuando la vida lo acaricia por que no le teme ya a la muerte,
hasta a veces pareciera que la espera con alguna impaciencia.
Ahí está el viejo sentado a la sombra del árbol
como cada día de los calurosos veranos y primaveras,
ya no le importa que el tiempo pase y sonríe irónico
cuando ve a los otros corriendo como locos
al son del tic tac de los relojes caprichosos.
No le importa cuantas primaveras queden ya por florecer
ya ha visto todo, del caballo a la luna
todo ha visto transformarse y ser,
a sus hijos vio hacerse padres y vio tambien a sus nietos nacer.
Qué más le queda al viejo para hacer?
Pues esperar bajo la sombra del roble
alimentando las palomas
viendo como el sol cae al atardecer.
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