Mi tiempo no vale nada
si no se comparte con el tuyo
que anda dando vueltas paseandero
por el círculo horario de nuestro reloj.
Mi tiempo no tiene importancia.
No la tiene desde que decidí
que nuestros segundos serían primero
que nuestras deshoras fueran vanas
que nuestros minutos
no nos pincharán ni nos obligarán
a apretar el paso cuando lo que queríamos
y necesitábamos
era compartirnos, repartirnos, repetirnos,
tantas veces como se nos diera la gana
sin importar la altura del sol
o la luna en el impúdico cielo,
sin importar el día de la semana,
el mes del año o los tiempos ajenos
que por necesidad estuviéramos viviendo.
Desde que te conocí
que el pasado y el presente no son más
que sinónimos de futuro
compartiendo nuestros pasos,
nuestros cuerpos, nuestras almas
sin importar que el calendario
otra vez y sin permiso
se haya deshojado por completo,
y volvamos juntos a empezar de nuevo.
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