La difunta Correa |
y rezar por quienes morían
sin fuerzas ni ganas
de tanta herejía
en un momento
de sordo sosiego
se entregó silenciosa
al capricho del tiempo.
Cuando sintió que Dios
se había acordado de ella
pudo cerrar los sus ojos
y echarse a descansar.
Soñó como nunca antes,
sueños hermosos y llenos de vida
donde nadie lloraba, robaba,
ni siquiera mataban o intentaban herirla.
Sonreía en sus sueños
pues no había miedo
en el seno de Dios
dormía tranquila su alma sin dueño.
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