El cálido rayo del sol entraba a través del cristal de la ventana casi casi sin pedir permiso.
¿Permiso a quién? ¡Permiso para qué! Al fin y al cabo todo al sol le pertenece, como un rey que otea desde lo más alto de su trono el destino de su pueblo, que son como sus hijos, que son lo que nosotros al sol somos.
Dibujaba en la pared un luminario arco iris tan brillante que parecía un ángel, tan lleno de paz que aparentaba ser un ideal, tan bello, que ante la necesidad de tocarlo, el lograr esto se volvía un inalcanzable.
¿Inalcanzable? Inalcanzable no es eso que no podemos tomar entre nuestros dedos y poseer creyéndolo propio, inalcanzable no es aquello que al dar nosotros un paso se aleja dos, inalcanzable no es esto que solo vive en nuestros sueños. Inalcanzable es todo lo que nosotros creamos que no podamos alcanzar, por esto, algo frente a nuestra nariz, puede llegar a ser invisible e inalcanzable.
Un rayo de luz, un mero y simple rayo de luz que se cuela entre las rendijas de la persiana y en la pared donde se plasma, el imaginario alcanza su cima y el hombre, que mira y pergeña, entiende todo mientras escucha el tintineo de los hielos flotando a la deriva en la viscosa bebida que baila dentro de su cárcel circular de cristal huyendo, evaporándose de a poco.
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